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Una luz al final del túnel

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Mirando hacia adelante, hay ya algunos indicios alentadores.

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Este 2020 será recordado como el año devastado por el COVID-19. La aparición de las vacunas es esperanzadora para dejar atrás al flagelo y revertir sus impactos económicos negativos.

En ese sentido, hay también ciertos indicios esperanzadores. El reciente informe de la OCDE sobre perspectivas económicas (Economic Outlook) muestra que el impacto económico negativo de la pandemia ha sido menos severo que el previsto en el pasado junio. En aquella instancia, su prognosis mostraba escenarios inciertos que incluían la posibilidad de que la economía mundial recibiera dos impactos negativos sucesivos, algo que si bien ocurrió en algunas partes del mundo como Europa y Estados Unidos, sus consecuencias fueron menos malas que las proyectadas, incluso para las imaginadas para un escenario menos adverso de un solo impacto negativo.

De todos modos, la recesión actual es la más grande desde la Gran Crisis de 1930. Se proyecta que el Producto Bruto Global caerá 4,2% este año, en tanto que para los países de la OCDE será del 5,5%. Eso significa para el citado informe, que la mediana de las economías emergentes y desarrolladas podría estar perdiendo para 2022, el equivalente a cuatro o cinco años de crecimiento del ingreso per cápita.

Por detrás de esos promedios, hay resultados inesperados por su tenor positivo. Para Estados Unidos se proyecta que su economía se contraerá este año 3,7%, en contraposición de la proyección más pesimista de 8,5% hecha en junio pasado. Como hecho extraordinario, China se expanderá 1,8%. En tanto, Australia aparece como caso exitoso de contención de la pandemia, con crecimiento nulo.

A su vez, el impacto en el tejido social ha sido devastador y disímil entre categorías laborales. El Banco Mundial estima entre 88 y 115 millones de personas fueron empujadas hacia la extrema pobreza.

La crisis afectó muy poco el número de horas trabajadas por los cuadros gerenciales y profesionales. El impacto fue muy severo en trabajadores con bajo entrenamiento, operadores de maquinaria, ventas y de servicios. Sin dudas, la recuperación del empleo y la reversión de la pobreza serán unos de los desafíos más importantes a resolver.

Mirando hacia adelante, hay ya algunos indicios alentadores. Aunque sea prematuro decirlo, los responsables de la conducción de los países desarrollados y China pasarán a la historia como ejemplo en el manejo de la política económica en momentos de crisis inéditas. Ya lo habían mostrado en el manejo de la crisis financiera del 2007-8, pero aun más en esta instancia.

También quedo expuesto el rol subsidiario del FMI ante instancias como las actuales, mostrando su obsolescencia para actuar ante crisis con impactos globales. Podríamos decir que hemos entrado en una etapa donde predomina el accionar de las tesorerías y los bancos centrales de las potencias mundiales como factores de resolución de crisis.

El otro hecho importante es que la tasa de ahorro privado de los países desarrollados ha aumentado considerablemente por efecto de la crisis. Eso hace prever una explosión en el consumo esperado una vez que cese la pandemia, con lo cual se potenciará el crecimiento.

El desempeño mejor de lo esperado de China y su factor de arrastre sobre el resto del mundo, en particular el emergente, apunta en el mismo sentido.

De todos modos las cicatrices de la pandemia en términos de crecimiento tomarán su tiempo en desaparecer. Y habrá otras que dejaran su marca de manera permanente, basadas en el escepticismo ante eventos inciertos, en la perdida de capital humano o destrezas generadas por actividades forzadas a desaparecer o a cambiar su modo productivo. La defensa ante la pandemia aceleró la introducción de nuevas técnicas que agregan desafios en materia de empleo.

Aun los escenarios más optimistas, prevén que recién en 2022 se alcanzara el nivel del Producto Global de noviembre de 2019. Esa realidad esperada incluye cambios estructurales en el funcionamiento de algunos sectores, particularmente servicios, así como la aparición de un vasto número de empresas con balances debilitados por mayores niveles de endeudamiento contratado para sobrevivir la pandemia, y por ende quedan con capacidad de inversión limitada.

Esta realidad común para casi todos los países agrega desafíos adicionales a nuestra realidad de alguna manera ya comprometida antes de la pandemia.

Si antes una de las cuestiones primordiales era mejorar la sostenibilidad de las cuentas públicas, ahora se le agrega neutralizar los daños de la pandemia mejorando los incentivos y la capacidad de inversión del sector privado junto a la corrección de anomalías inesperadas en un mercado laboral signado por la caída del empleo.

Sin negar la necesidad de hacer transferencias temporarias paliativas de situaciones extremas, hay que pensar que la expansión del gasto público generalizado como solución está limitada tanto por la carencia de recursos como por su ineficacia para generar crecimiento y empleo sostenible en el largo plazo.

En la práctica, esto implica acelerar la introducción de reformas microeconómicas y modernización de los marcos regulatorios, incluidos los de las empresas públicas, para mejorar el clima de negocios. A su vez, deben evaluarse medidas fiscales generalizadas que incentiven la inversión como lo es la reducción de la tasa del IRAE, cuya pérdida de recaudación podría compensarse con el aumento de la tasa a la distribución de dividendos y utilidades retenidas.

Para el entorno del mercado laboral, estamos enfrentando eventos coyunturales pero también cambios estructurales acelerados por la pandemia. Las redes de contención tradicionales como los seguros de desempleo parciales son idóneas para compensar el paro temporal. Pero el de índole estructural requiere de otros mecanismos más sofisticados basados en el reentrenamiento. Sobre este tema, se abre un nuevo capítulo con derivaciones aun no bien delimitadas. De todas maneras, es una asignatura permanente de toda política pública futura.

Como nota final para este año tan aciago que termina, podríamos decir como nota de esperanza que los peores pronósticos no se han cumplido, lo cual no implica que la situación adversa haya sido superada. Pero el mundo parece retomar la senda del crecimiento. El destino particular de cada país dependerá entonces de la calidad de las políticas que adopten sus gobiernos.

Estos temas no se corrigen con la expansión del gasto público generalizado a manera de salvavidas compensatorio, sino por el mejoramiento de las condiciones operativas e incentivos para el sector privado.

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