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Poca agua en el tanque

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La expresión del título no es mía, sino de un amigo quien me la dijo cuando estábamos intercambiando información sobre el nivel del tipo de cambio, la situación de la industria y el agro, y me resultó muy gráfica para resumir la situación de estos dos sectores clave de nuestra economía.

Cuando hablamos del tipo de cambio, usualmente la gente se refiere a la cotización de pizarra del dólar, o sea el precio de una moneda de reserva, pero los economistas pensamos en el tipo de cambio real, es decir a la relación entre dos precios, uno externo y el doméstico. Si el precio doméstico, expresado en moneda internacional es alto —comúnmente "Uruguay está caro"— se suele decir que existe atraso cambiario. Esa es la situación hoy, sin dudas; basta salir y darse una vuelta por los principales centros mundiales para verificarlo. El hecho se verifica en valores absolutos de los bienes, pero también de los servicios, donde vemos el tamaño del desfasaje. Piénsese que si el ingreso per-cápita de nuestros habitantes no supera la tercera parte del de los países desarrollados, esto significa que el costo salarial de un servicio "similar" en Uruguay es la tercera parte que en ese país, siendo los servicios intensivos en mano de obra, es difícil pensar que el precio final al público pueda ser mayor aquí que allá. Siendo que eso pasa, seguramente nuestra baja productividad más el peso de impuestos y servicios públicos, también colaboran con el atraso cambiario, haciendo un cóctel peligroso.

En este sentido el panorama se complicó últimamente. Medido "entre extremos", febrero- febrero, sólo el enorme encarecimiento de Argentina y Brasil moderaron el deterioro de la competitividad. La cotización del dólar, euro, yen, peso mexicano, libra, renminbi y los dólares australianos y neozelandés han caído en términos nominales frente al peso. Son países donde prácticamente no hay inflación, mientras nosotros seguimos con fuertes aumentos de precios. En ese período, el costo salarial del sector privado en Uruguay, medido en dólares, aumentó en el orden del 24,5%, las tarifas relevantes, energía y combustibles, lo hicieron 20,5%, en tanto los alquileres y otros precios no transables 19,5%. Si los medimos en euros o renminbis, el aumento de los costos salariales supera el 30% y el resto suben en proporción. Lo anterior, combinado con el hecho de que los precios internacionales de exportación de nuestros bienes permanecen estables —suben 6.5% en la agropecuaria y caen 4.5% en la industria—, luego de haber tenido caídas importantes en 2015, 15% en el agro y 10% en la industria, muestran de manera completa el complejo panorama real. No hay mejora tecnológica posible que pueda aumentar la productividad en guarismos cercanos a esta extraordinaria pérdida de rentabilidad, ni de casualidad. Es más, cuando hablamos de mejoras en la productividad tenemos que medir no la propia en valor absoluto, sino la relativa frente a las ganancias del resto del mundo. Cuando hacemos esta cuenta salimos mal parados; en general el resto del mundo ha mejorado más que nosotros en los últimos años.

Las variables manejadas constituyen el corazón de los costos internos y por tanto los "que definen la ecuación", el resto de los costos son materias primas, insumos y bienes que responden a precios internacionales, de donde es fácil inferir que asistimos a un pronunciado deterioro de la capacidad de competencia, no sostenible en el tiempo. Las cifras de la industria han mostrado crecimiento desde agosto del año pasado, pero responde a contratos realizados con un dólar entre $30 y $32 y costos al menos 10% inferiores a los actuales. Me resultaría muy extraño que la producción industrial no comience a caer nuevamente en breve. Únicamente significativos aumentos de las exportaciones hacia Argentina y Brasil podrían evitar el nuevo retroceso de nuestra industria. En el último año, las exportaciones a estos dos destinos pasaron de representar el 19% al 23%, pero en los últimos meses se acercan al 30% del total, siendo prácticamente los únicos destinos con variaciones positivas.

Las noticias de cierres de industrias, dificultades en el agro y algunos servicios o industrias cercanamente relacionadas, no son otra cosa que el reflejo de los números planteados. La otra pata de lo descrito es el endeudamiento creciente, en un ciclo que se repite, en especial en el agro, donde los indicadores muestran un volumen de deuda equivalente al 100% de su PIB. Siendo este porcentaje un promedio, implica que muchos emprendimientos irán a la quiebra o, al menos, a un concurso donde habrá quitas. La industria, tradicionalmente más prudente, tiene menos deuda.

Es evidente que tanto la industria como los establecimientos agropecuarios que permanecen en pie sin dificultades, constituyen la vanguardia en materia de productividad y aplicación de tecnología. En el resto, los números rojos están a la orden del día. Hasta el momento, las pérdidas se han podido aguantar sin mayores contratiempos porque se viene de un prolongado período de buenos resultados, pero desde el último trimestre de 2014, en general, sólo asistimos a un empeoramiento mes tras mes, es decir, la mayoría de las empresas de estos sectores "están con poca agua en el tanque" como para resistir mucho tiempo una situación como la actual.

La solución es clara, nuestra moneda debe sincerarse. Lo mejor es que sea en un proceso relativamente extenso, 30 a 36 meses. Para que ello sea posible y la inflación no termine "devorando" las ganancias iniciales, el gobierno debe procesar una fuerte contención del gasto público.

ISAAC ALFIE

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