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La pandemia se devoró el equivalente a un PIB mundial

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Eduardo Levy .Yeyati – Doctor en Economía, Decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella
Eduardo Yeyati, Ingeniero Civil y Doctor en Economia, foto La Nacion/GDA, s/f
La Nacion/GDA

ENTREVISTA

La crisis va a terminar incrementando la inequidad global, medida como la diferencia entre los productos per cápita promedio de los países.

Casi un PIB mundial. Esa es la estimación a la que llegaron dos economistas de la Universidad Torcuato Di Tella de Argentina, contratados por el Panel Independiente de Preparación y Respuesta ante la pandemia, que armó la Organización Mundial de la Salud, básicamente para dar recomendaciones a otros países y organismos multilaterales en este contexto de crisis. El trabajo corresponde a Eduardo Levy Yeyati y Federico Filippini. Explica Yeyati que, para llegar a ese porcentaje aproximado acerca del costo de la pandemia a nivel global, se estimaron las pérdidas económicas, los costos fiscales, en educación y en vidas humanas. En ese panorama, los países de Latinoamérica lucen bastante más desfavorecidos que los desarrollados. A continuación, un resumen de la entrevista.

—Una primera cifra que surge del estudio es un porcentaje superior a la mitad del producto bruto mundial del año pasado, referido exclusivamente a las pérdidas económicas…

—Eso es solo mirando el impacto en el producto. Hay proyecciones del FMI de cinco a diez años para diferentes países. Comparamos las proyecciones pre pandemia y al final de 2020, ver cuánto caía el producto en la ventana de 2020 y 2030. Y el ingreso perdido nos da un 53% del PIB Mundial. Entre un 50 y un 60%, donde los países latinoamericanos se encuentran más cerca del borde superior que los países desarrollados. Pero es solo la proyección del producto.

—Desde el punto de vista económico el impacto es incomparable con otros fenómenos que provocaron recesiones globales.

—No hay forma de comparar esto con otras crisis. Está en otra liga, en términos de impacto del crecimiento. Es una crisis muy distinta a otras, donde los países entraron en un coma inducido de producción, pero también de educación e incluso, por efecto de la pandemia, en un fuerte incremento en la pérdida de vidas. Algo que no se ve en cualquier otra crisis económica.

—El efecto no es el mismo en países desarrollados que en aquellos en desarrollo…

—Ese es un punto interesante, que en definitiva fue lo que provoco la elaboración de este informe. A fines del pasado año, el premio Nobel Angus Deaton, especialista en temas de pobreza y equidad, presentó un trabajo donde observaba las pérdidas de 2020 y en función de los ingresos de los países, en base a un impacto más fuerte de la crisis en Europa y EE.UU., mostraba que económicamente, los que más habían perdido eran los países más avanzados. El problema con ese análisis es que, la parte más gruesa de las pérdidas está en la recuperación; y lamentablemente, en los países en desarrollo y en particular en la región, esa recuperación va a ser más lenta que en EE.UU. y en China y, posiblemente, que en Europa.
Al final del día, si hacemos el mismo análisis que hizo Deaton para el 2020, pero para una ventana de 10 años, incluyendo la recuperación, los países en desarrollo perderán más en términos de su producto que los avanzados. La crisis va a terminar incrementando la inequidad global, medida como la diferencia entre los productos per cápita promedio de los países.
China pudo cerrar el camino al virus y poner rápidamente en marcha su economía; Estados Unidos pudo acceder a un stock de vacunas mayor a cualquier otro país del mundo, Eso determina una apertura más rápida de la actividad. Y Europa tiene el dinero para hacerse de las vacunas y en caso que no las consiga con la velocidad deseada, cuenta con recursos para atenuar el impacto.
Mientras que nosotros, en la región, al momento de cerrar el problema fiscal, surgen ajustes que generan serios conflictos sociales. El ejemplo de Colombia es claro. En Latinoamérica no podemos endeudarnos a 100 años, con tasa cero y volcar sumas enormes sobre la economía para paliar la crisis.

—El estudio hace referencia a tres condiciones preexistentes que marcan la diferencia entre países avanzados y el resto. Una de ellas es precisamente la cuestión fiscal…

—Y las dos restantes son tan importantes como esa. Una, la baja capacidad estatal de generar políticas que mitiguen el impacto. En Argentina, buena parte de la protesta educativa no es tanto por la suspensión de clases, sino porque no hemos articulado ninguna política paliativa: conectividad, conexión remota, distribución de equipos, etc. No hay capacidad de reacción, más allá de transferir dinero a la gente que se está cayendo de la red.
Y la otra, los mercados laborales muy precarios. Si el Estado tiene dinero para transferir mediante seguros de desempleo, esto cubre solamente a los asalariados formales, mientras que quienes están en la informalidad o son independientes o cuentapropistas, no acceden al beneficio. Eso pasa en muchos de nuestros países, y el impacto es muy grande.

—A lo económico, el trabajo suma otros efectos, como es el impacto en la educación durante este período.

—Eso solo lo vamos a ver en el largo plazo, y no todos los países por igual, Seguramente Argentina lo sentirá mucho más que Uruguay. Haber perdido muchos días de educación no es gratis, se pagará en el futuro. Y en términos laborales, la destrucción de empleo fue mayor que en otras regiones del mundo. La combinación de estos dos efectos, implica destrucción de capital humano, que a largo plazo explican por qué la recuperación es mucho más lenta en nuestros países.

