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Ante una nueva realidad posible

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Las economías de países desarrollados y China, las regionales —Argentina y Brasil—, la situación política y la mezcla de políticas macroeconómicas que emplea nuestro gobierno son las que explican la coyuntura económica.

La evidencia empírica es contundente: esas determinantes han estado presentes en el comportamiento de la economía local en los últimos quince años.

Desde comienzos de este siglo los problemas que han afectado adversamente a las naciones desarrolladas han desatado reacciones con efectos positivos sobre Uruguay. Hasta la antepenúltima década del siglo pasado las corrientes comerciales eran las que determinaban los movimientos de divisas entre naciones. Desde entonces, la progresiva liberalización de los movimientos financieros internacionales y el notable desarrollo de las comunicaciones han empujado para que ellos sean los que determinen las paridades cambiarias. La razón de esos movimientos de capitales financieros y reales es la diferencia entre las tasas de interés y entre las tasas de retorno de las inversiones no financieras entre países. Los desarrollados han vivido un largo lapso de baja actividad y hasta de receso en algún año en lo que va de este siglo. Las compras externas de naciones como Estados Unidos, Eurozona, Reino Unido y Japón, al declinar, habrían afectado considerablemente a las economías emergentes por reducción de sus exportaciones, baja de precios y por mayor competencia sobre las industrias locales sustitutivas de importaciones. Se habrían desencadenado movimientos proteccionistas en las emergentes con bajas en el consumo y pérdidas sustanciales de bienestar de la población. Pero no ha sido así ya que la reacción en los países desarrollados, para sobrellevar las situaciones de baja actividad en lo que va del siglo, llevó a medidas monetarias sumamente expansivas reflejadas en bajísimas tasas de interés de corto plazo y en las de mediano y largo plazo, de modo de estimular al consumo antes que al ahorro y con ello a la respuesta de la producción. Las tasas de interés de corto plazo en nuestro país, así como las tasas de retorno de los títulos de deuda y las de retorno en las inversiones de riesgo, sensiblemente más altas que en el mundo exterior desarrollado, han provocado al mismo tiempo, y lo siguen haciendo temporalmente y en mucho menor medida, la lógica atracción de inversiones financieras y de capital de riesgo. Uruguay se llenó de dólares que el Banco Central ha ido comprando no con sus ganancias —la autoridad monetaria tiene un fuerte déficit— sino con endeudamiento de corto y mediano plazo, atraído por el rendimiento, mayor que el de títulos en monedas fuertes ajustado por la devaluación esperada en nuestro país. El ingreso de capitales ha generado una presión bajista sobre el dólar concomitantemente con el aumento de los salarios y de la inflación a lo largo del tiempo, fruto de la expansión generada por el ingreso de capitales, lo que ha determinado una fuerte caída de la competitividad de la producción transable, exportable y sustitutiva de importaciones.

El dólar, depreciado también en el mundo por la política monetaria expansiva de Estados Unidos, ayudó para que los precios internacionales de los commodities —en nuestro caso el de la soja, el maíz, el trigo, el arroz, la carne y los lácteos— treparan hasta tres veces el del promedio de los históricos. En parte compensó para los exportables, transitoriamente, la reducción de la competitividad.

Nuevo escenario.

Tras sucesivas y muy tibias amenazas de reanudación de un rumbo menos expansivo de la política monetaria de Estados Unidos —hubo adelantos en diciembre de 2014, de 2015 y ahora en diciembre de 2016—, observamos estos días posiciones de los miembros de la Reserva Federal que traslucen inminentes aumentos en la tasa de interés de referencia de su política monetaria. Es que en el balance que guía la acción de la Reserva Federal deja de ser prioridad mejorar el nivel de actividad —ante un desempleo aceptable— y pasa a serlo el control de la inflación, hoy en el umbral del rango objetivo.

Aunque la realidad puede revelarnos nuevas condiciones que afecten a la situación macroeconómica y desborden los efectos de lo que se plantea hacia adelante desde el mundo desarrollado y China, como puede ser lo que suceda en Argentina y Brasil, o a lo que resulte de la mezcla de políticas que decida emplear la conducción económica y acepte el entorno político cercano al gobierno, lo que se perfila a partir ya de este mes en materia monetaria estadounidense no es lo mejor para los países emergentes. Ni por supuesto, para Uruguay como uno de ellos. Paulatinamente —no instantáneamente— ingresaremos en un camino que estrecha la influencia favorable de los movimientos de capitales hacia nuestro país y que los puede revertir; que afectará de manera desfavorable también a los precios de nuestros productos exportables —más allá de lo que pueda desde ya generar la política comercial norteamericana en el mediano plazo—; que jugará en contra del crecimiento económico y que en definitiva debería provocar una deflación interna en dólares que sería tan natural como gradual a lo largo de 2017 —en este caso por la previsible intervención de la autoridad monetaria local—. Son estos posibles efectos los que se deben considerar en la rara etapa presupuestal que vivimos.

JORGE CAUMONT

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Jorge Caumont

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