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Política económica y pandemia: ¿es diferente?

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

La instancia de la presentación del presupuesto quinquenal siempre fue clave en nuestro país.

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Por su intermedio, se concretiza la estrategia económica que llevará adelante la administración entrante, así como los instrumentos para ejecutarla. Componente esencial es la factibilidad de sus propuestas, para lo cual deben acatar la restricción ineludible de su financiamiento.

Cumplir con ese precepto básico les otorga sostenibilidad en el tiempo, condición necesaria para que las políticas logren mantener a raya la expansión del endeudamiento, contra cara inevitable del exceso de gasto sobre los ingresos.

Todo proceso presupuestal arranca con la propuesta enviada por el Ejecutivo y su posterior tratamiento Parlamentario, culminado en su aprobación; se trata de la síntesis de ideas propias del gobierno de turno, pero también de la interacción de distintos segmentos de la sociedad que expresan sus aspiraciones transmitidas a través de sus legisladores.

Una de las innovaciones es intentar convertirlo en un instrumento anti cíclico, de manera de lograr que su gasto se expanda en momentos de contracción econòmica respecto a una tendencia de largo pre establecida y que lo haga en reversa en la fase contraria del ciclo.

De todos modos, esa innovación deberá respetar la restricción del equilibrio entre ingresos y egresos, acumulando o desacumulando reservas previas. O en su defecto, aumentando el endeudamiento o disminuyéndolo según la fase del ciclo en que se encuentre la economía.

Aunque conceptualmente luzca atractivo, no es de fácil instrumentación. Primero, porque el país no tiene una fuente de financiamiento robusta, proveniente de un rubro de exportación masivo como el cobre o el petróleo que permita acumular recursos que son usados para propósitos contra cíclicos. Por tanto, el sucedáneo es utilizar el endeudamiento. En segundo lugar, se trata de resultados que dependen de la gestión de un enorme conglomerado, donde operan decisiones locales, y eventos externos que implican supuestos sujetos a error y también a imprevistos que pertenecen al dominio de lo desconocido.

La pandemia es un ejemplo típico. Por tanto bienvenidas las reglas, pero también posturas sesgadas siempre hacia la cautela, pues la experiencia muestra que el gasto siempre le ganó a la previsión de ingresos. Y más con el fenómeno inesperado actual.

Según los anuncios, el presupuesto actual tiene como uno de sus objetivos recuperar la sostenibilidad fiscal comprometida por el alto déficit heredado, cuando al mismo tiempo debe ya en el comienzo expandir el gasto para financiar las consecuencias de la pandemia.

Al mismo tiempo, viene acompañado por un marco externo inédito caracterizado por caídas del PIB no vistas desde la gran Depresión, junto a la caída aguda del comercio internacional de bienes y servicios (turismo) y aumento del desempleo. Su movilizador es un virus cuyos impactos irradian incertidumbre, que atemorizan a los ciudadanos y que ponen en jaque a las administraciones en cómo revertir una realidad inesperada. Por lo cual, toda la experiencia acumulada en el combate de crisis queda relativizada.

Esto implicará aceptar que habrá desvíos o distorsiones generados por políticas domésticas y de los países industrializados, como reacción al combate a la pandemia.

Hoy estamos transitando un cambio radical en el sistema financiero, quizás más profundo que el ocurrido a comienzos de los `70 del siglo pasado, cuando se desmembró el ordenamiento de Bretton Woods por intermedio de la flotación del dólar y la apertura de las cuentas de capital.

Aquellos cambios facilitaron la expansión del gasto de las economías emergentes financiadas con deuda, y las subsiguientes crisis de endeudamiento de los `80. También promovieron la crisis del sudeste asiático de fines de los `90, para citar dos casos relevantes de trascendencia para el mundo emergente.

Hoy estamos dentro de con un escenario donde, a raíz de la pandemia, el mundo está inundado de liquidez y por ende con disponibilidad de crédito barato. Eso implica una válvula de escape para financiar la expansión del gasto en los países emergentes. Pero también es un canal que erosiona la sostenibilidad de sus de pagos externos, por el doble juego del decaimiento de su crecimiento y el aumento del endeudamiento.

En los albores de la pandemia, el G20 había tomado la iniciativa aportando alivio al endeudamiento de 76 países muy pobres. Al mismo tiempo, las agencias calificadoras intensificaron la tendencia de rebaja de los ratings, tanto de países soberanos como de la deuda corporativa, incluida la de empresas emblemáticas de países desarrollados (Ford).

En estos casos, la respuesta fue el hombro de la administración americana a través de varios instrumentos, entre ellos la compra de bonos de corporaciones en problemas. Lo mismo en Alemania, comprando acciones de empresas en problemas como Lufthansa. Lo que para esos países antes era anatema, en cuestiones de política económica se hizo moneda corriente, sin mostrar signos de agotamiento.

¿Qué esperar entonces para una América Latina que aumentará su endeudamiento por causas de fuerza mayor a tasas excepcionalmente bajas?

Casi todos los países han sufrido ya la rebaja de sus ratings, lo cual encarecerá su endeudamiento futuro, tanto sea para financiar gasto corriente como el extraordinario causado por la pandemia. A lo que se agrega el correspondiente al refinanciamiento de vencimientos.

En un escenario donde el crecimiento económico proyectado será insuficiente para evitar el deterioro que ya muestra el coeficiente Deuda/PIB en todos los países de la región, es de pensar que habrá países que entrarán en dificultades y deberán reestructurar sus deudas. En estos días, con pocos titulares, Ecuador lo hizo, aplicando cláusulas pre acordadas para tales efectos (CACs) incluidas en sus bonos. Argentina es otro ejemplo próximo a culminar.

De esta manera, América Latina retornó a un pasado que debió dejar definitivamente atrás. Por tanto, aquellos países que aun están a tiempo de alejarse de ese pasado sombrío, deben hacerlo a toda costa, a pesar del impacto negativo de la pandemia

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