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El Partido Republicano activa de lleno el modo autoritario

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Donald Trump. Foto: Reuters
Reuters - ELECCIONES-EEUU-SUPERMARTES - POL,VOTE - El precandidato republicano Donald Trump durante un evento de campaña en el Estado de Georgia. 29 de febrero de 2016. El empresario Donald Trump está bien posicionado para asumir un firme liderazgo en la carrera por la nominación republicana de cara a las elecciones presidenciales en Estados Unidos cuando 11 estados voten el martes, algo que probablemente intensificará las preocupaciones entre los l� deres del partido opositor. REUTERS/ Philip Sears ELECCIONES-EEUU-SUPERMARTES - PHILIP SEARS
PHILIP SEARS/REUTERS

OPINIÓN

Ahora resulta que Donald Trump puede ser lo mejor que pudo haberle ocurrido a la democracia estadounidense.

No, no me volví loco. El “Individuo-1” es sin duda un aspirante a dictador que desprecia el Estado de derecho, además de ser corrupto y probablemente estar al servicio de poderes extranjeros. No obstante, también es holgazán, indisciplinado, egocéntrico e inepto. Y como la amenaza a la democracia es mucho más extensa y profunda que un solo hombre, en realidad tenemos suerte de que esas fuerzas que amenazan a Estados Unidos tengan a una persona tan ridícula como su rostro público.
No obstante, esas fuerzas pueden prevalecer de todos modos.

Si quieren entender qué está sucediéndole a nuestro país, el libro que realmente necesitan leer es “How Democracies Die” de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Como bien señalan los autores —ambos catedráticos de Gobierno en Harvard—, en décadas recientes varias naciones que se autodefinen como democráticas se han vuelto Estados autoritarios de facto donde gobierna un solo partido. Sin embargo, en ninguna de estas naciones ha habido un golpe militar clásico, con tanques en las calles.
En cambio, lo que hemos visto, son golpes de Estado mucho más sutiles: se intimida o controla a los medios de comunicación; hay elecciones manipuladas que privan del derecho al voto a los electores de la oposición; nuevas reglas del juego que otorgan al partido gobernante un control abrumador incluso si pierde el voto popular; y tribunales corruptos.
El ejemplo clásico es Hungría, donde Fidesz, el partido nacionalista blanco gobernante, ha logrado hacerse del control de la mayoría de los medios; destruyó la independencia del Poder Judicial; manipuló las elecciones para conceder el derecho al voto a sus seguidores; manipuló los distritos electorales a su favor y alteró las reglas de tal modo que una minoría en el voto popular se traduzca en una supermayoría en la legislatura.
¿Díganme, muchas de estas cosas no les suenan familiares? Pues deberían. Verán, los republicanos han venido adoptando tácticas similares, no a nivel federal (todavía), pero sí en los estados que controlan.

Como afirman Levitsky y Ziblatt, los estados, los cuales el magistrado Louis Brandeis afirmó de manera célebre que eran los laboratorios de la democracia, “están en peligro de convertirse en laboratorios del autoritarismo, a medida que los que están en el poder reescriben las reglas electorales, diseñan los distritos electorales a su antojo e incluso retiran el derecho al voto para asegurarse de no perder”.
Por ende, las purgas de electores y la restricción deliberada del acceso a las minorías a las urnas se ha vuelto una práctica habitual en buena parte de Estados Unidos. ¿Acaso habría ganado Brian Kemp, gobernador electo de Georgia —quien supervisó su propia elección como secretario estatal— sin esas acciones? Lo más seguro es que no.
Además, el Partido Republicano ha participado en fraudes electorales extremos. Algunas personas se sienten tranquilas por el hecho de que la victoria abrumadora de los demócratas con el voto popular en la Cámara de Representantes se tradujo, de hecho, en una mayoría equiparable en las curules obtenidas. No obstante, uno se queda menos tranquilo al observar lo que ocurrió a nivel estatal, donde a menudo los votos no se reflejaron en términos de control de legislaturas estatales.

Hablemos, en específico, sobre lo que está ocurriendo en Wisconsin.
Ha habido una buena cantidad de reportajes sobre la toma de poder que en este momento se está dando en Madison. Luego de perder casi todas las elecciones a nivel estatal en Wisconsin el mes pasado, los republicanos están usando las sesiones de la legislatura saliente para limitar considerablemente el poder de los puestos que perdieron, manteniendo en la práctica el gobierno del estado en manos de una legislatura controlada por el Partido Republicano.
En lo que se ha hecho menos énfasis es en el hecho de que el control legislativo del Partido Republicano tampoco es democrático. El mes pasado, los candidatos demócratas recibieron un 54 por ciento de los votos en las elecciones de la Asamblea estatal, pero acabaron con solo el 37 por ciento de las curules.
En otras palabras, Wisconsin se está convirtiendo en la Hungría de los Grandes Lagos, un estado que puede tener elecciones, pero donde las elecciones no importan, porque el partido gobernante conserva el control sin importar lo que hagan los electores.

Pero la situación es esta: hasta donde sé, ni un solo republicano importante en Washington ha condenado la toma de poder en Wisconsin, una toma de poder similar en Michigan, ni tampoco lo que parece ser un evidente fraude electoral en Carolina del Norte. Los republicanos electos no solo comparten cada vez más los valores de los partidos nacionalistas blancos como el Fidesz o Ley y Justicia en Polonia; también comparten el desprecio por la democracia de esos partidos. El Partido Republicano es un partido autoritario en potencia.
Razón por la cual debemos dar gracias por Trump. Si no fuera tan ostentosamente malo, los demócratas solo habrían ganado el voto popular en la Cámara de Representantes por cuatro o cinco puntos, no por 8,6. En ese caso, los republicanos podrían haber conservado el control y estaríamos a todas luces en el camino hacia un gobierno permanente de un solo partido. En cambio, nos dirigimos a un periodo de gobierno dividido, en el cual el partido de oposición tiene tanto el poder de obstaculizar las legislaciones, como, y tal vez sea lo más importante, la capacidad de investigar las actividades ilícitas del gobierno de Trump gracias al poder de los citatorios.
No obstante, puede que quizá esto no sea más que un respiro. Pues, sin importar lo que suceda con Donald Trump, su partido le ha dado la espalda a la democracia. Y eso debería horrorizarnos.
El hecho es que el Partido Republicano, como está constituido en este momento, está dispuesto a cualquier cosa para hacerse del poder y conservarlo. Mientras eso siga siendo así, y los republicanos sigan siendo políticamente competitivos, estaremos a una elección de perder la democracia en Estados Unidos.

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