OPINIÓN
“La decisión de postergar el consumo presente (ahorrar) de una persona depende de su ingreso disponible y del premio que reciba por el ahorro".
Leía en una nota de El País del 2 de noviembre, las conclusiones a las que llegó el economista principal del Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo Eduardo Cavallo, sobre el problema del bajo ahorro que hay en América Latina y los problemas que ello genera hacia el futuro.
En un seminario organizado por la cátedra Sura de Confianza Económica de la Universidad Católica, el economista habría señalado en el caso de la región y de Uruguay -de acuerdo con la nota periodística- que entre las razones que suelen obstaculizar la posibilidad de ahorro a nivel doméstico se encuentran “la falta de hábito (al ahorro), la escasa educación financiera, el impulso por la gratificación inmediata, mayor consumismo y otros sesgos de conducta como la impaciencia, los genes y hasta la cultura”. No he sabido por lo que publicó El País que el economista haya mencionado otras razones que entiendo que influyen fuertemente en un país para que la población ahorre y use ese ahorro para asegurar, con inversión, el crecimiento presente y futuro de la economía así como su innegable corolario: el incremento del empleo.
Determinantes.
La decisión de ahorrar de una persona depende, a mi juicio, de su ingreso disponible y del “premio” que reciba por el ahorro. Si bien esas dos razones no son las únicas, deben explicar el 90% de la decisión de ahorrar e invertir, es decir de sacrificar consumo presente por más consumo futuro propio o de terceros.
En cuanto a la primera de esas razones -el ingreso disponible-, debemos entender que se trata del ingreso que una persona tiene para gastar -en consumo- y para ahorrar -e invertir-, tras los tributos, impuestos y otros gravámenes por el estilo, que debe pagar. Eso nos lleva a la consideración de la “presión fiscal ampliada” que existe en nuestro país, la que es extremadamente alta cuando se le agrega a los impuestos nacionales, los impuestos y tasas municipales y los cuasi tributos contenidos en las tarifas de empresas públicas. Debido a esa “presión fiscal ampliada” -muy alta en nuestro país-, el ingreso disponible para gastar se reduce sustancialmente y, en él, aumenta significativamente la participación del gasto en consumo y se reduce, también notablemente, la participación del ingreso disponible para ahorrar e invertir.
A mayor presión impositiva, menor es el ingreso privado y no más del 10% del monto total pagado por la “presión fiscal ampliada” es lo que el sector público que la recibe, destina finalmente a la inversión. En consecuencia, una razón importante del bajo ahorro total que hay en el sector privado de la economía uruguaya es el alto peso de los gravámenes que recaen sobre su ingreso y el bajo ahorro total que existe en la economía, cuando agregamos al sector público.
La segunda razón, es decir el “premio” que se reciba por ahorrar es un incentivo fundamental para postergar consumo presente por mayor consumo futuro. El “premio” no es otra cosa que la retribución neta que se obtendría por asignar recursos ahorrados a inversiones en el sector financiero o en el sector real de la economía. En el caso del sector financiero el ahorro que se invierta dependerá de la tasa de interés o de rendimiento de la inversión financiera. En realidad, del retorno neto que se obtenga tras el pago de los impuestos que gravan tanto al monto de la colocación como al del ingreso por intereses: si ese ingreso permitirá cambiar consumo presente por mayor consumo futuro.
También depende de similar resultado al anotado, que se ahorre para inversiones en el sector real de la economía: en inmuebles, empresas de todo tipo y en otras actividades por el estilo.
Incentivos.
Tras lo que he señalado que entiendo como las principales -aunque no las únicas- razones para ahorrar e invertir, para estimular al crecimiento económico presente y futuro y con ello al aumento del empleo y del bienestar de la población en general, los incentivos a ahorrar en nuestro país son evidentes.
Tan obvios como aparecen en la impresionante cantidad de ejemplos que lo demuestran. Bastaría con observar y analizar por qué muchos uruguayos han preferido invertir sus ahorros en el sector real argentino y en el norteamericano en ciertos momentos del pasado, y en el paraguayo desde hace algunos años hasta el presente, o en el sector financiero del exterior, sea en centros como el de Nueva York, el de Londres o en otros centros financieros menores pero por el estilo. Y en comparación, observar la evolución del comportamiento de la inversión financiera y en el sector real en Uruguay.
El primer incentivo es una reducción del peso del Estado en la economía y del gasto público que permitan un abatimiento significativo de este último seguido de una reducción de la “presión fiscal ampliada”. Menos impuestos, más ahorro privado y más inversión y empleo.
El segundo incentivo surge naturalmente del anterior: más retorno por la inversión tanto real como financiera.
Es tan difícil que lo señalado sea políticamente aceptable en la práctica como más difícil será evitar que el ahorro privado continúe declinando. ¿O acaso en estos días, a pesar del alto déficit de las cuentas públicas, no se está proponiendo una “adecuación fiscal” tributaria antes que un ajuste fiscal por baja del gasto, y en aumentar los impuestos sobre el ingreso y la renta en lugar de intentar disminuir la “presión fiscal ampliada”?