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El respiro inflacionario

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Gobierno: este año emitirá en total US$ 2.700 millones de deuda. Foto: Fernando Ponzetto.

Opinión

El 2018 culminó con un aumento del nivel general de precios de 7,96%, mayor al del incremento del índice de precios al consumo (IPC) de 2017.

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A pesar de la tendencia decreciente de los últimos cinco meses, la tasa de inflación sigue por encima del límite superior de la banda —de 3 a 7%— que, en junio de 2013, la autoridad monetaria planteara como objetivo. Fue en esa oportunidad que el Comité de Política Monetaria del Banco Central (Copom) modificó por última vez una meta que se ha alcanzado en solo trece de los sesenta y siete meses transcurridos desde entonces. Sin embargo, no sería extraño que a lo largo de casi todo este año la escurridiza inflación ingrese en la banda deseada por las autoridades por razones que mencionaré. Ello no implica que al culminar el 2019 el incremento del IPC no se vuelva a escapar de un rango que en realidad disimula al verdadero objetivo: la semisuma de las puntas.

Manejo monetario.

El nivel general de precios en alza o en baja refleja un problema macroeconómico y por lo tanto un desequilibrio a corregir en el corto plazo. En el caso concreto de la inflación, la necesidad de reducirla se debe a que es un impuesto que —como todo impuesto— provoca transferencias de ingresos indeseadas de sectores con ingresos fijos a los de ingresos variables y, asimismo, costos sociales por el desperdicio de recursos, como el tiempo productivo que se pierde en negociaciones por ajustes de precios y salarios y en otras instancias por el estilo.

Es por ello que las autoridades monetarias de numerosos países —como el caso de Estados Unidos, el Reino Unido, Japón, o Brasil para señalar uno más cercano—, o de regiones —como el Banco Central Europeo—, se reúnen con cierta frecuencia —no mayor a dos meses—, para evaluar el comportamiento del IPC. Y según los resultados de esa evaluación se mantienen, se refuerzan o se atenúan las medidas de política monetaria. Es oportuno recordar que la inflación es un fenómeno monetario y que manejando al dinero en alguna de sus versiones —de mayor o menor liquidez— es que se puede ajustar el comportamiento de los precios. Después de todo, sabemos que en una economía sin dinero —de trueque por ejemplo—, no hay inflación, tan solo cambios en precios relativos.

En nuestro país, el Copom del Banco Central (BCU) se reúne cuatro veces por año. Esto ocurre tras reunión previa del Comité de Política Económica, que incluye a igual número de componentes del BCU y del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), con prioridad de las propuestas de objetivos macroeconómicos del MEF ante la existencia de diferencias entre las de una y la otra institución —lo que le quita autonomía al Banco Central—, el Copom evalúa la necesidad de usar más o menos restrictivamente la política monetaria. Da entonces a conocer dos mensajes al mercado: cuál será el objetivo inflacionario y cuál será el comportamiento de la variación en la cantidad de dinero —el "M1 ampliado"— definida como la emisión, los depósitos en cuenta corriente y los depósitos en cajas de ahorro.

Con ese mensaje, trasmite que adoptará un régimen cambiario de flotación, pues no menciona que intervendrá en el mercado de cambios comprando o vendiendo moneda extranjera, y porque si dijera que intervendrá no tiene sentido mencionar que su acción monetaria será manejar el "M1 ampliado" con un ritmo de expansión dado —en este caso entre 6% y 8%— según lo anunciara tras la última reunión del Copom al final de diciembre.

Inconsistencia.

Flotando la moneda, el Banco Central gana control prácticamente absoluto de la emisión, aunque no tanto de los otros componentes del "M1 ampliado". Pero si interviene en el mercado cambiario para evitar la reducción o el aumento del tipo de cambio comprando o vendiendo dólares, para ayudar a la competitividad de la producción transable en el primero de los casos o evitar castigar a la demanda agregada interna en el segundo, entonces el BCU pierde el control de la emisión.

En el último mes y medio —co- mo lo había hecho antes durante un largo tiempo— la autoridad monetaria ha intervenido comprando dólares para evitar su baja y así ha aumentado sus reservas internacionales; pero para cumplir su compromiso de aumento de la cantidad de dinero, ha debido esterilizar los pesos emitidos para esas compras. Eso lo ha hecho colocando letras de regulación monetaria a tasas de interés crecientes, lo que determina que el ciclo se reproduzca automáticamente: compras de dólares por el BCU, esterilización de los montos en pesos de la compra que realiza para lo que aumenta su endeudamiento a crecientes tasas de interés, y así sucesivamente. Es un proceso que durará hasta que se produzca algún hecho exterior que devuelva el deseo por dólares de los agentes financieros, o hasta que la autoridad monetaria decida bajar la tasa de interés de sus colocaciones en letras de regulación monetaria y estimular la actividad económica.

Pero lo cierto es que, esa ida y venida de un régimen cambiario de flotación a otro de intervención, no ha permitido mantener el resultado inflacionario deseado como lo muestra la evidencia empírica.

Al tiempo que esa estrategia ha generado altísimo déficit del BCU por varios años, el objetivo se ha logrado tan solo transitoriamente.

Lo dicho anteriormente ocurrirá en la mayor parte de este año debido a razones externas y regionales, a la transitoria fortaleza interna del peso ante el dólar y a la recesión a la que estamos asistiendo hoy y que seguirá a lo largo de 2019. Recién hacia su final, y por inevitables cambios en la fortaleza del dólar, la inflación revertirá hacia un nivel otra vez fuera del objetivo.

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