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Cuando una pandemia se encuentra con el culto a la personalidad

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Foto: Reuters
LEAH MILLIS

OPINIÓN

Esta fue la respuesta del equipo del presidente Donald Trump y sus aliados al coronavirus, al menos hasta el momento: en realidad es bueno para Estados Unidos.

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Además, no es tan grave, y la gente debería comprar acciones. De todos modos, todo estará bajo control gracias al liderazgo de un hombre que no cree en la ciencia.

Desde el día en que Trump fue elegido, a algunos nos preocupó la forma en que su gobierno enfrentaría una crisis que no fuera creación suya. Sorprendentemente, han pasado tres años y todavía no lo sabemos: hasta ahora, cada uno de los problemas graves que ha enfrentado la gestión de Trump, desde las guerras comerciales hasta la confrontación con Irán, ha sido de su propia creación. Sin embargo, el coronavirus pareciera ser la prueba que temíamos. Y los resultados no se ven bien.

De hecho, la historia de la respuesta de Trump frente a la pandemia comenzó hace varios años. Casi en cuanto asumió la presidencia comenzó a recortar el financiamiento de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), lo cual a su vez produjo una reducción del 80% de los recursos que la agencia le dedica a los brotes de enfermedades en el mundo. Trump también terminó con toda la división de seguridad de salud mundial del Consejo de Seguridad Nacional.

Los expertos advirtieron que estas maniobras hacían que Estados Unidos se expusiera a graves riesgos. Hace más de dos años, Tom Frieden, un exdirector muy admirado de los CDC declaró: “Les dejaremos el campo abierto a los microbios”. Sin embargo, el gobierno de Trump tiene una idea preconcebida del lugar de donde provienen las amenazas para la seguridad nacional —en esencia, la escalofriante gente morena— y es hostil frente a la ciencia en general. Por lo tanto, llegamos a la crisis actual en una condición, de por sí, debilitada. Y llegaron los microbios.

La primera reacción de los “trumpistas” fue considerar al coronavirus como un problema de los chinos, y pensar que lo que sea malo para China es bueno para nosotros. Wilbur Ross, el secretario de Comercio, lo aclamó como un acontecimiento que iba a “acelerar el regreso de los trabajos a Norteamérica”.

La historia cambió en cuanto quedó claro que el virus se estaba propagando mucho más allá de China. En ese momento, se convirtió en un engaño perpetrado por los medios informativos. Rush Limbaugh opinó: “Pareciera como si el coronavirus se estuviera usando como un arma, un elemento más para derrotar a Donald Trump. Bien, quiero contarles la verdad sobre el coronavirus… El coronavirus es una gripe común, amigos”.

Tal vez no te sorprenda saber que Limbaugh se estaba proyectando. En 2014, los políticos y los medios de derecha intentaron convertir el brote de una enfermedad en un arma política, el virus del Ébola, y Trump mismo fue responsable de más de cien tuits en los que denunció la respuesta del gobierno de Barack Obama (la cual, de hecho, fue competente y eficaz).

Y, en caso de que te lo estuvieras preguntando, la respuesta es no. El coronavirus no es una gripe común. De hecho, los primeros indicios son que el virus podría ser tan letal como lo fue la influenza española en 1918, la cual ocasionó el fallecimiento de hasta 50 millones de personas.

Es evidente que los mercados financieros no coinciden en que el virus es un engaño. La caída de los mercados parece preocupar más al gobierno que la posibilidad de que, ya sabes, se muera la gente. Por lo tanto, Larry Kudlow, el máximo economista del gobierno, insistió en declarar que el virus estaba “contenido” —en clara contradicción con los CDC— y sugirió que los estadounidenses debían comprar acciones. El mercado siguió a la baja.

En este punto parece que el gobierno finalmente se dio cuenta de que tal vez tenía que hacer algo más que insistir en que las cosas estaban bien. No obstante, de acuerdo con Greg Sargent y Paul Waldman de The Washington Post, en un inicio, el gobierno propuso optar por una respuesta para el virus mediante la reducción a la ayuda de los pobres, en específico, los subsidios para la calefacción de las casas de bajos recursos. Crueldad por todos lados.

La semana anterior, Trump sostuvo una conferencia de prensa sobre el virus, buena parte de la cual la dedicó a lanzar ataques incoherentes en contra de los demócratas y los medios. Sin embargo, anunció al líder de la respuesta del gobierno frente a la amenaza. No obstante, en vez de poner a cargo a un profesional de la atención médica, le dio el trabajo al vicepresidente Mike Pence, quien tiene una interesante relación con las políticas de salud y la ciencia.

A inicios de su carrera política, Pence adoptó una postura peculiar sobre la salud pública, al declarar que fumar no mata personas. En repetidas ocasiones, también ha insistido en que la evolución es tan solo una teoría. Como gobernador de Indiana, bloqueó un programa de intercambio de agujas que pudo haber prevenido un brote significativo de VIH, y prefirió pedir que se hiciera una plegaria.

Y ahora, según The New York Times, los científicos del gobierno tendrán que obtener la aprobación de Pence antes de realizar declaraciones públicas sobre el coronavirus.

Por lo tanto, la respuesta trumpiana a la crisis es totalmente egocéntrica, enfocada por completo en hacer que Trump se vea bien en vez de proteger a Estados Unidos. Si los hechos no hacen que Trump se vea bien, él y sus aliados atacan a los mensajeros, al culpar a los medios informativos y a los demócratas, mientras intentan evitar que los científicos nos mantengan informados. Además, al momento de elegir a la gente que le hará frente a una crisis real, Trump valora más la lealtad que la competencia.

Tal vez Trump —y Estados Unidos— tendrán suerte y esta situación no será tan mala como podría serlo. Sin embargo, cualquiera que se sienta seguro en este momento no está prestando atención.

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