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¿Por qué Trump no puede construir nada?

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Trump este lunes en la Universidad Internacional de Florida. Foto: Reuters

ANÁLISIS

Donald Trump no es el primer presidente, ni siquiera el primer presidente republicano, que ha intentado definir en parte su legado con un gran proyecto de construcción.

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Abraham Lincoln firmó las leyes que permitieron obtener terrenos y financiamiento para hacer posible el tren transcontinental. Theodore Roosevelt construyó el canal de Panamá. Dwight Eisenhower construyó el sistema de autopistas interestatales.

Sin embargo, el muro de Trump es diferente, y no solo porque lo más probable es que no llegue a construirse. Los grandes proyectos de construcción mencionados con anterioridad tenían como objetivo establecer conexiones entre las personas y hacerlas más productivas. El motivo del muro es la división; no solo se ha concebido como una barrera para protegernos de personas ajenas, sino como una medida para abrir una grieta entre los estadounidenses. Se centra en generar miedo, no en mirar a futuro.

¿Por qué Trump no está construyendo nada? No hay duda de que es el tipo de político más propenso a sufrir un complejo de construcción y experimentar un deseo ardiente de ver su nombre asociado con proyectos enormes. Además, durante la campaña de 2016 no se limitó a prometer construir el muro; también prometió una reconstrucción sustancial de la infraestructura estadounidense.

No obstante, después de su toma de posesión pasaron meses y meses sin que hiciera nada. Hace un año, de nuevo prometió “la inversión en infraestructura más significativa e intrépida en toda la historia de Estados Unidos”. De nuevo, no pasó nada.

En enero se habló acerca de una reunión en la Casa Blanca para elaborar un nuevo plan de infraestructura. Esta vez es verdad. No hay la menor duda. ¿Acaso este gobierno se atrevería a mentirnos?

Lo que sería interesante preguntarnos es por qué Trump parece tan renuente a reparar nuestros desgastados caminos, puentes y suministros de agua, entre otras cosas, o francamente incapaz de hacerlo. Después de todo, según las encuestas, la gran mayoría del público quiere que aumente el gasto en infraestructura. La inversión pública es un tema en el que Trump podría obtener un gran respaldo de los demócratas; beneficiaría a la economía y también ayudaría a mejorar la percepción del público de que el gobierno es caótico e incompetente.

Por desgracia, todo parece indicar que en los siguientes dos años tendremos que conformarnos con discursos ocasionales acerca de la infraestructura, pero nada de acción. ¿A qué se debe esta parálisis?

Algunos análisis de noticias sugieren que el tema en discordia es el dinero, que solo podrán hacerse grandes inversiones en infraestructura si republicanos y demócratas logran ponerse de acuerdo en la forma de pagar esos proyectos. Claro que eso es pecar de crédulos. Basta recordar que en 2017 el Partido Republicano aprobó un recorte fiscal de dos billones de dólares sin ninguna fuente para cubrirlos y, aunque el recorte fiscal no ha producido en absoluto el auge prometido en la inversión privada, todavía no hay ninguna señal de remordimiento de sus partidarios.

Así que a los republicanos en realidad no les importa endeudarse para pagar si de verdad quieren algo. En cuanto a los demócratas, cuyos principales analistas políticos sostienen que el temor generado por el déficit es exagerado, lo más seguro es que apoyarían un programa de gasto en infraestructura financiado con deuda.

En síntesis, el dinero no es ningún obstáculo para realizar obras de infraestructura. El verdadero problema es que ni Trump, ni sus funcionarios, ni su partido quieren en realidad el tipo de inversión pública que necesita Estados Unidos. No van a construir.

En el caso de los funcionarios de gobierno de Trump, lo sorprendente de los distintos “planes” (o, para ser más precisos, bosquejos) de infraestructura que han propuesto es que requieren muy poca inversión pública directa. Más bien se trata de esquemas que, en teoría, emplearían fondos públicos como base para atraer grandes cantidades de inversión privada. ¿Pero por qué no simplemente construyen algo? Quizá sea, en parte, para mantener bajos los costos planeados. El problema es que este tipo de esquemas también son una forma discreta de privatizar activos públicos y es muy posible que generen pocas inversiones nuevas.

Es cierto que un verdadero plan de infraestructura obtendría un gran apoyo demócrata, pero no así una acción basada en alianzas capitalistas que pretendan hacer pasar por infraestructura.

En cuanto a los republicanos del Congreso, no les interesa en lo más mínimo ningún tipo de programa de inversión pública. Durante los primeros dos años de Trump en la presidencia, lo presionaron para presentar un plan que en realidad casi no asignaba fondos para inversiones nuevas y después inventaron excusas para ni siquiera lidiar con esa penosa propuesta.

La verdad es que los conservadores modernos odian la idea de cualquier rubro adicional de gasto público, aunque pueda mejorar la vida de los estadounidenses (o quizá sea más preciso decir, en especial si puede mejorar la vida de los estadounidenses), pues un programa de gastos exitoso podría contribuir a legitimar un papel positivo para el gobierno en general. Quizá Trump no comparta por completo la ideología minarquista de su partido, pero su limitada energía se canaliza en encontrar la manera de castigar a la gente, no en ayudarla.

¿Entonces quién reconstruirá Estados Unidos? Trump y su partido ya tuvieron una oportunidad y es evidente que no les interesa poner manos a la obra, así que tendrán que ser los demócratas. La propuesta que contiene el Nuevo Acuerdo Verde es deliberadamente escueta, pero es claro que pretende reavivar la tradición estadounidense de destinar inversión pública a obras de interés público.

Supongo, y también espero, que si los demócratas tienen la oportunidad (si retoman el control de la Casa Blanca y el Senado en 2021), no permitirán que cuestiones de financiamiento bloqueen el progreso de los proyectos de infraestructura. La enorme reforma de salud necesitará nuevas fuentes de ingreso, pero, dado que las tasas de interés se mantienen bajas, financiar la inversión pública con deuda podría ser una política sana. Tenemos que construir, deberíamos construir y, no pierdo la esperanza, vamos a construir.

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