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El mundo que se nos avecina

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

El 2020 trajo sucesos relevantes en el mundo, pero en la región seguimos atrasados y sin rumbo cierto.

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Además de la pandemia, 2020 finalizó legando varios sucesos relevantes en la arena internacional, como la conformación de una vasta zona de Libre Comercio en Asia que incluye a China, Corea, Australia y Nueva Zelanda, la finalización de las negociaciones del Brexit entre el Reino Unido y la Unión Europea y el anuncio muy reciente de un pacto amplio de inversiones entre ese bloque europeo y China.

Estos anuncios confirman el advenimiento de un nuevo orden internacional enancado en nuevos liderazgos geopolíticos, donde el multilateralismo tradicional da paso a formas híbridas de multilateralismo expresadas en acuerdos entre países o grandes bloques de países, siendo la troika compuesta por Estados Unidos, China y la Unión Europea, sus actores principales. Sus objetivos están enfocados en fortalecer el bienestar de sus propios espacios económicos, más que en construir instituciones de alcance global para fortalecer el comercio, evitar desbalances o crisis financieras, facilitar las corrientes migratorias o corregir resolver temas de medio ambiente.

En suma, la visión surgida de la pasada posguerra centrada en una institucionalidad multilateral que reconocía el predominio de Estados Unidos se ha venido desmoronando, debiendo compartir su liderazgo con países en sus antípodas en temas de libertad política e incluso individual, como China. Al gigante asiático, esa realidad no le ha impedido convertirse para muchos en un jugador indispensable en materia comercial y de inversiones, lo cual a su vez atrae a su área de influencia a países de menor tamaño para conformar áreas comerciales o bloques poderosos como la Unión Europea que confluyen en acuerdos como el citado previamente.

Este pacto tiene como objetivo remover las trabas a la inversión europea en China, tales como los excesivos requerimientos para asociarse con empresas de ese país y los límites de participación en el capital accionario en cierto tipo de empresas o sectores. A su vez, la cobertura del acuerdo incluye la manufactura, servicios financieros, sector inmobiliario, servicios medioambientales, construcción, y servicios auxiliares para el transporte aéreo o marítimo.

A cambio, China logra consolidar su acceso al mercado con el aditamento de poder invertir en el sector de energías renovables.

Por encima de sus efectos reales, el acuerdo irradia efectos con dimensión política centrados en la vieja relación atlántica entre Estados Unidos y Europa. Aunque no desaparecerá, tendrá un rol diferente, pues el viejo continente de ahora en más ha puesto uno de sus ojos en Oriente, al considerarlo en protagonista clave para su crecimiento por sus oportunidades comerciales, de inversión y demanda de servicios turísticos.

Los indicios de la Administración Biden al respecto van en el sentido de formular una alianza multilateral con la UE y otros socios, para presionar a Beijing sobre prácticas distorsivas referidas a subsidios industriales o transferencia tecnológica forzadas como condición previa a poder invertir en ciertos sectores.

La respuesta lacónica de los oficiales europeos ha sido que el acuerdo pone al viejo continente en pie de igualdad con lo logrado por los Estados Unidos en materia de inversiones, con lo ya acordado en la fase 1 de su acuerdo comercial con ese país.

El acuerdo del Brexit tiene para el Reino Unido más de valor testimonial —al permitirle a sus propulsores flamear viejas banderas de independencia política— que de efectos prácticos sobre el comercio entre ambas partes, salvo algún daño para el sector financiero.

En realidad, la negociación condujo a la creación de un acuerdo de libre comercio, la imposición de ciertas restricciones a la inversión y la aplicación de las normas propias entre Estados soberanos como requerimiento de visado y control a la circulación de personas. Tiene revisiones quinquenales permanentes, y lo acordado no requiere aprobación parlamentaria propia de las partes, sino que adquiere fuerza de ley lo negociado. Con ello se elimina uno de los temas urticantes para los brexiters, de someterse a legislación que debía aprobarse en el parlamento de la UE en Bruselas.

El tiempo lo dirá, pero al parecer, los peores pronósticos de un no acuerdo quedaron disipados en lo que para muchos es un mal acuerdo, o al menos innecesario, pero que no cambiaría mucho las cosas.

Viendo estos cambios a escala global finalizados en tiempos de pandemia que es también global, uno se queda atónito por la parálisis y falta de creatividad en la materia en nuestro continente. Realmente estamos a la deriva, o al menos corriendo estos temas desde muy atrás.

Primero, porque no sabemos bien hacia dónde vamos, tanto como continente ni como región. Hay más bien ideas vagas de lo que se necesita, pero pocas ideas concretas de lo que es factible y mucho menos una gran visión que sintetice un futuro de varias décadas.

Ni siquiera hay diálogos bilaterales entre vecinos, mucho menos a escala continental y menos aún a escala global, salvo algún esfuerzo individual que es rápidamente consumido por la agenda doméstica, que si bien es complicada no es patrimonio exclusivo de nuestro continente. O lo que es peor, es el cortoplacismo marcado por la próxima elección presidencial o de recambio parlamentario que centra toda la estrategia política y su accionar respectivo.

La pandemia pasará, pero los mismos problemas que nos atenazan desde hace tiempo en particular en lo comercial, resurgirán con más fuerza. Esto ocurre en un mundo que viene cambiando sin pausa para posicionarse mejor en los nuevos tiempos que vendrán. Y en eso, seguimos atrasados y sin rumbo cierto.

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