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El otro muro a demoler

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Muro de ladrillos. Foto: Pixabay

En 1982, el Dr. Ramón Díaz me invitó a asistir a una reunión de la Mont Pelerin Society en Berlín. Como esperaba, me reencontré allí con profesores que había tenido unos años antes en la Universidad de Chicago —Milton Friedman y Gary Becker— y me presentaron a Friedrich Von Hayek.

La reunión tenía como tema principal la comparación in situ, de los resultados económicos de la aplicación de dos regímenes económicos opuestos. Por un lado el de la libertad del funcionamiento de los mercados que caracterizaba a la República Federal Alemana (RFA) por la influencia tras la Segunda Guerra Mundial, de potencias occidentales —Estados Unidos, Reino Unido y Francia—, y el de la planificación central estatal, que regía en la República Democrática Alemana (RDA) por la influencia soviética de post guerra. Una comparación que adelantaba su veredicto desde antes ya que una fosa y un muro construido en 1961 por el gobierno de la RDA no lograban frenar las huidas de la gente hacia la región alemana de occidente. La reunión terminó como se esperaba: la condena al sistema soviético de entonces y de siempre, de limitar la iniciativa y las libertades de elección individuales y de imponer decisiones centrales, estatales. La reunión de varios días durante los que se pudo conocer Postdam previo paso por el Checkpoint Charlie, finalizó con otra conclusión: el muro de Berlín, el "muro de la vergüenza" para los occidentales y el de la "protección anti fascista" para los soviéticos, se adelantaba que tenía los días contados.

El resultado.

En noviembre de 1989 el muro cayó y en 1990 se produjo una nueva reunificación de Alemania con las consecuencias económicas conocidas: es la cuarta potencia mundial tras Estados Unidos, China y Japón. Un país con economía de mercado absorbió a una creación soviética de corta vida infringiéndole un revés contundente a la planificación económica, al intervencionismo estatal en la vida económica y a la intromisión de burocracias políticas en la vida de la gente. Algo similar ocurrió en otras partes del mundo y en buena medida hasta en la propia Unión Soviética. Tanto desde el punto de vista político como económico, hay abundante evidencia empírica que el comunismo ha sido derrotado por el liberalismo. Algunos han llegado a comentar tras resultados como el señalado, que se ha llegado al "fin de la historia": no hay sistema económico mejor que el que caracteriza al capitalismo. Otros siguen buscando, dentro de las coordenadas comunistas y socialistas, el disfraz para recomponer un institucionalismo obsoleto para alcanzar un statu quo utópico.

En el entorno latinoamericano el ejemplo cubano de la intromisión marxista leninista en la vida de su población y su exitosa exportación desde fines de los años ´50 ha sido la principal causa del rechazo al capitalismo que se presenta con pocas excepciones en esta región.

Hoy el ejemplo del fracaso es Venezuela, país en el que la intromisión estatal da resultados tan malos como lo es de malo la incomprensión de ello por sus autoridades. Hiperinflación, hiper recesión e hiper devaluación son problemas a los que acompaña la escasez, el disconformismo popular y la represión además del desconocimiento oficial de derechos constitucionales. Es cierto que el venezolano es un caso extremo en nuestro continente. Pero existen otros que por genuflexión al comunismo y al socialismo o por no renunciar a posturas asumidas durante mucho tiempo no reconocen las virtudes del liberalismo económico que es en definitiva el que lleva, ante esa negación, a una amenaza seria al desconocimiento del liberalismo político.

Hora del cambio.

En nuestro país existe aún ese afán de criticar al capitalismo y de proponer cambios hacia lo que siempre promete pero nunca da el comunismo o el socialismo. Si no, miremos los esfuerzos por mantener la propiedad social —estatal o de corporaciones de privados— de los medios de producción. Tanto a nivel de las empresas públicos uruguayas como de las que son manejadas por trabajadores para evitar la pérdida de fuentes de trabajo por la quiebra privada de otras, se observa la gran erogación tributaria y de otra naturaleza que se le exige al mucho más numeroso resto de la sociedad. Pérdidas que se reproducen en el caso de los programas públicos de previsión social —como el sistema jubilatorio de reparto— o en el caso de empresas cuasi públicas como la mayoría de las que rodean a la muy cuestionada empresa local de combustibles. Y también en la exagerada protección a la gente para que no esté desocupada buscando trabajo o preparándose para ello facilitándole el acceso a la administración pública con los gastos lo que implica atados a la contribución tributaria del resto de la población.

Pienso que antes o simultáneamente con las mejoras que inevitablemente se deben hacer de la infraestructura vial es impostergable cambiar la "infraestructura institucional" con la que operamos: reivindiquemos con pruebas, la necesidad de ser una economía capitalista si no deseamos perder al liberalismo político.

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Muro de ladrillos. Foto: Pixabay

JORGE CAUMONT

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