—¿Esos efectos fueron cuantificados?

—Tomamos la literatura reciente que estimaba cuáles eran los costos de cierres de escuelas en el mundo, basado en estudios del banco Mundial y otros organismos internacionales. Eso nos da una aproximación global hasta el momento de redactar el trabajo, al mes de febrero. En base a ello llegamos a una aproximación muy básica. En términos mundiales se ubica en el 12% del PIB para un promedio de pérdida de 20-30 días; en países en los que perdimos meses, será mucho más alto.
En cuanto a los costos laborales, es muy difícil estimarlo. En términos estrictamente económicos, el ingreso laboral es proporcional a la productividad del trabajador. Si ese trabajador pierde el empleo y luego consigue otro trabajo para el cual está sobrecalificado, eso implica, agregado, un producto menor. A eso agreguemos otros costos derivados de la pérdida del empleo, que tienen que ver con la salud emocional y el bienestar de las personas.

—El trabajo ubica los costos por muertes a nivel global en un valor estimado del 17% del PIB mundial ¿Cómo llegan a esa cifra?

—Adoptamos los cálculos que usan las aseguradoras sobre todo en Estados Unidos, Es una convención, claramente es imposible ponerle valor monetario a una vida. Un trabajo reciente de (David) Cutler y (Lawrence) Summers, ubicaron ese valor de una vida para EE.UU. entre 7 y 10 millones de dólares. Y en base a ese trabajo, tomamos una cifra más conservadora (5 millones de dólares), reconociendo que el valor estadístico puede variar entre países. Esto no incluye el impacto en vidas de los últimos meses. Es tan solo un piso.

—Otro terreno donde elaboraron estimaciones es el fiscal. Ubican en un 15% del PIB global el apoyo fiscal a escala mundial…

—Esa estimación está basada en el último racconto que hizo el FMI en su monitor fiscal. Contiene recursos que se ubican por arriba de la línea, fondeados, asociados generalmente con e misión de deuda, y debajo de la línea hay fondos contingentes. En este caso, refiere a préstamos, garantías, que pueden o no realizarse pero aún están incorporados en los presupuestos. Algunos de esos costos deberían estar incorporados en las proyecciones, aunque la mayoría no lo está. Por tanto, deberíamos tener en cuenta el ajuste fiscal a futuro asociado a repagar esos costos.
Varía mucho entre países, pero se estima que la pandemia ha desencadenado una emisión soberana adicional equivalente al 8,7% del PIB global. Aunque hay otros aspectos que desconocemos: cuál va a ser la tasa de repago y de incumplimiento de los préstamos de bancos estatales, de los subsidios a empresas, pagos de impuestos, etc., entre otros apoyos que se han utilizado. Eso en algún momento puede convertirse en un costo fiscal adicional que todavía no tenemos documentado.

—En base a esas cifras, ¿cuál es el número final al que llegaron, en materia de costos de la COVID en relación al producto mundial?

—El número final de nuestro trabajo, sin contar aquello que no calculamos pero es claro que existe, nos da 98,5% del Producto Bruto Interno global de 2019. Prácticamente un PIB mundial. Y eso es un piso.

—En base a esos números, ¿cuán lejos de una recuperación sostenible están los países de nuestra región?

— A los Estados no se les puede pedir más. Ahora hay que apalancarnos en la recuperación del sector privado. Si bien es cierto que se paró la economía, hay mucha riqueza, ahorro en el mundo, que deberíamos procurar que se invierta. Depende cómo sean las políticas de inversión de los países, podríamos tener un boom de inversión que nos permitiera una recuperación más rápida. Por eso es importante no confundir el rol del Estado durante la crisis con el rol del Estado en la recuperación, donde debe ser un facilitador. De ahí vendrá la velocidad de la recuperación.

—La crisis parece evidenciar que los programas de contingencia, las redes de contención, no han sido suficientes. ¿Qué responsabilidad tienen los organismos internacionales?

—Por un lado, el Banco Mundial tiene una agenda basada especialmente en préstamos para infraestructuras y menor en, por ejemplo, programas de formación laboral. Pero son los gobiernos los que tienen que definir las políticas y recurrir a entidades como e??l Banco Mundial. Con el FMI es distinto, por la propia naturaleza de la crisis, donde no hubo corridas financieras ni grandes devaluaciones. Sí hubo un agujero fiscal tremendo, y el Fondo debería buscar la manera, de ese menú enorme de préstamos que tiene disponibles, para que esos recursos ayuden a sanear las consecuencias de la pandemia.

—Ha resurgido con fuerza el planteo de una renta universal.¿Cuál es su opinión?

—Creo que hay que repensar los sistemas de protección social; esquemas de transferencia social que sean un incentivo para la formación profesional y la inclusión laboral. Vale la pena pensar en esquemas de protección social más simplificados, y uno de ellos puede ser un piso de ingreso universal, basado por ejemplo en la canasta básica de alimentos, que asegure que nadie viva en extrema pobreza. Cuando nuestras redes no tienen esa solidez, las crisis nos dejan muy expuestos. Es una lección urgente que dejó la pandemia.

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