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2015: la odisea del reequilibrio

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El año que comienza amanece atado con una trenza hilada por los impactos de la caída inesperada del precio del petróleo, los efectos del aterrizaje del crecimiento de China a tasas menos espectaculares, y la confirmación de que grandes parcelas del mundo han entrado en una espiral de deflación de precios.

Esta nueva realidad tendrá efectos globales, aun difíciles de discernir en su verdadera dimensión y signo. Pero lo innegable es que obligará tanto a los sectores públicos como privados a manejarse con extrema destreza cualquiera fuera su confín geográfico. Se trata ni más ni menos que adaptarse a las nuevas circunstancias, después de un lapso de bonanza de crecimiento extraordinario de la economía mundial.

Rublo.

La caída del precio del petróleo tiene sus impactos negativos concentrados en pocos países, algunos de importancia estratégica importante y con economías endebles. Rusia es el ejemplo más preocupante por su potencial efecto desestabilizador ante el giro adverso de su situación económica.

Al efecto de la caída abrupta de sus ingresos petroleros, se le suma ahora las dificultades en el servicio de la deuda externa de grandes corporaciones ligadas al sector energético. Eso obligó a que el sector público saliera a su rescate, lo cual explica otra de las razones del debilitamiento del rublo. Cuando a eso se le agrega falta de transparencia, queda la sospecha latente de que la situación pueda seguir deteriorándose. Sólo basta mencionar que el Fondo Monetario ya estima una caída de su PIB del 5,5% para el 2015 y 3,5% para el 2016. En tanto S&P (Standard and Poors) ya colocó su rating con perspectiva negativa, lo cual puede ser la antesala de rebajar su calificación a bono basura.

Ese riesgo latente, el debilitamiento del rublo y la contracción económica estimada, generarán una ronda de impactos negativos, que para nuestros intereses se explicitarán mayoritariamente en el encogimiento de un mercado para algunos rubros de exportación relevantes.

China.

Por su enorme tamaño económico y la realidad compleja por la que atraviesa, China se convierte en uno de los determinantes más importantes del futuro cercano.

Como en el pasado reciente fue el émbolo febril que arrastró al resto del mundo, fortaleciendo mercados de exportación e inflando precios, de ahora en más es muy probable que irradie deflación a escala global por un cierto tiempo.

Sus signos más notorios son un exceso de capacidad instalada, un aumento en la deuda del sector privado y una caída de la inflación doméstica.

Entre 2011 y 2014, los precios mayoristas cayeron un 10% y la tasa anual de la inflación doméstica pasó del 6 al 1,4 por ciento para el mismo período. En muchos sectores relevantes, que van desde la siderurgia, pasando por los plásticos, productos químicos, fertilizantes y terminando con los equipos de generación de energía limpia, el exceso de capacidad instalada promedio es de casi del 30 por ciento.

El sector inmobiliario, que históricamente explicaba el 16 por ciento del PIB, hoy tiene un stock de viviendas sin construir que oscila entre 30 y 35 meses en ciudades relevantes como Beijing y Shanghai. Uno de sus corolarios es que las políticas de promoción crediticia llevaron el endeudamiento doméstico global del 80 al 250% del producto bruto. Al peso del abultado endeudamiento se le agrega el aumento de la tasa de interés real, debido a la caída de la inflación. Ambos efectos, en simultáneo, han llevado que la carga de intereses en la actualidad equivalga al 15 por ciento del PIB.

Reequilibrar esa realidad llevará su tiempo, siendo su consecuencia principal la difusión a escala global de ondas contractivas en el comercio y presiones deflacionarias. Como muestra, la demanda por importaciones cayó un 15 por ciento en 2014, marcando la ruptura de la senda ascendente que había caracterizado a la década previa.

Todo esto se resume a que China entró en una fase de deflación estructural, que se agrega a las ya existentes en Europa. Eso implica que un conjunto de países que explican la mitad del PIB mundial están por razones diferentes en una fase de su ciclo similar, irradiando deflación al resto del mundo.

Nuestra realidad.

La yuxtaposición de la caída del precio de la energía y la deflación generan una trama diversa, cuyos efectos netos dependen de la posición relativa de cada país. A eso se agregan temas puntuales disruptivos como la situación de Rusia que complejizan aun más la situación, pues problemas con ramificaciones en el mundo financiero son propensos al contagio global.

La pregunta que resta por contestar es cómo pararse frente a un mundo que se enfría inexorablemente, cuando al mismo tiempo nuestra economía necesita seguir creciendo a niveles cercanos a su potencial para mantener el empleo actual. Más aún, cuando el recurso de la expansión del gasto público, herramienta tradicional para estas circunstancias, está vedada por el déficit fiscal elevado.

Se debe reconocer que no hay respuestas buenas pues los grados de libertad existentes son escasos.

Un primer punto obvio es que todos los agentes económicos deben comprender que las políticas de precios e ingresos futuras estarán enmarcadas en un mundo de precios a la baja. No se puede ir a contramano de una realidad inexorable.

Si los precios en dólares del resto del mundo bajan en promedio, nuestros precios domésticos medidos en esa moneda también tienen que seguir la misma tendencia. La ejecución de un aterrizaje requiere, además de destreza, los márgenes políticos necesarios para evitar las inercias inflacionarias. De lo contrario se corre el riesgo de aterrizar de panza.

Una política complementaria es la obra pública fondeada con recursos privados domésticos o externos, que puede actuar de amortiguador en el corto plazo. Pero para que no repercuta en las cuentas públicas se requerirán modalidades operativas como las concesiones de obras o con participación público privada.

Y por encima de todas las cosas, altas dosis de realismo para comprender la nueva situación, hacerle un seguimiento estricto a un nuevo escenario y difundir a toda la sociedad que estamos entrando en una fase nueva de la económica mundial distinta a la exuberante década pasada.

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Ociosa. La industria china tiene mucha capacidad disponible. Foto: Archivo.

CARLOS STENERI

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