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Los riesgos de la crisis griega

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Presionado por sus propias promesas electorales, Alexis Tsipras llega a la ruptura. Foto: Reuters
El primer ministro griego, Alexis Tsipras, hace un gesto durante una conferencia de prensa en Atenas, 17 de junio de 2015. Grecia dijo que el 30 de junio caerá en incumplimiento del pago de una deuda de 1.600 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional si no ha recibido nuevos fondos de sus acreedores para esa fecha, en una medida que podría desatar una reacción en cadena que podría marginar a Atenas de la zona euro. REUTERS/Paul Hanna NEGOCIOS-GRECIA-FMI
PAUL HANNA/REUTERS

Las noticias que provienen de Europa respecto a la crisis de Grecia muestran que el viejo continente se encuentra ante una encrucijada histórica que, mal resuelta, puede poner en tela de juicio el proyecto político de la Unión Europea.

Eso es lo que muestra el estancamiento de las negociaciones entre Atenas y sus acreedores europeos acaudillados por Alemania, cuando se hace inminente el desembolso de recursos necesarios para enfrentar pagos al FMI que vencen este mes y al Banco Central Europeo poco después, por 1.500 y 7.200 millones de euros respectivamente.

Públicamente se viene anunciado que los tiempos de lograr un acuerdo que posibilite viabilizar los desembolsos se están agotando, con lo cual los hechos van colocando a Grecia cerca del abandono del acuerdo comunitario, incluyendo al euro. Pues el no pago a un acreedor oficial implica de facto el abandono de la Unión Europea y una cascada subsiguiente de efectos de difícil predicción para todas las partes involucradas.

En realidad, desde el punto de vista político eso sería visto como el epilogo de una serie de errores de cálculo que fragilizan la visión de una comunidad de naciones democráticas abrazadas por un tratado que persigue un fin común. Y lo más importante es que colocaría a uno de los eslabones más débiles de ese proyecto —Grecia— en una crisis política cuando coexisten focos de inestabilidad extrema en áreas no tan distantes.

Posiciones.

Es este un juego de posiciones extremas, centradas por un lado en la posición de Alemania y los países del norte europeo en que todos los márgenes de flexibilidad han sido agotados, y por tanto Grecia debe realizar los ajustes necesarios para recibir fondos frescos, seguido por la postura más flexible de Francia e Italia, y culminando con la postura terminante de los helenos, de que todo lo acordado ya se ha ejecutado y que hay temas como las reformas adicionales al sistema de pensiones que son innegociables.

Obviamente que entre todas las posturas hay tintes políticos que trascienden lo meramente económico, alimentados por el fundamentalismo fiscal de Alemania y la postura ideológica del nuevo gobierno griego de izquierda encabezado por el primer ministro Tsipras, que actúan como obstáculos para allanar una estrategia de salida que maximice el resultado para ambos bandos.

Los fundamentalistas del ajuste argumentan que la sociedad griega estuvo viviendo por encima de sus posibilidades, en buena parte explicado por una expansión del crédito domestico y un sistema de retiro y de pensiones sumamente generoso, financiado gracias al crédito externo abundante. La parte oculta de esta afirmación es que la banca alemana y francesa fueron los prestamistas iniciales que canalizaron fondos hacia el sistema financiero y gobierno griego.

Números.

Por otro lado, desde comienzos de la crisis de ese país en 2009 su producto bruto cayó 27 por ciento, en tanto que el gasto real de la economía en su conjunto se contrajo 33 por ciento. Los resultados fiscales ajustados por el ciclo mejoraron un 20 por ciento del PIB entre 2009 y 2014. En tanto, el saldo de la cuenta corriente mejoró 16 por ciento entre 2008 y 2014. Como consecuencia, la tasa de desempleo llegó al 28 por ciento en 2013, abarcando a casi el 50 por ciento en la población menor de 25 años. El empleo público también descendió 30 por ciento para igual periodo.

Dada la penuria entendible de estos resultados, el gobierno griego encuentra un justificativo para terminar lo que considera una situación humillante por las condiciones impuestas, parecida al "pillaje", según declaraciones recientes de su primer Ministro Tsijas.

En tanto, los negociadores europeos siguen martillando sobre una estrategia que no ha dado los resultados esperados. Y lo que ambas partes no parecieran entender, es que si una se impone sobre la otra, el fondo del asunto continua intacto y sin resolver.

Encrucijada.

Suponiendo que la economía griega renuncia al acuerdo comunitario, abandona el euro y se somete a los efectos de una devaluación, con ello no resuelve los aspectos que la caracterizan como una sociedad con un sector público hipertrofiado, un esquema de beneficios sociales excesivos y baja productividad.

Seguirá siendo una sociedad que deberá sobrevivir por sus propios medios, en medio de un continente que es su mercado natural y le entornará sus puertas.

Y para prosperar en ese entorno necesitará introducir las reformas estructurales necesarias que la conviertan en una sociedad más competitiva y moderna. No hay una vía alternativa ni atajos ideológicos que soslayen el problema. Esas acciones deben realizarse necesariamente continuando su pertenencia a la Unión Europea o dejándola. Es lo único que le asegura un lugar entre las naciones prosperas y estables políticamente.

Sin duda que en ambos casos requiere del tiempo necesario para generar los espacios políticos para introducirlas y luego para recibir sus resultados.

En tal sentido, entendemos que las democracias mayores europeas debe dar un paso adelante flexibilizando su postura ante una situación de la que, en cierta manera, son responsables. Fueron condescendientes en la aceptación de Grecia como miembro pleno de la Unión Europea cuando no cumplía con los requisitos necesarios y luego hicieron un guiño cuando sus bancos desembozadamente financiaron la expansión del gasto que desencadenó la crisis de endeudamiento griega

Frente a esta realidad hoy signada por antagonismos extremos, donde se agotan los tiempos, ambas partes parecieran estar ensimismadas con el llamado "juego de la gallina", donde dos motociclistas se lanzan en direcciones opuestas corriendo sobre una línea amarilla.

Si ninguno afloja hay un accidente con eventuales lecciones mortales. De lo contrario, si uno se aparta de la línea antes que el otro recibe el estigma de la cobardía. En realidad ninguno de los dos resultados es óptimo por lo que se arriesga dado el eventual beneficio esperado. Lo sensato es entablar un diálogo franco y abierto, sin preconceptos, buscando una solución acordada de una situación que tiene una génesis compartida entre acreedores y deudores.

Cuando se mira ese panorama enseguida se proyectan imágenes de experiencias similares, incluido Uruguay. Aunque las realidades son distintas por las magnitudes y el entorno, existe un concepto válido para ambas realidades.

Las estrategias que buscan un acuerdo cooperativo y preventivo entre las partes tienen resultados que son siempre superiores para ambos. En nuestro caso era evitar en lo posible el default para lo cual se necesitaba refinanciamiento acompañado de ajuste fiscal.

Grecia, en tanto, necesita que sus acreedores reconozcan la necesidad de generarle más alivio en sus pagos a los acreedores, incluidos los oficiales, con mayores quitas o plazos. Con eso se generarán las condiciones para introducir las reformas necesarias. Toda ruta alternativa será sin duda más costosa.

Eso es lo que enseña la historia de episodios similares.

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Presionado por sus propias promesas electorales, Alexis Tsipras llega a la ruptura. Foto: Reuters

Carlos Steneri

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