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El lenguaje y la economía: debate de ideas, no de etiquetas

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Las formas en política importan. Con quién se saca una foto el candidato, con quién no. Qué barrios visitan, qué ropa usan (de qué marca). El proceso para la elección de los candidatos a vice ha sido otro ejemplo de esto. Pero el lenguaje –lo que se dice, y lo que no– también importa.

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El lenguaje es el instrumento a través del cual los políticos plantean sus ideas y visiones de país –en discursos y programas de gobierno– y en debates cuando los hay (1). Es cierto que la oratoria no siempre es digna de alquilar balcones y la redacción de los programas no siempre una obra maestra. Esto, sumado al descreimiento y caída del apoyo a los partidos políticos en los últimos años, parece haber pocos incentivos para que los políticos viren desde un presente lleno de etiquetas, eufemismos y falta de claridad.

¿Y qué tiene que ver esto con economía? Todo. La política define la economía. Los votantes delegamos en los políticos decisiones que afectan nuestro día a día: el tamaño y prioridades del gasto, las reglas del juego para el sector privado, las libertades de quienes habitan en el país. El mercado financiero responde a dichos de los gobernantes de turno o a incertidumbre sobre gobernantes futuros. Votar implica también delegar decisiones sobre temas que desconocemos, o asuntos que surgen posteriores a una elección (por ejemplo, cómo reconstruir una ciudad luego de un ciclón inesperado).

¿Pero cómo entender realmente lo que nos proponen cuando cada vez se dicen cosas menos concretas? ¿O cuando cada vez se recurre más a palabras que dividen el universo entre bueno y malo?

No es un tema que afecta sólo a Uruguay. La discusión sobre las “fronteras abiertas” (open borders) domina y divide la discusión política y social en Estados Unidos. Una discusión que pareciera estar dividida entre un país donde todos pueden entrar o ninguno. Donde los extranjeros son buenos o malos.

Tampoco es un tema que es tan nuevo. George Orwell publicó un ensayo muy famoso en 1946 titulado “La política y el idioma inglés”, donde criticaba el uso de lenguaje impreciso y faltante de ideas que reinaba entre políticos del Reino Unido luego de la segunda guerra mundial. Allí Orwell manifestaba cómo los políticos abusan de algunas palabras, como “democracia”, una palabra para la cual “no solo no hay una definición acordada, sino que el intento de definirla se resiste desde todos los lados” (2). ¿Suena familiar?

Un lenguaje impreciso y binario divide al mundo en bandos opuestos y, por definición, no busca consensos. Si el otro es malo y yo bueno, ¿por qué habría de dialogar o demostrar cosas en común con el otro? Esta división permite a los políticos reducir temas complejos a una o dos palabras (oligarquía o pueblo, pro-vida o pro-decisión, cantidad vs. calidad, por citar unos ejemplos) y concluir un tema sin discutir las complejidades, y sin justificar sus propuestas.

Por ejemplo, en términos generales estoy de acuerdo con el principio de que un gobierno debe tener un gasto de calidad, y un gasto sostenible. Parece sentado. Es además lo que intento en mi vida privada. Sin embargo, hay matices. Por ejemplo, la línea de base importa. Si un país tiene un bajo nivel de escolaridad (muchos niños no llegan a ir a la escuela), entonces tiene sentido que el foco se ponga más en la cantidad (se necesita gastar más porque hay que avanzar mucho dado que se empieza desde un nivel muy precario). Por otro lado, si un país ha logrado que todos los niños accedan a clase y mantiene un gasto alto sin ver resultados, entonces ahí tiene sentido poner foco en calidad. Donde además mejor calidad (eficiencia) no necesariamente implica menor gasto, sino tal vez igual gasto pero con mejores resultados. Claro está, la discusión sobre cuál es el nivel de gasto óptimo no es sencilla. ¿Debemos mirar gasto por PIB? ¿Gasto por alumno? ¿Gasto por alumno egresado? ¿Gasto por alumno por nivel escolar? Es en los detalles donde se ven los consensos y las diferencias.

No se trata tampoco de usar palabras sofisticadas, y es entendible que los políticos no sean precisos a veces. No son expertos en todos los temas, por eso hay división de trabajo y diferentes ministerios con gente idónea en cada área. También es cierto que parte de la política es marketing, y estamos en época de campaña. Pero más allá de momentos específicos, deberíamos reclamar propuestas planteadas de forma clara, pero justificadas, donde se explica y se entiende lo que se propone.

Dicen que las palabras se las lleva el viento. En parte es cierto, pero a la vez también en esas palabras (o detrás de ellas), es que se esconden las prioridades y posteriores decisiones de los políticos. Ahora, el presente –y las decisiones económicas– sólo cambian si se desafían, por eso sólo cambiará si al menos empezamos por reclamar un debate de ideas, no de etiquetas.

(1) Políticos entendido como “aparato politico“ (Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, candidatos).
(2) George Orwell, "Politics and the English Language", 1946.

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