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Poco espacio político para cambiar el panorama de marzo 2020

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

En la economía uruguaya se están utilizando sus factores productivos por debajo de la ocupación que su dotación —en calidad y en cantidad— permite.

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Hay subutilización de trabajadores —en muchas de sus calificaciones—, y también de capital fijo. Es muy probable que tras la asunción de la nueva administración en marzo, esta situación continúe por bastante tiempo más. Sea porque lo que hoy se propone no alcanza para sacar al país de su receso o porque la oposición que resulte no dará tregua para aplicar la fórmula que aquella proponga.

La evidencia

La información macroeconómica confirma que hoy la situación no es buena y, dadas las condiciones internacionales y regionales, así como la propia combinación de políticas que se usan para incrementar la actividad, es alta la probabilidad de que en marzo del año entrante la situación sea aún peor. La producción de bienes y de servicios (PIB) es menor que la de un año atrás. La ganadería y la agricultura, la industria manufacturera, la construcción y el comercio no crecen y no parece que pueda haber condiciones externas ni internas que reviertan la situación en lo que resta del actual período de gobierno. El desempleo es alto, el empleo declina y es significativa la capacidad ociosa de los bienes de capital, lo que restringe a la inversión. Ya malos hoy, serán peores los indicadores de la situación macroeconómica cuando asuma el próximo gobierno.

Varias son las razones para estos comportamientos, en un contexto en el que la inflación seguirá por encima de la meta oficial aún, cuando se dibuje el resultado apelando a los ya conocidos y tan burdos como poco duraderos artificios habituales. Hay razones externas y hay razones propias.

La situación de Brasil no da margen para una rápida recuperación. Es alto el desempleo y vive medidas de reducción del alto déficit fiscal que requieren cierto tiempo para madurar y crear condiciones para el crecimiento. Por un tiempo, Brasil no influirá favorablemente sobre Uruguay. Y difícilmente cambie en el corto plazo la situación actual y proyectada de Argentina, un socio importante para la venta de servicios, la inversión inmobiliaria y por la contribución que hace a la recaudación tributaria. Tardará mucho tiempo antes que su economía se recupere del presente deterioro, sea con la actual administración o con otra que triunfe en las elecciones de octubre. Del exterior, solo nos queda como algo relativamente bueno y duradero, al menos por un año más, la bajísima tasa de interés de la política monetaria de Estados Unidos y eventualmente, el beneficio de la desviación de comercio que provoca el enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China. Aunque es de señalar que en el primero de los casos resulta una ventaja para seguir financiando déficit del sector público —y no para inversión de riesgo no financiero—, y en el segundo, el beneficio no es claro más que para el precio de algún producto del agro.

La recuperación de nuestra economía será muy difícil de lograr en un lapso relativamente corto, pues además de lo señalado del exterior y sus efectos sobre la producción local, la combinación de políticas macroeconómicas que se emplea en Uruguay no es amistosa para el crecimiento, ni para el abatimiento de la inflación sin pérdida de competitividad. La política fiscal es muy contractiva por el lado de la presión impositiva, pues disminuye el ahorro disponible de personas y empresas, lo que se traduce en menor consumo y en menor inversión —como confirma la información actual— y, como contrapartida, en menor producción y recaudación. Por el lado del gasto fiscal, éste no tiene el mismo efecto multiplicador que el que se pierde por la exacción impositiva para financiarlo. Hay mucha “resaca” de lo que se recauda que queda en el camino y no llega a los supuestos beneficiarios del objetivo. La política monetaria es errática en su vinculación con la cambiaria: a veces se flota y a veces se interviene en el mercado de cambios. Eso resulta en problemas de competitividad que luego, al quererse solucionar, se traduce en presiones inflacionarias.

Después

El diagnóstico para el primer día de marzo del año entrante se presenta sin cambios favorables respecto a la situación macroeconómica actual. Prácticamente igual la situación mundial y regional y manteniéndose todavía la disposición del exterior para financiar un déficit fiscal que entonces será histórico —más alto que el actual que ya lo es—, el mayor desde febrero de 1990.

La única expectativa favorable es la de una gran inversión de una empresa extranjera, que no ocurriría en un año sino que se iría dando en dos o tres —y no enteramente por su monto en Uruguay— y la inversión de su contrapartida local. Sobre la mesa de la nueva conducción económica estarán las medidas que sus asesores recomienden en el lapso desde la elección hasta la asunción. Algunas requerirán aprobación parlamentaria —como la reforma jubilatoria— y otras que pueden ser de gusto del mercado, pero de disgusto de entidades y políticos que se opondrán y aún otras que pueden ser del gusto de ciertas entidades y políticos y de disgusto del mercado.

El espacio político se presentará sumamente estrecho para un programa económico que permita sortear la coyuntura recesiva e inflacionaria y con restricciones fuertes para el uso de una política fiscal menos contractiva y una monetaria más expansiva y favorable a la competitividad productiva local. Tan estrecho que, a mi juicio, dilatará por bastante tiempo más la corrección de los problemas actúales; no descartemos que, incluso, los agrave.

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