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El retorno del bajo crecimiento

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Los últimos indicadores de crecimiento positivo de nuestra economía muestran que se evitó la recesión, pues el PIB no cayó en dos trimestres consecutivos.

Ese dato era la noticia esperada por el gobierno para mostrar que se retomó la senda del crecimiento, lo cual se convirtió en la buena nueva que transmitió la conducción económica para insuflar optimismo a una realidad compleja.

No puede esperarse otra cosa de cualquier gobierno ante una situación similar, lo cual no obsta llamar a la cautela sobre el panorama futuro, por razones varias.

En primer lugar, el resultado positivo se explica en su mayor parte por generación hidroeléctrica récord debido a lluvias excepcionales. En definitiva, un hecho climático no puede asentar una tendencia. Pero lo más importante es que mayoría de las fuentes de crecimiento que son puntales de la actividad económica del país real, tuvieron desempeño negativo. Ahí figuran la mayoría de los rubros agropecuarios, los industriales y los del comercio. Los servicios turísticos son los únicos que muestran perspectivas positivas por una coyuntura regional donde nuevamente dijo presente el atraso cambiario en nuestros vecinos.

Esa es la realidad de nuestra economía mirada desde su capacidad de oferta relevante.

En ello, la situación internacional juega un rol relevante. La contracción del sector agropecuario se explica mayoritariamente por la caída del precio internacional de sus productos. El enlentecimiento del crecimiento de China y el estancamiento generalizado del mundo desarrollado contrajeron los volúmenes comerciados y los precios a niveles de una década atrás. Por un tiempo ese será el futuro irremediable, sin escapatoria, que obligará aceptar que el sector agropecuario no será una de las locomotoras de arrastre del resto de la economía. A lo sumo, podrá evitar que se pierda el terreno ganado. Frente a esa realidad, la mayoría de los aportes vendrán por el lado del cambio tecnológico o alzas de productividad de impacto escaso en el corto plazo.

La industria se dinamiza por la expansión del consumo doméstico y las exportaciones hacia la región. En el primero de los casos, necesariamente ahora se encuentra en una fase contractiva por el doble juego de la disminución de la demanda real privada y pública. La primera depende primordialmente del nivel de actividad y la segunda de la postura de la política fiscal. Visto el abultado déficit y el alto endeudamiento bruto, lo único esperable es su decaimiento en términos reales y por ende también su rol como generador de actividad. La cuestión regional, si bien ha mejorado en términos relativos para los intereses de nuestra industria, tiene restricciones que impiden proyectarla como un puntal de crecimiento sólido.

Y en esto último corresponde clarificar conceptos. Las mejores expectativas de nuestros vecinos están referidas a un pasado reciente calamitoso en lo económico. Cualquier cambio de tendencia hacia lo positivo justificadamente es visto como un logro pues dejan de hundirse. Pero eso no implica un despegue estrepitoso de su economía, pues por delante les queda resolver algunas cuestiones importantes como reducir el déficit fiscal, que en ambos casos oscila en el 9% del PIB. Aunque se utilice un mix de mayor endeudamiento e inflación como forma de facilitar el ajuste, eso implica de todas maneras que nuestra región aledaña se encuentre en fase de ajuste.

Cerrando ese panorama de contracción externa generalizada, surgen dos nuevos indicios en el mundo desarrollado que apuntalan esa realidad. En primer lugar, la aparición explícita de una suerte de mercantilismo, cuya expresión más reciente estuvo presente en el debate entre los candidatos presidenciales de Estados Unidos cuando se refirieron a los temas de comercio internacional. En un caso (Trump), hubo apología al cierre de la economía por medios diversos, y su contrincante (Clinton), se subió a la palestra mencionando repetidas veces el término de comercio justo (fair trade) como forma de canalizar el comercio externo de la economía más grande del mundo.

Por vía separada, va ganando cuerpo en los países desarrollados la expansión de la política fiscal (invirtiendo en infraestructura) como vía de recuperar el crecimiento vista la incapacidad de la política monetaria para lograr ese fin y las perspectivas de contracción o estancamiento del comercio internacional.

Frente a ese panorama tan complejo y poco auspicioso para dinamizar crecimiento, lo más probable es que tengamos por delante un lapso de tasas de crecimiento bajas, incluso por debajo de nuestro potencial de largo plazo.

En realidad no hay casi argumentos que posibiliten pensar lo contrario. En lo interno, no hay a la vista fuentes de crecimiento subutilizadas ni tampoco saltos tecnológicos de captura instantánea como el "kirchnerazo" que recibió nuestra agricultura. La mega inversión recientemente anunciada hace un aporte significativo al PIB por una vez, pero no consolida una tendencia de crecimiento permanente. Y el marco externo continuará siendo menos amigable que en el pasado, por el estancamiento secular del mundo desarrollado, el enlentecimiento de la economía China y los desafíos que debe resolver nuestra región aledaña.

CARLOS STENERI

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