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Estamos en el principio del fin

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Torre Ejecutiva. Foto: El País

Opinión

Simplemente lo marca la agenda: este gobierno empieza su último año de gestión, que permitirá juzgarlo por sus frutos. 

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Yo creo que al gobierno debemos evaluarlo también por una conducta —si se quiere sarcástica— para una administración con mayorías propias. En efecto, es el propio gobierno el que con frecuencia señala las medidas dolorosas que habrá que tomar a partir de 2020, como si nada tuviera que ver con el origen de ese doloroso trance que a lo mejor hay que pasar, y como si solo pudiéramos esperar durante todo un año solo más de lo mismo, es decir piloto automático, indolencia, nada.

Piloto automático. Si no hacen nada —como parece—, entregarán el gobierno en una situación parecida a la de una bomba de relojería. En efecto, finalizarán su período con un déficit fiscal de cerca de 5 puntos del PIB, lo que supone necesidades de financiamiento por más de dos mil millones de dólares en un contexto de incremento de tasas, más aún si aumenta el riesgo país.

Tendremos otra vez una inflación fuera del rango meta, cercana al 10%, una de las más altas del mundo por debajo de Venezuela y Argentina, pero por arriba de casi todos. Nos dejarán asimismo un país con la inversión en caída, una destrucción de 60 mil puestos de trabajo en los últimos 5 años y con 70 mil empleados públicos más, la gran política social que hicieron. Además nos dejan una inserción internacional nula en sus avances, en parte por la incompetencia manifiesta de la Cancillería, pero mucho más por el bloqueo ideológico del partido de gobierno, que desconfía del libre comercio y de las buenas relaciones con países competitivos.

Es así que hoy somos más amigos de dictadores marxistas e insolventes, y nos distanciamos por ideología de nuestros vecinos o de nuestros mejores compradores y vendedores. Por otra parte, con un déficit creciente financiado con endeudamiento y retraso cambiario, seguiremos siendo más caros que nadie. Lo seremos especialmente para el país productivo, que se va escorando poco a poco en el mar de la incomprensión.

Quedará también una deuda social, caracterizada por muchas políticas contrarias a la familia, a la seguridad, con un sindicalismo desbordado, gente queriendo un empleo público o una renta del Mides, e inversiones resueltas pico a pico y con opacidad. Y queda también una seguridad social que el gobierno nos dice está quebrada, después de alentar su desequilibrio.

Queda asimismo un agro postrado, con 11500 empleos menos; con una producción en volumen físico casi igual que hace diez años, solo diferente en la forestación; con una producción y productividad pecuarias similar a la de 2005/2006, un sector arrocero en caída libre con siembras de los años ´90, un sector lechero que replantea su destino y una agricultura peleando por volver a alcanzar guarismos viejos.

Además, con una inquietud social que se ve en los autoconvocados, ninguneados por el Presidente y su oscuro ministro del ramo, quienes no ven la responsabilidad que les toca por esta política de contratación de empleados públicos, de plata para el Mides, para Ancap, el Fondes o el museo Gurvich, todo financiado con una presión fiscal del 35% y un retraso cambiario que en conjunto destruyen la economía agropecuaria, al punto que hacen falta 486 hectáreas para lograr un ingreso mínimo.

Además de los costos inflados por el gobierno que deshacen el negocio agropecuario, se han acumulado mil trabas, registros, permisos previos, etc., que nos recuerdan los años anteriores al ´90, antes del planteo de desregular la economía agropecuaria, de devolver al empresario rural grados de libertad y premio a su propia excelencia.

Empezar por el agro. Con una economía en caída y —peor— totalmente rígida en sus variables más importantes, visualizo una posibilidad, no una certeza, de que puede ser el sector productivo, jamás el consumo, el que con suerte y cambio de expectativas de sus empresarios lidere una recuperación impostergable.

Habrá que volver a quitar la tierra del impuesto al patrimonio, eliminar el impuesto de primaria rural, y hacer desaparecer del todo ese ominoso pago del impuesto municipal con devolución a puro trámite. Y en materia tributaria habrá que volver a plantear llegar al gasoil sin impuestos, cambiando la política de refinado de combustibles. Así la tierra dejará de ser el puntal de la recaudación, y la presión fiscal debería retroceder el 50% que se incrementó en estos años de resentimiento anti agrario. Habrá que derogar también la ley de agrocombustibles, quizás buena para otra época, pero creadora de un nuevo monopolio de Ancap, empresa que ha sido contraria al interés colectivo y productivo.

Habrá que terminar también con la condición obligatoria de la trazabilidad, de los planes de uso que suponen pedir permiso para plantar cada uno en su propio campo, algo propio del socialismo. Por el contrario, hay que apostar al convencimiento, la persuasión, pero siempre en libertad. Terminemos también con todos los permisos previos para exportar ganado en pie o lo que sea. Terminemos con todos los registros de herbicidas, insecticidas, fertilizantes, semillas, validando los logrados en otros lados, enalteciendo la libertad y la seriedad de la gente, y bajando muchos costos.

Que se acaben los registros de aplicadores de plaguicidas, de maquinaria, que no sea obligatorio sembrar el raigrás o la avena que se le ocurre al MGAP, eliminar todos los registros previos que suponen cuotitas de poder y costos. Finalmente, a ver si nos animamos a rever la institucionalidad agropecuaria, con instituciones muy costosas, algunas de otra época, creadas en otras condiciones y todas sumando costos.

Hay que hacer todo a la vez para animar a los empresarios rurales a arriesgar, para hacerse dueños de los resultados de sus esfuerzos, sin obligación de compartirlos con el Mides, con el Fondes, con los empleados públicos, con los perfumes de Ancap, con los museos comprados.

A todos estos cambios que hay que hacer de una y con aquel fundamento, habría que sumarle el comienzo de negociaciones comerciales para recuperar amigos útiles, e intentar algún acuerdo de libre comercio que logre no solo mejor acceso sino que importemos productos que desafíen nuestra productividad, en especial la del trabajo, ayudando así a cambiar relaciones de precios que imposibilitan un buen desempeño exportador.

La enorme maraña de maneas de papel que inmovilizan el sector, el cúmulo de permisos previos, transferencias a sectores no competitivos, impuestos a la tierra, endeudamiento, y torcidas relaciones de precios, tiene un parecido enorme con otros tiempos que, no sin esfuerzo, se sacaron de encima. Para aquella enfermedad que volvió hará falta una terapia moderna, pero con la misma determinación o más.

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