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Pasos hacia la equidad en la educación

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Sede del Ministerio de Educación y Cultura (MEC). Foto: archivo El País.

OPINIÓN

Los padres más pobres no creen que las inversiones en sus hijos sean eficaces. La buena noticia: estas “creencias” son maleables. Hay programas efectivos para mejorar las aspiraciones de los padres.

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Los padres más pobres no creen que las inversiones en sus hijos sean eficaces. La buena noticia es que estas “creencias” son maleables. Existen programas efectivos para mejorar las aspiraciones de los padres.

Tres profesores de la Universidad de Chicago - John List, Julie Pernaudet y Dana Suskind – evalúan dos programas que buscan mover las aspiraciones de los padres respecto a sus hijos. Los investigadores saben que esto es clave para cortar la transmisión intergeneracional de la pobreza.
Brindar información.

Para desarrollar el primero de los programas, los investigadores se asociaron con diez clínicas pediátricas. Estas clínicas se enfocaban en poblaciones especialmente vulnerables de Chicago. El programa consistía en trabajar con cada padre apenas traía a su hijo a la primera revisión médica (4 o 5 días después de nacido). Aparecieron 475 familias que quisieron participar del programa. Para testear si el programa era efectivo, formaron un “grupo de tratamiento” (padres que efectivamente serán parte del programa) y un “grupo de control” (padres que no participan del programa, pero sirven como punto de comparación).

A los padres que participaron del programa se los invitó a ver cuatro videos de diez minutos cuando llegaban a la clínica con su bebé. Esto se repitió las cuatro veces que iban a la clínica (al mes del nacimiento, y a los 2, 4 y 6 meses). Los videos los veían en la sala de espera de la clínica, en una Tablet que le entregaban mientras estaba esperando al médico.

Los videos tenían dos partes. La primera parte daba información del rol de los padres en las etapas de desarrollo inicial del bebé. Se les explicaba que el cerebro del niño es maleable. En la segunda parte se le daban consejos concretos, bien prácticos, para que los padres lo aplicaran a diario. El énfasis estaba en dedicar tiempo a desarrollar el lenguaje del niño. Se promovían tres acciones: conectar con el niño, hablarle más e intentar generar un diálogo (esto se conoce como la fórmula de las tres “T” por sus siglas en inglés: “Tuning in, Talking more, and Taking turns”). El programa tuvo buena acogida: dos de cada tres padres vio los cuatro videos.

Visitas domiciliarias

El segundo de los programas que se probó fue las visitas al hogar del recién nacido. Es una intervención intensiva. El foco sigue siendo el mismo: empujar el desarrollo del bebé, especialmente a través del lenguaje. Los investigadores salieron a la calle a promocionar las visitas domiciliarias. Fueron a las verdulerías y supermercados, a los jardines de infantes y a los centros comunitarios, a las paradas del transporte público. Lograron sumar unas 100 familias. También en este programa los investigadores dividieron las 100 familias en dos grupos. El “grupo de tratamiento” recibió las visitas domiciliarias. El “grupo de control” no recibió las visitas, tenía el rol de servir como punto de comparación.

Las familias del “grupo de tratamiento” recibieron dos visitas en su hogar por mes durante un semestre. Cada visita duraba una hora y seguía paso a paso un contenido específico que se había diseñado para el programa. Se buscaba cambiar la mentalidad de los padres, que entendieran que realmente podían incidir en el desarrollo del niño.

En cada visita domiciliaria, el asistente social comienza mostrándole a los padres un video sobre un tema específico de desarrollo del niño (por ejemplo, las interacciones al hablar). Luego del video, el asistente social aplica, junto a los padres, lo aprendido en el video. Por ejemplo, pueden aplicar las tres “T” (conectar con el niño, hablarle al niño, dialogar con el niño) mientras están cocinando. Así el asistente social les demuestra a los padres cómo las actividades diarias normales son una oportunidad perfecta para conectar con el niño, practicar el lenguaje describiendo la comida, etc. Antes de terminar la visita, el asistente social filma a los padres interactuando con el niño, para luego trabajar sobre ese video con los padres. Se les dice qué hicieron bien o no tan bien, y se les sugiere metas para hacer esta semana.

La aceptación del programa de visitas domiciliarias fue muy buena. Dos de cada tres familias completaron las doce sesiones de visitas domiciliarias.

Resultados.

Tanto los videos en la sala de espera de las clínicas como las visitas domiciliarias fueron eficaces para aumentar las aspiraciones, para cambiar la mentalidad de los padres. Y también descubren los citados investigadores de Chicago que las visitas domiciliarias son el doble de efectivas que los videos en las salas de espera.

Pero no solo aumenta la creencia de los padres de que verdaderamente pueden impactar positivamente en su hijo. También el estudio encuentra evidencia de que las familias que participaron de los programas invirtieron más en el capital humano de su niño.

Mejoraron las aspiraciones de los padres. Aumentaron las inversiones en capital humano. Pero, ¿el niño mejoró en su desarrollo? El estudio encuentra que el programa de visitas domiciliarias es especialmente efectivo para el desarrollo del niño: el niño interviene más en interacciones lingüísticas con sus padres, el vocabulario mejora, y se desarrollan habilidades socio-emocionales.

El programa de visitas domiciliarias se muestra así más efectivo que el programa de videos en la sala de espera de las clínicas. Este resultado es bastante lógico: el programa de visitas domiciliarias es una intervención mucho más intensiva.

Las aspiraciones son potentes

Los investigadores dan un paso más y estudian en una población numerosa si existe alguna relación entre aspiraciones de los padres (es decir, la mentalidad de que realmente pueden incidir en el futuro de sus hijos) y el desarrollo del niño. Interesantísimo: encuentran que las aspiraciones de los padres y el desarrollo del niño van de la mano para toda la población estudiada. Y esta relación positiva se da para todas las edades y para todos los diferentes indicadores de desarrollo del niño.

El futuro de un país se juega en el capital humano de su gente. Ayudar a los padres – también a los más vulnerables – a darse cuenta de que pueden incidir en el futuro de sus hijos es una inversión muy rentable.
(*) Decano de Ciencias Empresariales, Universidad de Montevideo.

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