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Es la liquidez, ¡estúpido!

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LIQUIDEZ ECONOMÍA Y MERCADO

Opinión

Incluso para los inversores más motivados, el estudio de las políticas monetarias puestas en marcha por los bancos centrales no constituye, en absoluto, una apasionante lectura para los calurosos días del verano.

LIQUIDEZ ECONOMÍA Y MERCADO

El efecto que tienen en la confianza las aventuras rocambolescas de los dirigentes políticos, a ambos lados del Atlántico, así como la actualidad de la actividad económica, despertó aún más la curiosidad de los ahorradores durante sus vacaciones. No obstante, como suele suceder, lo más evidente no siempre es lo más importante.

La revolución que más afectará al rumbo de los mercados financieros estos próximos meses, y probablemente durante los próximos años, no será política, sino monetaria.

Se cumplen casi diez años del nacimiento de una política cuyo nombre, por aquel entonces, sonaba a chino: relajación cuantitativa (quantitative easing). Para los bancos centrales, empezando por la Reserva Federal de EE.UU., se trataba de aventurarse en terreno desconocido para salvar a la economía mundial de la quiebra. Resultaba evidente que el mero recorte de los tipos de interés de referencia, por muy drástico que fuera, no bastaba, por lo que los bancos centrales se lanzaron a la actividad sin precedentes de comprar deuda pública en el mercado. Estas adquisiciones provocaron un aumento del precio de los bonos y, dado que el precio de estos títulos evoluciona en sentido inverso al de su tasa de interés, hicieron que los rendimientos cayeran. Este descenso de los tipos de interés alentó a los inversores, a lo largo de los años, a buscar mejores rendimientos en otros lugares, donde fuera que estuviesen.

Los mercados de deuda corporativa (bonos privados) y, posteriormente, los mercados bursátiles, se beneficiaron de este entusiasmo. Así, entre 2008 y 2018, el índice bursátil estadounidense S&P 500 se revalorizó un 200%, e incluso el índice europeo Eurostoxx avanzó más de un 60%, a pesar de una actividad económica anémica y de las múltiples crisis políticas acaecidas en esta década.

Los bancos centrales hicieron gala de una gran valentía, algo muy poco habitual en sus instancias, al utilizar su exclusivo poder de imprimir dinero para comprar activos financieros. Esta creación histórica de liquidez hizo las delicias de los inversores. Pero toda bella historia tiene un final.

Desde principios de 2018, la marea ha empezado a revertirse. No solo la Fed ha dejado de comprar bonos (puso fin progresivamente a las compras en 2014), sino que ahora ha pasado a venderlos e intenta devolver al mercado lo que había adquirido entre 2009 y 2013.

De relajación cuantitativa (QE, quantitative easing) hemos pasado a ajuste cuantitativo (QT, quantitative tightening).

Además, se ha comprometido a emprender una trayectoria de normalización de su política monetaria, es decir, subir sus tipos de interés desde unos niveles considerados extraordinariamente reducidos. El Banco Central Europeo no está todavía en esa fase, pero ya ha anunciado el fin de sus compras de bonos para finales de este año.

Los inversores deben entender que las ramificaciones de esta reversión de tendencia son decisivas, en tres niveles.

La seguridad que ofrecía el apoyo a los precios de los activos financieros garantizado por los bancos centrales ha derivado en un colapso de la percepción del riesgo o, en otras palabras, de la volatilidad. La retirada de los bancos centrales sentará las bases de un aumento de la volatilidad. Dicho de otra forma, los envites externos, ya sean políticos o económicos, tendrán un mayor efecto en los mercados.

Salvo que surja un número suficiente de compradores para compensar la reversión de la intervención de los bancos centrales, los tipos de interés de la deuda pública tenderán a subir y sus precios, a bajar, arrastrando consigo los precios de la renta variable y de la deuda corporativa. Resulta evidente que las plazas bursátiles ya no muestran este año la misma tendencia que en 2017.

Por último, dado que la Fed fue el primer banco central en revertir su política, la reducción de la oferta de dólares abre la veda de la restricción de la liquidez. Por tanto, las primeras víctimas de este fenómeno serán los países dependientes del billete verde para financiar su déficit. Las turbulencias financieras que está sufriendo Argentina constituyen, en este sentido, un ejemplo revelador.

Claro está que cualquier revolución tiene lugar en un contexto determinado que también influye en sus efectos.

Una situación de crecimiento económico resistente y aumento de la inflación, especialmente en Estados Unidos, alentaría a las instituciones monetarias a acelerar su normalización. Por el contrario, una ralentización o una elevada volatilidad en los mercados bien podrían incitarles a echar el freno.

Pero no nos equivoquemos: los inversores no deben preocuparse únicamente por la economía, sino que ahora deben estar ojo avizor ante las condiciones estrictamente financieras que la acompañan.

(*) Miembro del comité de inversiones y Managing Director de Carmignac.

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