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Los dilemas que afrontan los bancos centrales

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

La última década los mostró en el mundo desarrollado con un rol nuevo como moderadores de las crisis económicas.

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Es difícil encontrar en la historia reciente, tiempos como los actuales tan cargados de incertidumbre.

La pandemia llego cuando el mundo estaba aun saliendo de una crisis financiera que insumió más de una década neutralizarla, que resquebrajó al sistema bancario internacional y puso en peligro la viabilidad del Euro y de la propia Unión Europea. La reacción de los bancos centrales del mundo desarrollado a través de políticas monetarias híper expansivas fue la primera línea de ataque, a través de un abanico amplio de instrumentos como baja de tasas de interés, compra de activos públicos y privados (bonos), líneas de crédito y flexibilización regulatoria, complementada luego por políticas fiscales del mismo tenor, acentuadas últimamente por la irrupción del covid 19.

Esta postura en la política monetaria, que llevó a las tasas de interés de referencia a niveles nulos, sin que tuviera efectos sobre la inflación, en este caso para reavivarla y llevarla a un nivel del 2%, abre un nuevo capítulo en la historia de las ideas económicas, aun no bien definido y sujeto a debate, pero que ya afecta el comportamiento de los bancos centrales.

Hoy, gracias a la ciencia que aportó vacunas en tiempo récord, el mundo desarrollado se encamina hacia una fase de normalización aun incierta. El riesgo de un retroceso sigue latente, por la reaparición de focos que postergan la recuperación lozana del crecimiento.

Hace un par de meses se proyectaba tanto en EE.UU. como Europa un crecimiento esperado más alto que el estimado a comienzos de año. Hoy parece que habrá que hacer una corrección a la baja, por los últimos eventos ligados al comportamiento de la pandemia.

Esa realidad condiciona el timing del retiro de las políticas extraordinarias de los bancos centrales, quienes se encuentran ante la disyuntiva de cumplir con su mandato tradicional de aventar posibles riesgos inflacionarios, o la de lesionar la recuperación del crecimiento por una reversión apresurada de sus políticas monetarias expansivas.

Si bien en estos días pueden esperarse anuncios al respecto en la reunión anual en Jackson Hole (Wyoming) de la Reserva Federal, todo indica que la prioridad seguirá siendo proteger el crecimiento dejando en segundo plano la inflación, que como es sabido su abatimiento provoca contracción en el corto plazo. En el seno de la Unión Europea, su banco central se encuentra en una postura similar que se resume en que un desborde inflacionario circunstancial (3%), que puede ser aceptable para lograr el ansiado promedio del 2%, cuando se viene de un largo lapso de inflación cercana a cero. Más aun cuando, permitiendo ese desvío, se protege también una recuperación del crecimiento incipiente.

Como se dijo, estamos ante una realidad nueva, que abre marcos teóricos impensados poco tiempo atrás en lo que hace a los objetivos de los bancos centrales y la potencia de sus instrumentos. La última década los mostró en el mundo desarrollado con un rol nuevo como moderadores de las crisis económicas. A principios de la década pasada en Estados Unidos, su participación decidida rescató a bancos y empresas seriamente comprometidas con instrumentos heterodoxos. En Europa hizo lo mismo, agregando también países como Grecia, Portugal e Italia, al comprarles su deuda pública con el fin supremo de salvar la Unión Europa

Pasarán a la historia las palabras del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, cuando se refería al monto de la ayuda diciendo: “…todo lo que sea necesario” (whatever it takes).

En realidad, la baja de las tasas de interés habían llegado a ser cero sin lograr los efectos esperados, ni en materia de modificar la inflación (en este caso buscando aumentarla) ni tampoco en el nivel de actividad. Y mucho menos, como instrumento de rescate de empresas ni de países. Rápidamente el mundo abandonó por la fuerza de los hechos los tiempos de los automatismos encarnados en la era Greenspan, donde el manejo de la tasa de interés era el instrumento supremo para manejar la inflación y generar un ámbito favorable para el crecimiento. Paradigma que también tuvo curso en su homónimo europeo, más exigente aun en materia de control de la inflación.

El desafío es cómo actuar hacia delante. Hay consenso acerca de que no se puede seguir con una fase de expansión monetaria perpetua. El disenso empieza en decidir cuándo revertirla y en cómo hacerlo, pues se entiende que todavía existen debilidades subyacentes en el entorno económico. Nadie quiere arriesgar todo lo que evitaron estas políticas banco centralistas inéditas. Entraremos en un proceso de prueba y error que tendrá un transcurso lento, a menos que se desate un empuje inflacionario serio, lo cual no es esperable.

Bajo los parámetros de un reacomodamiento monetario global, los bancos centrales de los países emergentes deberán mostrar cautela en la ejecución de sus políticas. También sus fiscos. Pues una reversión, aunque pequeña, en la enorme liquidez imperante, tendrá repercusiones en la tasa de interés internacional de referencia y en el costo del endeudamiento. Tendrá sobre nosotros un impacto deflacionario y también sobre el nivel de actividad.

En nuestro caso, la sintonía fina de acelerar el objetivo inflacionario, aun a costa de arriesgar una caída del tipo de cambio real aunque sea temporario, debe calibrarse cuidadosamente. El mundo y nosotros estamos en una transición que todavía muestra luces y sombras en materia de crecimiento. Y en este momento, ese es el objetivo supremo.

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