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La macro impone condiciones al mercado de trabajo

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Foto: El País
Leonardo Maine

OPINIÓN

Las cifras del mercado de trabajo denotan una situación “congelada” desde diciembre pasado cuando se hacen las comparaciones de manera correcta, es decir en promedios de períodos razonables y no mes a mes, donde las variaciones en un sentido y otro son importantes.

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La estadística oficial muestra que el deterioro de los indicadores, medidos en años móviles, cesó en diciembre pasado y a partir de allí permanecen inalterados en su piso. Es decir, no mejoran, pero tampoco empeoran. Seguramente, algún conjunto de pequeñas obras públicas estén dando soporte a este resultado, que no alcanza para revertir la tendencia pero, al menos, frena el deterioro. En 2014 —anterior año electoral— pasó algo similar. El empleo caía desde el 2012 y ciertas inversiones estatales lograron aumentarlo transitoriamente aunque sin sobrepasar los niveles anteriores. Luego volvieron a caer casi ininterrupidamente por 4 años.

Hoy el desempleo está en máximos de 11 años, 8,7% el año cerrado a mayo, igual al de agosto 2008. Algo parecido sucede con la tasa de empleo. La diferencia con 11 años atrás es la menor cantidad horas promedio trabajadas por persona (4%). El desempleo en los menores de 25 años, es 27%, casi 32% entre las mujeres y, entre los jefes de hogar llega al 4,5%, siendo de 12,6% para el resto de la población. Por último, aquellas personas que no ponen condiciones para emplearse aumentan su porcentaje dentro de los desempleados.

Desde esta columna ya he expuesto lo que, a mi entender, son las causas de este magro comportamiento. Hay alguna externa, por supuesto, pero las internas tienen un papel relevante.

Tan es así que meramente con el cuadro que acompaña el texto se muestra como la macroeconomía impone condiciones y no hay política que cambie su resultado, por muchos discursos que se hagan. Todo termina dependiendo de cuan dinámica sea o no una economía.

Comparación

En una economía cerrada, el PIB equivale al ingreso bruto nacional. Si la economía es abierta, la diferencia entre ambos conceptos está en las retribuciones netas de factores productivos desde el país al exterior y viceversa. Como nuestra economía está endeudada, esta retribución de factores implica una salida de dinero, por tanto, el ingreso nacional es menor al PIB. De todas maneras, la diferencia no es significativa, menos aún la evolución de ambas medidas, siendo entonces el PIB una muy buena aproximación al ingreso nacional.

Cuando medimos la evolución del salario real, corregimos su valor nominal (en pesos corrientes) por los precios al consumo (el IPC). Al medir el PBI real, la corrección de su monto nominal se hace por el llamado deflactor implícito, que es diferente al IPC.

Siendo el PIB equivalente al valor agregado, la suma de sueldos, cargas sociales, alquileres, intereses, utilidades, amortizaciones e impuestos indirectos netos de subsidios, es claro que su distribución funcional nos dice qué parte del mismo va a remunerar cada uno de sus componentes. Lo que se “reparte” es el ingreso nacional generado a valores nominales, que luego tiene una expresión “real” (en términos de bienes y servicios). Ahora bien, a efectos de comparar cómo ha sido la evolución real de los ingresos por trabajo con los generados por la economía en su conjunto, debemos deflactar el salario nominal y el PIB nominal por el mismo índice. Si lo hacemos por el IPC, tenemos la evolución del salario real, en tanto que respecto del PIB este cociente no mide la variación del volumen físico, sino el poder de compra de los ingresos generados respecto a los precios al consumo. Si la tasa de variación del deflactor implícito es superior a la del IPC, un mismo volumen físico genera mayores ingresos en términos de canasta de bienes de consumo, y viceversa.

Tanto el PIB como el ingreso salarial total se miden por el producto de su precio por su cantidad. En el caso de las remuneraciones es el salario real por las horas totales trabajadas.

El cuadro que acompaña esta nota nos dice que desde el retorno a la democracia —1985— la masa salarial real creció un 15,4% por encima del PIB deflactado por IPC, no habiendo diferencias significativas entre los dos períodos de crecimiento de 13 años, 1985–1998 y 2005–2018. También nos muestra que en el primero de ellos, el PIB y la masa salarial crecieron más que en el segundo, pese que se piense lo contrario. Una diferencia es que entre 1985–1998 el salario y empleo explican casi por mitades el aumento de la masa salarial total y entre 2005–2018, el salario explica 2/3 y el restante tercio lo hace el empleo.

Ahora detengámonos en el subperíodo 2015–2018, en éste el salario real crece 3,7%, pero el empleo cae 2,5%, en tanto el PIB y la masa salarial aumentan exactamente en la misma proporción, apenas 1,1%.

Esta simple tabla nos muestra como lo que hay para repartir es el ingreso y que, más allá de consejos de salarios más o menos “duros”, discursos o posturas ministeriales sesgadas, expansiones o recesiones, la realidad ha sido la misma. Dado un nivel de actividad, la acción de los gobiernos sólo puede sesgar el resultado con más empleo y menor aumento de salario real, o más salario con menos empleo. Todo el resto es mitología.

El Presidente Jorge Batlle en su momento inmortalizó la frase “la vaca les gana”, cuando se refería al inicio del período de recuperación del país liderado por el sector primario. Si se me permite el atrevimiento de parafrasearlo en otro terreno, acá “la macro siempre gana”, no es posible ir contra ella, porque es lo mismo que ir contra la ley de gravedad. Nos guste o no es la realidad y los intentos de torcerla terminan siempre muy mal, cuando no en tragedias.

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