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Tiempo de leer entre líneas y de entender la realidad

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

El BCU cree que tenemos moneda propia y que la política monetaria es potente. Por su propia naturaleza no puede creer en otra cosa. Otros creemos que las cosas no son “tan así” como el Central cree.

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Es tiempo de leer entre líneas lo que dicen los indicadores que sucesivamente se van conociendo. Indicadores que, a simple vista, dejan una cierta impresión, pero que a poco de analizarlos con mayor cuidado, muestran que las cosas no son tan contundentes como parecen. Esto puede ser un problema, si se da en el caso de tomadores de decisiones en materia de políticas públicas.

Una lectura rápida, superficial e incluso partidaria de algunos indicadores relevantes en la coyuntura (por ejemplo, aquellos que mira el Copom del BCU) sería la siguiente: “la economía está volando, terminó el año pasado creciendo a gran ritmo, el desempleo está casi en sus mínimos históricos y la inflación está que arde”.

Mi lectura es otra. Por ponerla en términos parecidos a lo expuesto, diría: “la economía crece, pero todavía está muy poco por arriba del nivel de actividad de hace varios años; en el mercado de trabajo todavía hay decenas de miles de menos puestos de trabajo que hace algunos años; y la inflación se ha acelerado, pero menos que en el mundo y mucho menos todavía si vemos la inflación subyacente”.

Profundicemos en estos indicadores. En el cuarto trimestre de 2021, la economía estaba casi 6% por encima del nivel de ocho años antes. Un crecimiento paupérrimo para un período tan extenso (0,7% anual). El desempleo es bajo porque la oferta de trabajo se comprimió, no porque haya subido el empleo, que hoy está todavía en 30 mil puestos por debajo del de finales de 2014. Además, desde diciembre de 2019 hay más de 50 mil nuevos inactivos, con muchos de ellos presumiblemente desalentados. Estos datos no son propios de una economía pletórica. Y la inflación… entre mayo del año pasado y marzo de este año pasó de 6,6% a 9,4%, en gran medida influida por componentes volátiles, de esos que suben y bajan mucho y muy seguido. Sin los volátiles, la inflación “subyacente” sólo pasó de 7,7% a 8,5% en ese período. Seguimos con nuestra inflación “de siempre” (por las razones de siempre), pero complicándose bastante menos que lo que ocurre en casi todo el mundo.

La diferente aproximación a la realidad es relevante porque, según como sea ella y las conclusiones que se saque, serán las políticas y las medidas que se recomendarán o aplicarán.

Hace dos lunes veíamos que el contexto global lleva a tener una inflación “importada” elevada. Eso se traduce necesariamente en más inflación en dólares en nuestro país. Pero los números muestran que acá ha venido siendo bastante mayor que en el mundo. En los últimos 12 meses nuestra inflación en dólares (14,6%) casi duplicó a la de EE.UU.

De este modo, en el primer cuatrimestre, el tipo de cambio real de Uruguay con fuera de la región habrá caído aproximadamente 9%, y se habrá perdido todo el terreno que se había ganado desde comienzos de 2020.
También vimos hace dos lunes que es razonable pensar que una parte relevante de lo que estamos viviendo es transitorio y que cambiará con la normalización monetaria que se viene, posiblemente más agresiva de lo que hoy espera el consenso. Si es así, entonces hay razones para tomar medidas “heterodoxas” como paliativo transitorio: alguna rebaja de impuestos a bienes de consumo, no pasar a precios todo el aumento del crudo, suavizar la caída del tipo de cambio (que, a diferencia de lo que era habitual y había sido ratificado por las actuales autoridades, esta vez no se ha hecho). Sobre esto último cabe esperar, al menos, la necesaria simetría por parte del BCU dejándolo subir cuando “se dé vuelta la tortilla”, lo que más tarde o más temprano ocurrirá.

Un dólar más bajo no afecta al productor de soja, por cierto, que recibe un mayor precio por su producción. Pero no todo el Uruguay produce soja. Están también quienes agregan valor en procesos industriales a materias primas que se han apreciado, o quienes compiten con productos importados, o quienes venden bienes y servicios al turismo. Todos ellos no reciben un precio mayor, como los sojeros, pero sí cargan con mayores costos. Si fuera permanente, sería una cosa, pero al ser transitorio, es otra.

No estamos ante una “enfermedad holandesa” ni mucho menos.

Hoy el déficit fiscal sigue siendo muy alto, aun cuando su evolución ha sido muy satisfactoria y las razones de que sea alto son entendibles. Por otro lado, la indexación salarial volvió por sus fueros y la prometida recuperación se seguirá postergando debido a la mayor inflación, lo que terminará siendo una enorme “arruga en la alfombra” para 2023 y 2024 que darán más combustible (esta vez de origen doméstico) a la inflación. Salvo que, como parece que se estaría manejando, se ajusten los convenios para incorporar la mayor inflación inesperada, lo que espiralizaría hacia la inflación todavía más temprano.

El BCU cree que tenemos una moneda propia y que la política monetaria es potente. Por su propia naturaleza no puede creer en otra cosa. Otros creemos que las cosas no son “tan así” como el BCU cree. Pero aún desde la visión del propio BCU, una lectura más fina y entre líneas de los indicadores referidos debería llamarlos a actuar con mayor cautela. Lo que no hicieron en la reunión del Copom del jueves 7. Allí exacerbaron el uso del único instrumento que el gobierno parece dispuesto a usar (contra la inflación, no contra el índice).

Como si la inflación dependiera sólo del BCU. Por ese camino, no va a haber menos inflación, pero sí se irán complicando las cosas en materia de actividad y empleo. Es tiempo de entender la realidad.

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