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La reiterada mala lectura de Occidente sobre China

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Osvaldo Rosales – Economista chileno, consultor en economía internacional, comercio exterior y negociaciones comerciales.Foto: El País

ENTREVISTA

La batalla contra el COVID-19 se está transformando en un nuevo acto de disputa hegemónica entre EE.UU. y China.

Cuando el economista chileno Osvaldo Rosales presentaba en Uruguay su libro “El sueño chino”, el COVID-19 era un serio problema en China, comenzaba a propagarse por Europa, pero la OMS aún no lo consideraba pandemia. En esa oportunidad conversamos sobre la proyectada hegemonía mundial del gigante asiático, las históricas malas lecturas de occidente sobre el país más poblado del mundo y los desafíos que afronta China a 30 años de su principal objetivo: volver a ser la principal potencia, lo que denominan “la normalidad histórica”. Pandemia mediante, el diálogo con Rosales, ex Director de la División de Comercio Internacional e Integración de CEPAL y pilar de las negociaciones comerciales de su país con Estados Unidos, Europa y China, continuó por los efectos de corto plazo derivados de la crisis sanitaria y sus consecuencias en el “proyecto chino”. A continuación, un resumen de la entrevista.

—La estrategia china ante el coronavirus pasó primero por el silencio, luego por intentar liderar el control del virus, y ahora ensaya una riesgosa salida para superar la crisis sanitaria y sus efectos económicos y sociales. ¿Cómo observa esta etapa?

—En la primera etapa, la interacción entre autoridades locales, provinciales y centrales demoró demasiado la adopción de medidas de control de la epidemia. Más tarde, cuando el alerta empezó a ser evidente, la autoridad central corrigió y lo hizo con prontitud, desplegando la totalidad de los recursos tecnológicos, financieros, políticos e institucionales.
Una vez que la autoridad china reacciona, corrigiendo su accionar inicial, tensionó todo su aparataje institucional, político y tecnológico para controlar el virus. La intensidad y eficacia de la cuarentena en Wuhan llamó la atención de Occidente. Un comentario recurrente ha sido mencionar que ello es posible en China, dado un régimen autoritario que restringe las libertades individuales. Hay que tener presente que en 5.000 años de historia, China no ha conocido momentos de democracia liberal, al estilo occidental. Por otra parte, en su cultura, la dedicación, la disciplina, el esfuerzo y el bien común sobre las libertades individuales son valores asumidos y de larga data en China.
En síntesis, convergieron en la respuesta china una elevada conectividad (aprovechando el uso de las redes 5G y el almacenamiento en la nube de masas gigantescas de datos), una institucionalidad poderosa, el despliegue de multitudes de personal médico y sanitario, una provisión también gigantesca de equipamiento médico y sanitario (mascarillas, tenidas de protección para el personal sanitario, respiradores mecánicos) y el montaje en 10 días de hospitales de emergencia para atender a 1.000 personas.

—¿Es posible que esta crisis desvíe los objetivos de China por lo menos temporalmente?

—La batalla contra el COVID-19 se está transformando en un nuevo acto de la disputa hegemónica entre EE.UU. y China. Muy pronto la historia podrá evaluar el desempeño relativo de cada una de las dos potencias ante esta inédita circunstancia de la humanidad. Y en algunos años, cuando la historia empiece a escribir el balance inicial de la lucha contra la pandemia, seguramente entre los criterios de éxito aparecerán al menos los siguientes: eficiencia en el control de los contagios; rapidez en la recuperación de la economía; menor tiempo en conseguir la vacuna contra el virus; buena coordinación interna y activa cooperación internacional en el combate a la pandemia y en apoyar con recursos financieros a los países más pobres.
En el balance de cortísimo plazo —apenas transcurridos cuatro meses y fracción del inicio de la pandemia— China está compensando su error inicial y está mostrando un mejor desempeño que EE.UU. en los cinco indicadores que acabo de mencionar. El shock sobre la economía global está siendo inmenso y obviamente China resulta afectada. Eso podría llevarla a postergar el logro de sus objetivos más cercanos, por ejemplo, su iniciativas “Made in China 2025” y “One Belt, One Road”. Pero en una perspectiva de más largo aliento sigo creyendo que China seguirá avanzando en dirección a su sueño de mediados de siglo.

