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Poco margen para abatir la inflación

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IPC aumentó 9,4% en 2015, más de un punto por encima del registro de 2014.

La variación de los precios al consumo se aceleró a lo largo del último año. Al cierre de 2015 el IPC registró un incremento del 9,4%, más de un punto porcentual por encima del guarismo registrado un año atrás.De hecho, en algún momento se llegó a temer que la inflación anualizada supere la barrera del 10%, que a esta altura impacta más del punto de vista psicológico que práctico, ya que se desactivaron una serie de ajustes a nivel del sector público que hasta hace un tiempo se debían procesar automáticamente si se pasaba ese nivel.

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De todas formas, la aceleración preocupa por la incertidumbre que todo aumento elevado de precios genera, al distorsionar la toma de decisiones, en las que comienzan a pesar cada vez más los aspectos defensivos, con la consiguiente pérdida de dinamismo de la economía. Es por ello que es un tema de seguimiento permanente de las autoridades económicas.

Lamentablemente ante los distintos desequilibrios macroeconómicos que enfrenta la economía y dada la coyuntura actual, prácticamente no hay margen para abatirla en el corto plazo. Es más, no debería extrañar que en algún mes puntual durante el primer semestre del presente año la variación acumulada del IPC supere el 10%. Existen razones de índole cambiario, fiscal y salarial que lo explicarían.

El análisis de la evolución del IPC en un período más largo arroja luz al respecto. En el set de gráficos que acompaña la nota se muestra que la aceleración de la inflación es un proceso que se viene dando desde el año 2010. En algún momento se mencionó a nivel oficial conformidad con niveles en el entorno al 8%. Pero desde mediados de 2012 han sido superados con holgura lo que generó preocupación, con la salvedad el año 2014, en el que se desaceleró.

El 2014 fue muy particular, entre otras cosas porque fue un año electoral. Y en materia de precios también lo fue. Para entenderlo mejor, lo más adecuado es desagregar el IPC en precios transables (pasibles de competencia internacional y por consiguiente vinculados al tipo de cambio), no transables (dependientes del mercado interno, donde la evolución de los salarios es clave) y los administrados, responden a razones administrativas, fundamentalmente a objetivos de política económica.

Fueron estos últimos los que incidieron en el menor incremento del IPC a lo largo del año 2014, al registrar una variación inferior al 2%, frente al 8,5% registrado en 2013 y el 7,1% en el año que acaba de finalizar.

Claramente hubo aquí una decisión política para procurar que la inflación, que a comienzos de aquel año se acercaba al 10%, se frenase, apelando entre otros instrumentos a los precios administrados.

En la coyuntura actual ello ya no es posible, ya que como contrapartida, esas medidas tienen un costo fiscal importante. No lo fue en 2015 y no lo será en este año. Los recientes anuncios de subas en las tarifas de OSE, UTE, Antel y la no baja de los combustibles son una señal clara al respecto. La situación de las finanzas públicas no sólo no amerita apelar por el momento a las tarifas, sino que hace recaer sobre las Empresas Públicas una parte importante del esfuerzo por tratar de abatir el déficit fiscal.

Otro factor que incide en la evolución del IPC es el tipo de cambio. Aquí entra en juego otro de los desequilibrios macroeconómicos, la pérdida de competitividad, en la que en el corto plazo el tipo de cambio juega un rol fundamental. Máxime cuando los dos principales vecinos, socios del Mercosur y competidores en los mercados extra regionales, han devaluado sus respectivas monedas de manera importante.

En los gráficos se muestra cómo se aceleraron los precios transables desde el cambio en la política monetaria allá por mayo de 2013, que revirtió la tendencia descendente que mostraba la cotización del dólar en la plaza local. Desde entonces el valor de la divisa estadounidense se incrementó casi un 60%, lo que impulsó a los precios transables que se incrementaron 27% en el mismo período.

Los aumentos no fueron iguales en ambos casos ya que coincidió con un descenso de los precios internacionales (el fin del súper ciclo de los commodities coincide con este período), pero la tendencia es la misma.

En lo que respecta al tipo de cambio, las autoridades entendieron que la fuerte suba que se registró en Brasil, tenía un elevado componente de volatilidad, asociado al ruido político en el vecino norteño, por lo que entendieron adecuado monitorear la evolución del dólar en el mercado local, para evitar tales volatilidades. De paso, dado que los precios transables tienen un peso importante en el IPC, se evitan eventuales alzas bruscas en los precios. Pero la forma que intervino el BCU en el mercado cambiario, sobre todo en el último cuatrimestre, no debería repetirse. En primer lugar, porque el nivel de reservas de que dispone el BCU cayó a la mitad. Si bien el stock que tenía acumulado era elevado y fue comprado a precios bajos y vendido a precios más altos, con una ganancia patrimonial, las posibilidades de seguir interviniendo se van acotando.

Pero lo más importante es el tema competitividad y Uruguay necesita imperiosamente profundizar el ajuste de precios relativos, máxime cuando los vecinos se están abaratando en dólares a un ritmo más acelerado que nosotros. Todo ello hace pensar que el tipo de cambio volverá a aumentar por encima de la inflación y en un guarismo absoluto no muy distinto al registrado en 2015, con el consiguiente impacto en los precios transables.

El margen para la desaceleración de la inflación se reduce a los precios no transables. Aquí inciden los incrementos de costos que enfrentarán las empresas debido a los aumentos salariales y el humor de los consumidores. Con respecto a este último es muy importante la percepción acerca del futuro laboral en momentos en que está aumentando el desempleo. De como responda la demanda interna ante la nueva coyuntura económica dependerá la posibilidad de las empresas de trasladar a precios los mayores costos o la disminución de los márgenes.

A su vez, esos mayores costos, serán el resultado de acuerdos salariales en los que debería estar presente la desaceleración de la economía. Si así fuese y se logra deslindar los ajustes de la inflación pasada, se estaría amortiguando una de las principales fuentes de presión que impulsaron los precios al alza en los últimos años. De lo contrario, si se busca un incremento real de las remuneraciones, como la economía no lo tolera, se trasladará a precios y mayor desempleo.

Queda por último la política monetaria, cuyo impacto se ve amortiguado por los factores mencionados.

HORACIO BAFICO Y GUSTAVO MICHELIN

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