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Mujeres, pantalones y una cuenta pendiente

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Marlene Dietrich. Foto: Wikimedia Commons

Análisis

En 1919, Luisa Capelillo fue a la cárcel en Puerto Rico por usar pantalones. En 1933, la actriz Marlene Dietrich logró enemigos en París al llegar con un traje de pantalón y chaqueta, ya que estaba prohibido que las mujeres usaran pantalones, una legislación vigente hasta 2013.

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La primera mujer en usar pantalones en el senado estadounidense lo hizo en 1989. Hoy parece ridículo, en especial sobre algo tan irrelevante y a la vez tan central en las democracias liberales: la libertad de elegir. Al cierre de un año donde mucho se ha escuchado del tema, escribo para resaltar que la igualdad de género, además de ser un imperativo moral, trae beneficios.

La igualdad de condiciones y oportunidades entre hombres y mujeres es, ante todo, un derecho fundamental. Derecho a estudiar, a obtener un empleo en iguales condiciones, el mismo salario ante un mismo puesto, a caminar libremente por la calle. En segundo lugar, porque tiene beneficios económicos. Diversos estudios muestran los efectos positivos de reducir la brecha de género, que se manifiesta en diversos ámbitos de la sociedad y la economía. Un estudio del FMI muestra que la desigualdad de género reduce el nivel de diversificación de los bienes que los países producen y exportan, en especial en países de bajo ingreso y países en desarrollo (1). ¿Y por qué importa? Porque la diversificación contribuye a mayor crecimiento económico. Los autores muestran que la menor diversificación es resultado de la diferencia en términos de oportunidades, donde las niñas tienen menor acceso a la educación, reduciendo la variación en el factor capital humano (una mano de obra menos diversificada). Por otro lado, la desigualdad en el mercado laboral atenta contra la innovación reduciendo la eficiencia del mercado, afectando la diversificación.

Otro estudio de la OCDE estima que, en promedio, una reducción de la brecha de género en la participación del mercado laboral de 50% se traduciría en un aumento del PIB de 6% para los países de la OCDE en 2030, o un aumento total de 12% si la brecha se reduce a cero (2). La desigualdad en el mercado laboral no es solo un número, sino también, oportunidades de crecimiento dentro de una profesión y reducción de la brecha salarial. Si por hacer el mismo trabajo (con las mismas responsabilidades) los hombres ganaran 20% menos, ¿no les parece que sería razonable indignarse? Es decir, por cada cinco días que trabajan un hombre y una mujer, a la mujer solo le pagan cuatro, al hombre cinco. Hay sectores donde además las mujeres están más ausentes, en general los asociados a mayores ingresos. Otro estudio del FMI concluye que la presencia de mujeres en la gerencia y el directorio de entidades financieras se asocia con mayor estabilidad en los resultados del banco (3). Aún así, menos del 2% de los/las gerentes generales son mujeres, quienes además ocupan menos de un quinto de los cargos de directorios. Sin embargo, en muchos países son más las mujeres que terminan la universidad, y más mujeres que hombres se gradúan de economistas. Varios estudios reflejan que mayor presencia de mujeres en la toma de decisiones se asocia a mejores resultados en empresas, incluido uno de McKinsey&Co que concluye que las empresas con una o más mujeres en su directorio se asocian a mejores resultados financieros y precios de mercado.

Sin embargo, a pesar de los beneficios económicos —y el reciente avance— los cambios son muy lentos. El espectro de avances varía, tanto en temas como geografía: desde la reciente aprobación a manejar en Arabia Saudita, a las políticas vanguardistas de maternidad y paternidad en Suecia. En Uruguay, los hombres y mujeres trabajan el mismo número de horas, pero las mujeres todavía hacen el 65% del trabajo no remunerado, y por el trabajo remunerado obtienen en promedio un quinto menos de sueldo. Para las mujeres con 16 años o más de estudio, esta brecha es más profunda: reciben un 76% menos que los hombres. Además, la tasa de desempleo es mayor entre las mujeres, que son mayoría en los hogares pobres.

No creo posible un cambio profundo hasta no tener mayor apoyo de la audiencia masculina, en particular de aquellos con la capacidad de cambiar el status quo. El número de mujeres y hombres en el mundo es relativamente similar, pero la distribución del poder está concentrada: los hombres toman la mayoría de las decisiones políticas, económicas, culturales. Aprovecho entonces el fin de año —un período de reflexión— para proponer un tema que no está saldado. Por eso, esta columna en especial está dirigida a la audiencia masculina, ya que los hombres deben apoyar la igualdad de género porque es un derecho fundamental, y porque hace sentido económico. Quizás un día miremos atrás y la brecha ya no exista, y el tema no sea tema, al igual que hoy nadie se escandaliza por una mujer con pantalón.

(1) Kazandjian, R. et al. (2016), "Gender equality and economic diversification," IMF Working Paper.

(2) "Why a push for gender equality makes sound economic sense."

(3) Sahay, R. et al. (2017), "Banking on Women Leaders: A case for more?"

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