Publicidad

El misterio del desempleo que no es tal

Compartir esta noticia
Foto: El País

TEMA DE ANÁLISIS

La presente coyuntura nos enseña que la lectura de la tasa de desempleo puede dar lugar a conclusiones engañosas.

Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.

Desde la irrupción del COVID-19, los indicadores económicos mostraron un comportamiento tendencial dentro de lo esperado. Así, por ejemplo, la producción de bienes y servicios se contrajo, la recaudación tributaria disminuyó, el tipo de cambio tuvo inicialmente una sobre reacción al alza y la inflación se aceleró hasta alcanzar los dos dígitos.

Sin embargo, el comportamiento del desempleo a primera vista parece desconcertar. No hay que ser economista para advertir que la secuela más preocupante que dejará la pandemia está en el mercado de trabajo, donde muchas empresas enviaron personal al seguro de paro (o directamente lo despidieron) para ajustar sus costos a la caída de las ventas. ¿Cómo es posible entonces que la tasa de desempleo no aumente? Más aún: en febrero (último mes completo sin pandemia) había escalado hasta el 10,5% de la Población Económicamente Activa (PEA), la más alta desde inicios de 2007, que a todas luces evidencia un problema arrastrado desde hace años. Casi todos los analistas descontaban que ese registro sería un piso en los meses siguientes. Pues no fue así. La tasa de desempleo bajó al 10,1% en marzo, volvió a bajar a 9,7% en abril y se mantuvo al mismo nivel según el último registro de mayo publicado por el INE (cabe señalar que estos últimos tres datos fueron estimados bajo la misma metodología de ECH no presencial aplicada a partir de marzo).

Este comportamiento en apariencia ilógico, no lo es si abrimos la variable para analizar su contenido. El desempleo equivale a un exceso de oferta de trabajo. Es decir, a la diferencia entre la oferta y la demanda. Si cae la demanda (verbigracia, si el número de despidos supera las nuevas contrataciones) el desempleo aumenta. La demanda por cierto cayó tras la aparición de la pandemia y el descenso fue significativo a juzgar por el gráfico 1, donde vemos la tasa de empleo, que refleja la porción de la Población en Edad de Trabajar (PET) que está ocupada. A partir de marzo, la tasa desciende abruptamente de 56,4% a 52,9% (último dato de mayo). Asumiendo una PET estable de aproximadamente 2,9 millones, esos 3,5 puntos porcentuales de diferencia equivalen a unas 100.000 personas que perdieron su puesto de trabajo. La tasa de empleo es entonces —y siempre lo ha sido— la variable relevante que debemos atender cuando analizamos la actividad económica a la luz de lo que ocurre en el mercado laboral.

Pero pese a la destrucción de empleo, ya vimos que la tasa de desempleo (desempleados/PEA) no aumentó. La explicación hay que buscarla en la oferta de trabajo, una variable a la cual se suele prestar menos atención pero que pesa tanto como la demanda. La oferta es asimilable a la tasa de actividad (PEA/PET). Si el desempleo no aumentó, la caída de la demanda tuvo que estar acompañada por una caída en la oferta, y esto es lo que sucedió como puede verse en el gráfico 2. La tasa de actividad que estaba en torno al 63%, se desplomó más de cinco puntos porcentuales. Esto ocurrió por una caída de la PEA.

Así como es fácil trazar pronósticos sobre la demanda laboral por la correlación existente con el nivel de actividad, es más difícil pronosticar el comportamiento de la oferta. Las empresas son más predecibles al ajustar el empleo con su nivel de ventas, pero las familias pueden mostrar conductas variables en la fijación de la oferta de trabajo. Sin embargo, los datos del INE muestran un comportamiento marcado que ayuda a entender la retracción de la oferta: cuando se les pregunta a los encuestados que se declaran inactivos el motivo por el cual no buscan trabajo, el 36,2% responde que es “por la coyuntura de la pandemia”, un porcentaje muy alto que explica el aumento de la población inactiva (téngase en cuenta que este motivo no existía antes del COVID-19) y por tanto explica también la disminución de la PEA. Vale decir, la caída de la oferta de trabajo es hija del desánimo y las mayores barreras a la búsqueda provocados por la pandemia. Lo que ocurrió entonces es que, en términos netos, la disminución del número de ocupados no pasó a engrosar la población desempleada, sino la población inactiva (gente que no se considera desempleada porque no busca trabajo). Estamos asistiendo entonces a una extraña coyuntura en la cual se combinan menor desempleo (por caída de la oferta) con mayor empobrecimiento (por caída de la demanda).

¿Qué depara el futuro próximo? La recuperación de la demanda de trabajo seguramente va a ser más gradual que la reactivación productiva. Las empresas han ajustado su estructura de costos y combinarán una porción de ajuste transitorio con ajuste permanente por mejoras de productividad, en algunos casos alentado por mayor automatización de procesos.

La mayor esperanza de la demanda está cifrada en los proyectos de infraestructura en curso, cuya ejecución felizmente aumentará en el año 2021 (vale recordar por enésima vez, que la verdadera llave para la generación de empleo está en la inversión productiva). En cuanto al desempleo, en el correr del segundo semestre es factible que asistamos a mayores tasas. En primer lugar, muchas personas que migraron a la población inactiva durante los primeros meses de la pandemia irán retornando gradualmente a la PEA conforme se sigan normalizando la circulación física y el flujo de transacciones.

Por ejemplo, el consabido 36,2% de inactivos por motivo de la “coyuntura de la pandemia” registrado en mayo, era un 49,9% en abril (gráfico 3), y es razonable pensar que continuará bajando en los meses siguientes. Pero con una demanda estancada, buena parte de ese trasiego no tendría como destino la PEA ocupada sino la PEA desempleada, lo cual matemáticamente equivale a un incremento en la tasa de desempleo al crecer más el numerador que el denominador.

Finalmente está la cuestión del seguro de paro. El INE divide a la población empleada entre “ocupados trabajando” y “ocupados ausentes”, siendo éstos los que, sin haber trabajado en la semana previa a la ECH, mantienen un vínculo laboral.

Quienes están bajo subsidio de desempleo forman parte de los ocupados ausentes, y su número se cuadriplicó tras la aparición del COVID-19 (gráfico 4). En junio hubo por primera vez una reducción cercana a las 20.000 personas, y se estima que en julio se producirá el primer vencimiento importante de solicitudes (unas 70.000) al cumplirse el plazo de 4 meses por suspensión total (modalidad que aplica en más del 70% de los amparados por el subsidio). Cuando esto ocurra, en algunos casos las empresas retomarán personal, en otros pedirán prórroga, y en otros lamentablemente procederán al despido.

Será entonces cuando asistiremos a un trasiego de PEA ocupada a PEA desempleada. De este modo, mientras no se engrose la población inactiva, todo indica que la tasa de desempleo dejará de llamarnos la atención pues comenzaría a subir en las próximas mediciones.

(*) Ec. Marcelo Sibille, gerente del área de asesoramiento económico y financiero de KPMG en Uruguay.

gráficos

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad