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El mundo mejora, pero hay excepciones

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Noruega, uno de los países más "felices" del mundo

OPINIÓN

En promedio, la humanidad vive más y mejor que nunca antes, pero el progreso no es inevitable y tristemente algunos gobiernos se encargan de demostrarlo.

"Si tuvieras que elegir un momento de la historia para nacer, y no supieras quién vas a ser: si vas a nacer en una familia rica o pobre, en qué país vas a nacer, o si vas a ser hombre o mujer; si tuvieras que elegir a ciegas en qué momento nacer, elegirías ahora", expresó el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, en 2016. La frase es recogida en el reciente libro de Steven Pinker, Enlightment Now (Viking, 2018) que se ha convertido rápidamente en un best seller en todo el mundo, en especial luego de que Bill Gates lo declarara su libro favorito.

La tesis de Pinker no es novedosa, pero no había recibido hasta hace muy poco tiempo la atención que merecía: el mundo ha hecho, en especial en las últimas décadas, avances extraordinarios en materia de reducción de la pobreza, extensión de la esperanza de vida, atención sanitaria, años de educación, reducción de la violencia y progreso de los derechos humanos, entre otros aspectos centrales a la calidad de vida de los seres humanos.

Otros autores relevantes habían desarrollado la misma tesis que Pinker, entre los que vale la pena destacar los trabajos de Johan Norberg, Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future (Oneworld Publications, 2016) y los premios Nobel de Economía, Angus Deaton, The Great Escape (Princeton University Press, 2013) y Edmund Phelps, Mass Flourishing (Princeton University Press, 2013).

La idea de que el mundo nunca fue un mejor lugar para vivir puede chocar con la información que recibimos cada día sobre guerras en el mundo, escenas de tragedias humanitarias o asesinatos a la vuelta de la esquina, pero la información pura y dura acumulada a nivel global despeja cualquier duda.

Basta acceder a sitios web como Our World in Data de Max Roser o Human Progress de Marian Tupy para comprobar que el planeta progresa y que ese progreso cada vez llega a más personas. A modo de ejemplo, hacia 1820 el 94% del planeta vivía en la pobreza extrema, en 1900 todavía era el 84%, en 1950 seguía descendiendo, pero solo a 72%, en 1970 alcanzó el 60% y a partir de esa década la caída se acelera, llegando al 26% en 2000, y a menos del 10% en nuestros días (Our World in Data). Evidentemente, que millones de personas todavía vivan en condiciones deplorables es una tragedia a intentar remediar lo más rápidamente posible pero, al mismo tiempo, no puede perderse de vista —sin ignorar lo fundamental— desde donde venimos.

Esta tendencia, sin embargo, no significa que cada país vaya avanzando. Hay países que se las han ingeniado para empobrecerse, a veces dramáticamente, como queda nítidamente claro en el lamentable caso de Venezuela.

El Legatum Institute publica anualmente su "Prosperity Index" que mide la prosperidad de los países en base a un análisis multidimensional. La conclusión general va en línea con las mejoras generales del mundo y América Latina no es ajena a esta situación. Sin embargo, en los últimos años el índice verifica retrocesos significativos y localizados en varios países de la región. Además del caso de Venezuela, en 2017 el Prosperity Index alerta sobre otros países que pueden seguir este camino como Nicaragua, Ecuador y El Salvador, que tuvieron este año significativas reducciones en su prosperidad. Según la publicación, la erosión de las instituciones democráticas que particularmente afectó la independencia y eficiencia del Poder Judicial, comenzó a pasar factura directa sobre la calidad de vida de la población, perjudicando educación, salud, seguridad y clima de negocios. Los relatos mesiánicos, por más entusiasmo que puedan despertar en el corto plazo, terminan indefectiblemente deteriorando las instituciones, el desempeño económico y los indicadores sociales.

Sobre la crisis humanitaria en Venezuela es imposible exagerar. Son pocos los ejemplos en la historia donde se observa tanta destrucción en tan poco tiempo. Venezuela fue casi siempre más rico que sus vecinos Colombia, Brasil, Perú y Ecuador, que hoy se ven desbordados de venezolanos que cruzan la frontera desesperadamente. La Encuesta de Condiciones de Vida, desarrollada por las tres grandes universidades venezolanas, establece que el 87% de la población es pobre y el 61% es indigente. También profundiza en el hambre que se traduce en ausencia de comidas diarias y pérdida de peso generalizada de la población. Al mismo tiempo, la violencia también parece imparable, con una tasa de homicidios cada 100 mil habitantes de 89 en el país y de 130 en Caracas según el Observatorio Venezolano de Violencia. A modo de referencia las tasas de Colombia, Uruguay y España son de 24, 8,0 y 0,7 respectivamente.

Muchas personas sintieron simpatía por el chavismo de buena fe, por desconocimiento de la teoría económica más básica o de la propia historia del socialismo o del continente. También a algunos otros, desde lejos, les pareció romántico o divertido alentar experimentos de ingeniería social donde otras personas se jugaban la vida. El socialismo del siglo XXI está terminando como todas las experiencias del siglo XX, con hambre, muerte y millones tratando de escapar de esa pesadilla. Con una gran diferencia, en un mundo donde al mismo tiempo China e India sacan a millones de la pobreza, la experiencia venezolana solo puede ser calificada de infame.

(*) Hernán Bonilla y Agustín Iturralde

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