—¿En qué basa el concepto de “sueño chino” con que tituló su libro?

—Hasta inicios del SXVIII, China era la primera potencia económica mundial. De acuerdo con los estudios del historiador económico inglés Angus Madisson, en 1820 el PIB de China era superior al de Estados Unidos y Europa sumados. Viene la decadencia con la Guerra del Opio, en 1841, cuando Inglaterra invade China y establece jurisdicción allí. Entre esa fecha y 1911, China es invadida dos veces por Inglaterra, pero también por Francia, Alemania, Rusia, Japón y Estados Unidos. En 1911 surge la República, pero dura meses, ya que el ejército toma el control y sobreviene un período hasta 1949 en el que hay guerras intestinas entre los señores feudales y luego la guerra civil entre el Kuomintang y el ejército Rojo. En 1949 se instaura la República Popular China. A todo el período antes citado, los chinos lo llaman “el siglo de la humillación”. En el marco de su mirada de largo plazo, se plantearon que 100 años después de 1949 volverían a lo que llaman “la normalidad histórica”, es decir, nuevamente China en el sitial de privilegio en la economía mundial. Lo que para nosotros puede ser una rareza, para ellos es el retorno a la normalidad. Pero también definieron objetivos intermedios, y allí está la iniciativa “Made In China 2025”, donde apuntan a cerrar las brechas en ciencia, tecnología e innovación con Occidente y también, definir las reglas y estándares tecnológicos. Es fundamental tener esa óptica para entender cuál es el margen para entenderse con China, partiendo de la base que ellos no abandonarán esos objetivos.

—Esa mirada hay que tenerla en cuenta cuando se intenta analizar la guerra comercial con Estados Unidos…

—Por supuesto, para entender China y sus estrategias, es clave no perder de vista que mientras Trump mira hacia la próxima elección, los chinos trabajan de cara a 2050. Son dos miradas totalmente distintas, que definen la forma en que actúan unos y otros.

—¿La guerra más relevante con EE.UU. es la tecnológica, por encima de lo comercial?

—Todo lo que hace a inteligencia artificial, big data, i-cloud, etcétera, depende críticamente de las redes 5G. Los expertos sostienen que en ese terreno China lleva la delantera y en 2030 esperan lanzar las redes 6G. En ciencias, Xi Jinping es probablemente el líder mundial más preocupado en estos temas. Es ingeniero y tiene gran saber sobre las cadenas globales de valor y las nuevas tecnologías. Sabe que hoy la fortaleza de los países radica en la economía de los datos. Y otro gran desafío suyo es liderar la ciberseguridad. Para todo eso se requiere mucha educación y trabajo calificado, y es parte de ese sueño chino que viene de Sun Yat Sen, de Zhou Enlai, de Deng, ahora sigue con Xi. Hay una continuidad.

—La pandemia encuentra a China en plena etapa de “ajuste” en sus objetivos…

—En China están gestándose 25 centros de innovación de calidad mundial. Es posible que un efecto de la pandemia sea un mayor énfasis de los investigadores chinos en vacunas, biología, medicamentos y equipamientos sanitarios. Seguirá con sus propios modelos, no tiene porqué adoptar los modelos occidentales y en caso de que le interesara y lo fuera a lograr, pasarán décadas. Por tanto, tenemos que jugar con estas reglas y asumir que sin China es imposible abordar los desafíos de cambio climático, de estabilidad y dinamismo de la economía mundial, de lucha contra el terrorismo, reformas de la OMC, entre muchos otros. Tampoco es posible sin Estados Unidos. Convivimos con estas dos potencias y tenemos que estar en condiciones de relacionarnos con ambas y sacarle el mayor provecho.

—¿Cómo marcará la puja entre China y Estados Unidos a los años venideros?

