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No necesitamos ninguna educación

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Donald Trump. Foto: Reuters
U.S. President Donald Trump answers questions about his response to the violence, injuries and deaths at the "Unite the Right" rally in Charlottesville as he talks to the media in the lobby of Trump Tower in Manhattan, New York, U.S., August 15, 2017. REUTERS/Kevin Lamarque VIRGINIA-PROTESTS/
KEVIN LAMARQUE/REUTERS

OPINIÓN

Hace unos días, Matt Bevin, el gobernador republicano y conservador de Kentucky, perdió la cabeza. Miles de maestros en su estado habían abandonado sus puestos de trabajo, obligando a muchas escuelas a cerrar por un día, en protesta por su oposición a un mayor financiamiento para la educación.

Así que Bevin arremetió en su contra con una acusación extraña: "Les garantizo que hoy en algún lugar de Kentucky un niño fue abusado sexualmente porque se quedó solo en casa y no había nadie que lo cuidara".

Después se disculpó, pero su arrebato histérico estaba muy arraigado: a nivel estatal y local, la obsesión conservadora con los recortes fiscales ha obligado al Partido Republicano a entrar a lo que equivale a una guerra contra la educación y, en específico, una guerra contra los maestros. Esta guerra es la razón por la cual hemos visto huelgas de maestros en varios estados. Es por ello que, a personas como Bevin, les está costando mucho trabajo lidiar con la realidad que han creado.

Para entender cómo llegamos a este punto, es necesario saber qué hace el gobierno con los dólares de los impuestos que pagan los contribuyentes.

El gobierno federal, como dice una vieja frase, es básicamente una compañía de seguros con un ejército: el gasto que no se destina a la defensa se asigna principalmente a la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. No obstante, los gobiernos estatales y locales básicamente son distritos escolares con departamentos de policía. La educación representa más de la mitad de la fuerza laboral estatal y local; los servicios de protección, como los departamentos de policía y bomberos, representan buena parte del resto.

Así que, ¿qué sucede cuando conservadores inflexibles gobiernan un estado, tal como sucedió en buena parte del país después de la ola del Tea Party en 2010? Insisten constantemente en que se aprueben enormes recortes fiscales. Por lo general, estos recortes fiscales se promueven con la promesa de que los impuestos más bajos darán un impulso enorme a la economía estatal.

No obstante, esta promesa nunca se cumple; la creencia continua de la derecha en los beneficios mágicos de los recortes fiscales representa el triunfo de la ideología sobre la abrumadora evidencia negativa.

En cambio, lo que los recortes fiscales hacen es reducir los ingresos súbitamente, causando estragos en las finanzas estatales, ya que la ley exige a una gran mayoría de los estados equilibrar sus presupuestos. Esto quiere decir que cuando los ingresos fiscales se desploman, los conservadores que gobiernan a nivel estatal no pueden hacer lo que Trump y sus aliados en el Congreso están haciendo a nivel federal, que es sencillamente dejar que el déficit fiscal aumente. En cambio, tienen que recortar el gasto.

Dada la crucial importancia que tiene la educación en los presupuestos estatales y locales, eso coloca a los maestros en la mira: ¿cómo pueden ahorrar dinero en educación los gobiernos?, pueden reducir la cantidad de maestros, pero eso significa que habrá más alumnos por clase, lo cual molestaría a los padres. Pueden y han recortado programas para los estudiantes con necesidades especiales, pero, dejando de lado la crueldad, eso solo puede representar un poco de dinero. Lo mismo sucede con otras medidas, como descuidar el mantenimiento de las escuelas y escatimar suministros, a tal grado que muchos maestros acaban suplementando presupuestos inadecuados con sus propios medios.

Así que, lo que los gobiernos conservadores estatales han hecho principalmente es apretarles el cinturón a los maestros.

La docencia nunca ha llevado a nadie a la riqueza. Sin embargo, ser maestro solía afincar de manera sólida en la clase media, con un ingreso decente y prestaciones. No obstante, en buena parte del país, eso ya no es verdad. A nivel nacional, los ingresos de los maestros de las escuelas públicas han caído por debajo de la inflación desde mediados de los noventa, y mucho más bajo que los ingresos de trabajadores similares. A estas alturas, los maestros ganan 23% menos que otros graduados universitarios. Sin embargo, este promedio nacional es un poco engañoso: el sueldo de los maestros en realidad es más elevado en algunos de los grandes estados como Nueva York y California, pero mucho más bajo en varios estados de derecha.

Mientras tanto, las prestaciones de los maestros también empeoran. En particular, los maestros ahora pagan un porcentaje más elevado de sus primas de seguro médico, una carga muy pesada cuando sus ingresos reales disminuyen al mismo tiempo.

Así que nos quedamos con una nación en la que los maestros, en quienes confiamos la preparación de nuestros hijos para el futuro, comienzan a sentirse miembros de la clase trabajadora pobre, incapaces de llegar a fin de mes, salvo que tengan un segundo empleo.

Así volvemos al arrebato desquiciado de Bevin. Lo que está ocurriendo actualmente en diversos estados, por un lado se podría ver como que la respuesta negativa contra Obama, en combinación con el creciente tribalismo de la política, hizo que varios gobiernos estatales quedaran en manos de ideólogos de derecha. Estos ideólogos realmente creyeron que podían dar lugar a una utopía libertaria de bajos impuestos y gobierno reducido.

Como era de esperar, eso no fue posible. Durante un tiempo, evadieron algunas consecuencias de su fracaso al hacer que los empleados del sector público, en particular los maestros, fueran quienes pagaran las consecuencias. Pero, la estrategia ha llegado a su límite. ¿Ahora qué?

Se ha comprobado que algunos republicanos están realmente dispuestos a aprender de la experiencia, revertir los recortes fiscales y recuperar el financiamiento para la educación. Sin embargo, son demasiados los que están respondiendo como Bevin: en lugar de admitir, incluso de manera implícita, que estaban equivocados, arremeten contra las víctimas de sus políticas, de maneras cada vez más trastocadas.

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