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Restricciones del ajuste fiscal

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El gobierno finalmente aceptó la realidad después de ignorar las numerosas advertencias sobre la insostenibilidad del déficit fiscal.

Se puso manos a la obra, edulcorando el remedio amargo conocido por ajuste con el término consolidación fiscal. Más allá de la semántica y lo amargo del trance, lo cierto es que sin una macroeconomía consolidada no es posible el crecimiento...

Pero lo interesante es cómo se llegó a esta situación. Varios estudios que ya hemos mencionado, muestran que el gasto primario del sector público (antes del pago de intereses) aumentó 4 puntos del Producto a partir de 2009, lo cual pudo ser financiado por una recaudación creciente fruto de tasas de crecimiento excepcionales. Esta realidad nos colocó junto a Brasil, como los países con el nivel de gasto primario respecto al PIB más alto de toda América Latina. Y a ese guarismo se llegó achicando la inversión pública a favor de la expansión de gasto corriente, inflexible a la baja. Esa condición responde a que en su mayor parte son gastos en salud, previsión social y programas sociales. Esa expansión, justificada en algunos casos es discutible en otros, dados los resultados.

La tiranía de la contabilidad muestra que dicha expansión es sostenible en el tiempo cuando hay ingresos fiscales genuinos apuntalados por alto crecimiento. Hoy esa realidad es pasado. En consecuencia la displicencia fiscal dificultó el combate a la inflación, aumentó la deuda bruta, proyectando un aumento de la carga tributaria en el momento menos oportuno.

Enfrentado a esta situación el gobierno pretende encuadrar las cuentas públicas buscando converger al final de su período al objetivo del 2,5% de déficit. Aunque la meta nos parece difícil de lograr por optimista, pues el 2016 ya está jugado y las medidas fiscales recién comenzaran a operar en el ejercicio próximo, eso implica que partiendo de la realidad actual (déficit rondando el 4% del PIB), corresponde proyectar que para el próximo trienio rondará en el 3% anual. Eso resulta en un aumento acumulado del endeudamiento bruto de alrededor del 6% del PIB para 2019 suponiendo que la economía crecerá en promedio al 1,5% anual. Fiscalmente eso agrega una carga de intereses anual por 150 millones de dólares al final del período, lo cual erosiona considerablemente la consolidación fiscal anunciada. Por tanto, la propuesta es escasa si no se recupera rápidamente ritmos de crecimiento superiores al guarismo proyectado (1,5%).

Y en esa materia las noticias regionales no ayudan. Tanto Brasil como Argentina necesariamente entraran en una fase de ajuste, dado sus abultados déficit fiscales (9,5 y 8% del PIB respectivamente) y alta inflación (9 y 35% respectivamente). El encuadre de ambas situaciones implica en el corto plazo ritmos de crecimiento bajos que tendrán un impacto adverso sobre nuestras proyecciones de crecimiento.

Por otro lado, la estimación de sus dinámicas de tipo de cambio es prematura. Dado el nivel de los desequilibrios a resolver, aun existen para ambos países riesgos consolidados en la atonía de su crecimiento económico.

Por tanto, lo más sensato es suponer que en el mejor de los casos la región ejercerá sobre Uruguay un impacto neutro en materia de crecimiento, sin descartar que haya algún shock negativo temporario. Es una historia que ya conocemos y con la cual el país ha lidiado de tanto en tanto.

A nivel internacional el ambiente luce más benévolo. El financiamiento continuará barato, la mayoría de los mercados seguirán abiertos y los precios de las exportaciones parecen converger a un nivel de equilibrio, menos exuberantes que los del pasado reciente, pero sustancialmente más altos que los de una década atrás.

El precio de la energía continuará apaciguado respecto a los niveles máximos del quinquenio pasado, aunque más altos que los mínimos recientes.

Si ese es el futuro cercano, no habrá impulsos externos que propulse crecimiento robusto como en el pasado. Más bien lo contrario.

Una ojeada a nuestro ámbito doméstico nos muestra que las fuentes de crecimiento disponibles están en el corto plazo colmadas.

La agropecuaria en esta fase agotó su potencial, pues ya pegó un salto importante expandiendo aéreas, aumentando productividad y agregando rubros. La cadena forestal hizo lo mismo. Prácticamente ambas llegaron a su frontera de posibilidades dada la dotación de recursos y la rentabilidad de las inversiones marginales para aumentar su productividad.

La industria es dependiente de un mercado doméstico pequeño y una demanda regional debilitada. Por tanto su aporte al crecimiento global será nulo o muy escaso.

Con esta coyuntura regional, el turismo no muestra perspectivas de expandirse considerablemente, por lo cual su aporte al crecimiento será escaso.

Por el lado de la demanda, el consumo doméstico y la inversión pública no impulsaran al crecimiento como consecuencia del ajuste. Las exportaciones en el mejor de los casos permanecerán estabilizadas en los niveles actuales. En tanto la inversión privada se verá desestimulada por la caída de su tasa de rentabilidad por aumento de la carga impositiva. En suma, el crecimiento económico, dadas estas condiciones ha entrado en una meseta que obliga a ser cautelosos en las proyecciones fiscales, a riesgo de deteriorar la consolidación macroeconómica esperada.

La experiencia muestra que en materia de consolidación fiscal, el resultado buscado es muy sensible a los supuestos iniciales, lo cual obliga a desechar falsos optimismos para facilitar un ajuste, impostergable, pero que llega en el peor momento.

CARLOS STENERI

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