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El retorno de los viejos temas

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Tratar de producir más con lo mismo. Foto: Archivo El País
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Javier Larrea www.jlarrea.com

Después de una década de crecimiento económico esplendoroso, Uruguay converge, al igual que la mayoría de América Latina, hacia una realidad distinta.

Las proyecciones de las entidades multilaterales de crédito, incluido el BID, vienen estimado para toda la región una desaceleración constante del nivel de actividad que confluirá en una senda de menor crecimiento que, entienden, permanecerá durante varios años. En buen romance, estamos entrando en un nuevo escenario donde el crecimiento será similar a los promedios vigentes en los comienzos de este siglo (3% anual).

Si bien no es una mala performance dentro de una realidad mundial que se encoge, ese ritmo de crecimiento proyectado es insuficiente para consolidar los avances logrados en materia social y resolver temas importantes de la agenda social pendiente.

Por tanto, es imperioso conocer las causas de esa realidad para tomar los correctivos necesarios de manera tal de escapar lo más rápido posible de esa suerte de retorno hacia un pasado que las grandes mayorías de nuestras sociedades pensaban que se había sepultado. El dictamen duro de la realidad desmintió que se hubiese encontrado un nuevo paradigma de crecimiento regional, y confirmó que los ritmos de crecimiento extraordinarios correspondieron en su casi totalidad a un período extraordinario del crecimiento de la económica mundial. Una vez enfriado ese fuego motor, el crecimiento de la región refluye hacia sus cauces históricos. Y para algunos, esa marcha atrás es un camino cargado de riesgos, dadas las expectativas creadas por una bonanza que, posicionada en tiempos históricos, luce pasajera.

Resumiendo en un párrafo lo que ha acontecido, digamos que la recuperación excepcional del precio de los bienes de exportación y el bajo costo del financiamiento dada la alta liquidez global generó un boom exportador inusual que no fue acompañado por cambios estructurales que mejoraran la productividad global de la economía. Una vez que el ciclo mundial del comercio comenzó a apaciguarse en volúmenes y precios, nuestros países muestran las mismas desnudeces de antaño, que se traducen en ritmos de crecimiento que necesariamente se revierten a su media histórica. No es un tema de voluntarismo sino sujeto a la realidad estricta que impone el anémico crecimiento de la productividad global de la economía.

La realidad.

Es justamente ahí donde radica en gran parte la explicación de esa realidad que se avecina. El BID, al analizar en el período 2001-2010, la desagregación del crecimiento per cápita en cambios en la productividad total de factores (PTF) y cambios en los insumos de trabajo y capital, encuentra que apenas un poco más del 1% del crecimiento per cápita se debió a cambios en la PTF. La región alcanzó un crecimiento per cápita relativamente alto debido a un aumento importante en el empleo, equivalente aproximadamente al 2% del crecimiento per cápita. Por otro lado, se observa una contribución casi nula del capital. Esa constata que gran parte del crecimiento logrado fue a través del aumento físico del empleo, el factor más abundante, seguido de aumentos de productividad (relativamente bajos) y un escaso aporte del capital. Ese pantallazo confirma una vez más que el tipo de crecimiento pertenece al de estructuras productivas anquilosadas cuando se la compara con el de otras áreas que han logrado deshacerse de su condición de economía emergente. Los ejemplos de Corea, Taiwán y Finlandia son elocuentes a ese respecto.

Como también se proyecta que los precios de las materias primas retornaran a niveles más moderados dado el efecto conjunto del apaciguamiento de su demanda mundial y el aumento de la oferta disponible, la región pierde otro atributo que le permitía disimular sus falencias estructurales que se traducen en una baja productividad global.

Uruguay.

Nuestro país tampoco es ajeno a esa realidad y debe actuar en consecuencia. Agotada su cantera de fuerza de trabajo disponible como fuente de crecimiento, con escaso ahorro domestico para financiar un aporte masivo de inversión, no queda otra que profundizar todas las políticas que ayuden a incrementar la productividad global de los factores. En otras palabras, producir más con lo mismo.

Sin duda que en esta última década de bonanza, en materia de productividad hubo matices de signos diversos. En el haber corresponde señalar que varios rubros agropecuarios crecieron notablemente gracias a una combinación de fuerte inversión y de aumentos de productividad en los predios debido al empleo de insumos sofisticados y mejores prácticas. La agricultura y la lechería son dos ejemplos notables. Pero la realidad también muestra que esos rubros, una vez traspasada la portera, se topan con una realidad que borra con el codo buena parte de las ganancias de productividad anotadas. Eso se llama una logística deficiente en sus diversos modos, que aplica costos superiores al servicio que entrega como contrapartida efectiva. En otras palabras, es una forma de destruir valor que disminuye la productividad global y por ende el crecimiento.

Aunque reiterado, no puede faltar de la lista el tema de la educación del recurso humano como factor determinante del comportamiento de la productividad global. De poco vale agregar más unidades de capital, si la mano de obra no es un factor complementario que sabe sacarle todo el potencial que tiene implícito el nuevo bien de capital que se agrega a la matriz productiva, o sacarle más provecho al stock existente mejorando las prácticas productivas. Es así que desde esta otra arista queda resaltada la importancia de la educación como propulsor de un plus en la tasa de crecimiento. No es casualidad que los países líderes en mejoras de su productividad global son los que muestran los mejores indicadores en materia educativa.

Las regulaciones inadecuadas, los pasos burocráticos innecesarios y las duplicaciones encarnadas en un Estado hipertrofiado, son otra forma de destruir valor que se agrega al costo social que genera la transferencia para financiarlo. Pues primero en la línea va el impuesto para financiar una actividad innecesaria, y sobre ello se agrega cumplir el trámite o regulación (innecesaria) que detrae valor por la asignación de un factor de producción en una actividad de valor agregado cero o negativo. Por tanto, la tan repetida pero nunca concretada reforma del Estado es otra tarea pendiente para contribuir a la mejora de la productividad global.

También ayuda a ese objetivo la mejora de la inserción internacional del país, pues las cadenas productivas para competir y aprovechar las nuevas oportunidades deberán redimensionar sus prácticas fabriles, al mismo tiempo que toda la institucionalidad y la logística que la rodea debe modernizarse. Al mismo tiempo, con ello se facilita la recepción de inversión directa externa, la cual es una fuente insustituible de captación de cambio tecnológico cuyo subproducto es la mejora de la productividad global de los factores.

La instrumentación de esa agenda ha sido uno de los grandes ausentes, con los efectos ya anotados. Sobre su incumplimiento y sus efectos adversos no hay atajos alternativos. Eso es algo que toda la sociedad debe internalizar como los temas pendientes a resolver de manera urgente.

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Tratar de producir más con lo mismo. Foto: Archivo El País

Carlos Steneri

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