Publicidad

2018 será un año bisagra

Compartir esta noticia
Foto: Pixabay

CARLOS STENERI

Una década después del gran colapso económico del 2008, todo hace indicar que el mundo retoma una senda de crecimiento generalizado. A la persistencia del crecimiento de China se le agrega la del mundo desarrollado liderado por Estados Unidos y reforzado por el conjunto de la Unión Europea.

Sin dudas, un panorama benigno que encierra un misterio: las presiones inflacionarias incitadas por la expansión monetaria extraordinaria post crisis burló todos los pronósticos y puso en aprietos tanto a la academia como a los bancos centrales. Hoy el problema es cómo mantenerla a un nivel mínimo y no el de contenerla.

En consecuencia se arrancó el año con las bolsas fortalecidas, las autoridades monetarias desconcertadas sobre su postura futura sobre qué hacer frente a lo que podría ser un nuevo paradigma y la atmósfera cargada de optimismo. Y todo eso a pesar de las reversiones en materia comercial lideradas por EE.UU., el trauma del Brexit, los rebrotes populistas autoritarios en Rusia y en algunos países de la Unión Europea a los que se agregan las tensiones migratorias.

Esta nueva realidad tiene varias lecturas. En primer lugar, es necesario reconocer que el mundo abandonó definitivamente el paradigma creado a partir de la segunda guerra mundial, liderado por el mundo occidental en la figura de Estados Unidos. Ahora estamos calibrando los efectos de la irrupción de Oriente de la mano de China, dando lugar a una nueva bipolaridad económica que irradia nuevos efectos. Hoy en materia de participación en el PIB global, el nuevo coloso asiático prácticamente emparda a Estados Unidos y supera a la Unión Europea. En materia comercial los supera y, lo que es más notable, lo hace a ritmo creciente.

Esto conduce a una segunda rueda de efectos, ya sea de índole geopolítica como económica, donde es difícil pronosticar, ya que es territorio inexplorado. De todos modos puede decirse que un mundo oriental, prácticamente irrelevante en lo económico hace menos de tres décadas, con tasas de crecimiento robustas y tasas de ahorro muy altas se convertirá naturalmente en un gran exportador de capital. Ya lo hizo financiando la cuenta corriente de EE.UU. Ahora le está tocando el turno a las economías emergentes a través de inversiones directas en busca de recursos naturales o préstamos bilaterales a gobiernos, particularmente aquellos en dificultades, como Venezuela. A esto se agrega que, para muchas economías en desarrollo se ha convertido en el comprador principal de su oferta exportable, fundamentalmente en rubros donde existen trabas para su colocación en los mercados desarrollados. ¿Qué sería hoy de la mayoría de los países de Latinoamérica sin China? Sin dudas un escenario de estancamiento, mayor desconcierto y surcado de tensiones políticas.

Volcando la mirada hacia nuestro mundo aledaño, 2018 también luce promisorio. No por demasiados méritos propios, sino impulsado por los aires tibios de una coyuntura externa que parece más favorable. Pero no podemos confundir el alivio que otorga un entorno favorable con la consolidación de los fundamentos que generan condiciones para sendas de crecimiento robustas y permanentes.

Aun siguen estando en el debe de nuestra región, incluido nuestro país. Sin dudas hay matices, pero de todos modos aun no hemos superado ciertos umbrales que nos permitan decir que se han construido sociedades modernas y dinámicas tanto en lo productivo como en lo social. Para empezar, la productividad global sigue siendo baja y crece a tasas mucho menores que en la mayoría del resto del mundo. Su explicación sigue siendo infraestructura insuficiente, escasa educación de la mano de obra y excesiva burocracia. A lo que se debiera agregar la corrupción rampante en muchos países, expuesta ahora a la luz pública pero difícil de erradicar.

A ese panorama se le agrega el desconcierto dentro del electorado de cuál es el rumbo a seguir hacia el futuro. A principios de siglo la región se embarcó en un giro hacia la izquierda en distintos formatos, como reacción a los males atribuidos al Consenso de Washington. Pasaron dos décadas, y vistos los resultados, esa giro se viene revirtiendo hacia el centro, más por agotamiento y desencanto que por mérito de las nuevas ofertas electorales. Y en esto la región tiene por delante un año electoral intenso, eligiendo nuevos gobiernos en ocho países, algunos tan importantes como Brasil, México y Colombia.

La incógnita es saber que proponen las nuevas ofertas electorales. Será más de lo mismo, que no es otra cosa que repartir los frutos de una bonanza casi siempre pasajera o entrarle a los verdaderos temas aletargan nuestro crecimiento y prohíjan la pobreza endémica.

De esta lógica no escapa nuestro país, quien también entró en vísperas pre electoral. Seguirán las visiones viejas y estériles de nuestra inserción internacional, cuando el mundo nos viene insertando a su antojo por default de la mano de China? Seguiremos repitiendo complacientemente que en la educación va todo bien, con los niveles de deserción liceal vigentes? Continuaremos aceptando que las tarifas públicas son una fuente para fiscal permanente significativa? Que nuestras empresas públicas deben operar bajo parámetros de alta eficiencia, lo cual no está reñido con el cumplimiento de objetivos sociales? Que a la pobreza se la erradica con políticas específicas integrales y no se la adormece con planes sociales?

Sin dudas, el 2018 será recordado como un año bisagra por todas las facetas que ofrece. La historia tendrá su última palabra.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Carlos Stenericrecimiento

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad