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Mundo, región y nosotros

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Planeta Tierra. Foto: Pixabay

Una retrospectiva cercana de la economía mundial muestra una mejoría inesperada. Los temblores del Brexit, las elecciones en EE.UU. y la incertidumbre electoral francesa no mellaron la recuperación del crecimiento global.

Los analistas proyectan un 3,5% para 2017, alineado con el promedio histórico, aunque inferior al 4% logrado en la década previa al 2008. Esta recuperación esta más concentrada en las economías desarrolladas, cuyos indicadores de confianza muestran una fortaleza no vista en años recientes. Aunque con menos ímpetu, lo mismo muestra la generalidad de las economías emergentes, impulsadas por la recuperación del precio de las materias primas y alimentos. China juega nuevamente un rol primordial, gracias a la expansión de su demanda doméstica financiada con endeudamiento. Su crecimiento del 6,7% sostiene a sus proveedores del mundo emergente.

Esto confirmaría la normalización de un escenario mundial que, desde hace casi una década, estuvo arropado de incertidumbre. Dejando de lado los riesgos geopolíticos, lo cierto es que se aplacaron varios riesgos potenciales. Los grandes polos financieros mundiales han venido rellenando sus grietas, mediante la recapitalización de sus bancos, mejores regulaciones y la liquidación de entidades insolventes. En estos días, consolidaciones bancarias en España e Italia fueron apenas noticia. Aunque la globalización ha disminuido su velocidad y han reaparecido síntomas de proteccionismo, el comercio mundial no está en reversa. Principalmente en el mundo asiático sigue con los mismos ímpetus, aplacando el crecimiento a través del planeta.

Aunque a veces discutible, el comportamiento de los mercados financieros sirve como prognosis. En ese sentido, muestra recuperaciones sustantivas en todas las áreas, incluidos los instrumentos emitidos por los países emergentes.

Obviamente que existen riesgos remanentes, como el alto endeudamiento de los estados y sus corporaciones y el posible rebrote inflacionario inducido por la alta liquidez existente.

Esta realidad tiene consecuencias diferentes para el mundo desarrollado y el emergente. En el primero, el exceso del endeudamiento no genera riesgos de insolvencia, pues está nominado en su moneda, la que puede imprimir por el monto necesario, aunque arriesgando una inflación más alta. En las economías emergentes, esto siempre implica terminar en la insolvencia, cuya fase terminal es una crisis generalizada. Y aquí vale una advertencia: entre 2009-16, el crédito en dólares a instituciones no financieras de los países emergentes se duplicó, llegando a los 3,6 millones de millones de dólares.

A pesar que la mayoría de estos países han mitigado los riesgos inherentes al alto endeudamiento con regímenes cambiarios flexibles, altos niveles de liquidez, manejo de pasivos externos extendiendo plazos y regulaciones macro prudenciales que protegen al sector bancario, la historia enseña que en esta materia no hay blindaje perfecto.

Con este telón de fondo, más benigno que el proyectado hace poco tiempo, nuestra región aledaña sigue a los tropiezos, sin generar aun crecimiento robusto, confirmando la profundidad de la crisis en la cual está inmersa. Sin duda que el escenario externo ayuda, pero no exime de riesgos, los que a su vez se agregan a nuestros riesgos.

En nuestro país, todavía sigue rampante la idea de que siempre hay espacio para algo más. Tampoco hay conciencia de que venimos creciendo basados en la expansión del consumo, prioritariamente público, y no la inversión, junto al aumento constante del endeudamiento.

Aparentemente hemos entrando en una mejoría del ciclo económico global, aunque surcado de nubarrones regionales. Es otra oportunidad, no tan resplandeciente como la del súper ciclo de las materias primas, para consolidar crecimiento más robusto y disminuir fragilidades que pueden provenir de la región cercana. Para ello se debe priorizar la inversión, contener el gasto corriente y detener el aumento del endeudamiento. Algo que por lo visto, en esta Rendición de Cuentas parece poco probable.

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Planeta Tierra. Foto: Pixabay

CARLOS STENERI

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