—Durante décadas vamos a tener un ciclo de turbulencias, dado que EE.UU. no le hará fácil ese camino a China. El foco de la campaña electoral de Trump seguramente esté en apuntar a China como la causa de las muertes por COVID-19 y de la histórica tasa de desempleo. De aquí a noviembre hay poco espacio para colaboración entre ambas potencias.
De hecho, los líderes chinos dicen que, para cumplir el sueño, tienen que superar dos trampas: la primera es la Trampa de los Ingresos Medios y saben cómo hacerlo; eso es calidad de la educación, innovación, productividad. La segunda es la “Trampa de Tucídides”. Este historiador griego estudió el conflicto entre Esparta, el poder hegemónico, y Atenas el emergente. Investigadores de Harvard proyectaron esta tesis en la historia de la humanidad y encontraron que hubo 16 casos de conflictos entre una potencia consolidada y una emergente. Y en 12 de ellos, se terminó en guerra. Por eso los chinos dicen que deben “evitar esta trampa” que los llevaría a distraer atención y recursos de su objetivo a largo plazo. Por tanto, evitar el conflicto está implícito en la estrategia china.

—Y en medio, nosotros…

—Lo primero que tenemos que haces es evitar que la nueva guerra fría llegue a nuestra zona. Deberíamos hacer esfuerzos por no abanderizarnos ni con Estados Unidos ni con China. Cabe recordar el viaje de Pompeo (Mike, Secretario de Estado de EE.UU.) a Chile y Argentina a fines de 2018, cuando sin ninguna diplomacia dijo claramente que, si nuestros países “se meten” con Huawei, eso “tendrá consecuencias”. Las presiones también existieron desde China.
No involucrarse y generar espacios de diálogo con ambos países requiere tener espaldas más anchas que las de cada uno de nuestros países. En ese contexto la idea de la integración regional sigue siendo válida, aunque hoy día no esté pasando por su mejor momento. Hasta ahora, los países de la región han optado preferentemente por estrategias bilaterales. Lo ideal sería que la mayor cantidad de países de nuestra región pudieran establecer una agenda común de uno o dos proyectos estratégicos y a partir de allí sentarse a hablar con China. Más allá de las diferencias ideológicas entre los gobiernos, siempre va a haber espacio en infraestructura, energía, comunicaciones, nuevas tecnologías, donde busquemos convergencias y podamos encontrar espacios de interés común. Y a China le interesa, son conscientes que, cada vez que se cerraron al mundo, perdieron el tren de la historia.

—“China es de los chinos”, sostiene en su libro; y afirma que a menudo nos equivocamos en el pronóstico respecto al gigante asiático…

—Cuando se produce el ingreso de China a la OMC, en 2001, la lectura que hizo Estados Unidos fue que se trataba de “un paso gigantesco para conseguir disciplinar a China”. Y ese disciplinamiento tenía implícito que, más temprano que tarde, la apertura económica iba a conducir a la apertura política y que China se iba a enrolar al espacio occidental bajo la tutela de Estados Unidos. Esa fue la visión sobre la que se trabajó desde ese momento. Era el “fin de la historia”, como lo señaló Fukuyama. Llevamos 20 años de aquello y ello no parece ser una tesis muy robusta a esta altura. Nos hemos equivocado mucho en anticipar como sería la evolución de China…

—Si pudiéramos exceptuar las consecuencias extraordinarias derivadas de la pandemia, ¿cuáles son las prioridades de China a mediano plazo?

—El principal objetivo de China, fuera de esta coyuntura, es la estabilidad social interna. Su economía tiene que crecer a una tasa que le permita absorber a los entrantes a la fuerza de trabajo, que son 10 u 11 millones al año. Una década atrás se requería un crecimiento del 10% para alcanzar ese objetivo. Hoy basta con el 5,5%, porque producto de las reformas económicas, hoy los servicios ganan espacio frente a la industria, y la industria pasa de ser la tradicional, pesada, a una industria más inteligente que también genera más empleo. Y por delante tiene fuertes desafíos: el elevado monto de la deuda y la burbuja inmobiliaria; una espectacular concentración del ingreso; el problema demográfico (necesita más gente, más participación y más productividad) y el grave problema ambiental, con altos niveles de contaminación, tema que se ha convertido además en una fuente de protesta ciudadana.

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