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Intelectuales de mala fe

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Universidad Stanford. Foto: Wikipedia
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OPINIÓN

La semana pasada, The Stanford Daily incluyó una curiosa noticia sobre Niall Ferguson, un historiador conservador que es miembro de la Hoover Institution de la Universidad Stanford. La noticia en sí misma, aunque desagradable, no es tan importante.

Sin embargo, nos ofrece un ejemplo de una realidad que pocas personas, en los medios ciertamente, están dispuestas a reconocer: la mala fe que prevalece en el discurso conservador.

En todas las tendencias políticas hay personas deshonestas, pero si buscan ejemplos de cómo enloquecer a alguien mediante engaños, insistiendo en que arriba es abajo y blanco es negro, lo encontrarán de manera desproporcionada en un lado del espectro político. La dificultad que muchos tienen para aceptar esa asimetría es una causa importante del desastre en el que estamos.

Pero, ¿cómo puedo decir que los medios se niegan a reconocer la mala fe conservadora? Aunque algunos periodistas siguen renuentes a usar la palabra "mentira", y se sigue observando una tendencia a escribir encabezados que repiten temas de discusión falsos (que luego se desmienten en el cuerpo del artículo), los lectores sí se dan una idea bastante precisa de la medida en que prevalece la deshonestidad dentro del gobierno de Trump.

Sin embargo, me parece que los medios hacen que las mentiras de Trump parezcan más excepcionales, y más una ruptura con la práctica anterior de lo que en realidad son. El hábito de Trump de decir "siete mentiras al día" y sus constantes afirmaciones de que es víctima de la gente que informa los hechos de manera verídica son solo una continuación de algo que viene sucediendo en el movimiento conservador desde hace años.

Después de todo, en esencia, ¿qué tan distinto es Trump de Fox News, que ha pasado décadas desinformando a los televidentes mientras critica el sesgo liberal de los medios convencionales? ¿Qué tan diferente es de los republicanos que acusaron a los demócratas de irresponsabilidad fiscal y ahora denuncian a la Oficina Presupuestaria del Congreso cuando esta señala cómo sus recortes fiscales aumentarán el déficit?

Y el mismo tipo de mala fe se puede observar en otros escenarios, incluyendo en gran medida los campus universitarios. Esto me lleva de nuevo al relato sobre Stanford.

Sucede que Ferguson es uno de esos intelectuales conservadores que se hiperventilan ante la supuesta amenaza que representan los activistas universitarios para la libertad de expresión; de hecho, llama a la izquierda del campus la "mayor amenaza" a la libertad de expresión en el Estados Unidos de Trump. En Stanford, fue uno de los principales docentes en un programa llamado Conversaciones Cardinales, al que se suponía que se invitaría a ponentes para "ventilar cuestiones disputadas".

Entre los ponentes invitados estaba Charles Murray, famoso por un libro ampliamente desmentido que afirma que las diferencias en el coeficiente intelectual entre los negros y los blancos son genéticas por naturaleza. Como era de esperarse, la invitación suscitó protestas entre los estudiantes. Este fue el contexto en el que Ferguson sostuvo una serie de intercambios por correo electrónico con estudiantes activistas de derecha en el que los exhortaba a "unirse en contra de los S.J.W.s" (guerreros de la justicia social), para "acabar con ellos". Además, sugería hacer una "investigación de oposición" en contra de un estudiante de izquierda.

Posteriormente, en apariencia Ferguson se disculpó, pero se trató más de un "qué pena que se sientan así" que de una verdadera disculpa, y comenzó por condenar el hecho de que estos días pocos historiadores académicos son republicanos registrados, cosa que para él es una prueba contundente de contratación sesgada y un entorno hostil.

Así que, ¿qué está pasando ahí? Es cierto que los autoproclamados conservadores son bastante escasos entre los historiadores estadounidenses. No obstante, lo mismo ocurre con los autoproclamados conservadores en las ciencias "duras", como la física y la biología.

¿Por qué hay tan pocos científicos conservadores? Podría deberse a que la academia, como carrera, resulta más atractiva para los liberales que para los conservadores (no hay muchos liberales en los departamentos de policía o, contrario a lo que afirma Trump, en el FBI). También podría ser que los científicos sean renuentes a proclamarse conservadores porque en este EE.UU. moderno, ser conservador significa alinearse con una facción que en términos generales rechaza la climatología y la teoría de la evolución. ¿No podrían aplicar consideraciones similares a los historiadores?

No obstante, más concretamente, las afirmaciones conservadoras de estar defendiendo la libre expresión y la discusión abierta no son sinceras. Los conservadores no quieren ver que las ideas se evalúen por sus méritos, sin importar la inclinación política; quieren ideas convenientes para que su lado reciba (al menos) el mismo tiempo sin importar su calidad intelectual.

De hecho, los grupos conservadores participan en un esfuerzo sistemático por imponer estándares políticos a la educación superior. Por ejemplo, sabemos que los hermanos Koch han usado las donaciones para hacerse de autoridad sobre los nombramientos académicos al menos en dos universidades.

Entonces, ¿qué significa esto para el resto de nosotros? Principalmente, significa que, si desempeñas una labor que implique informar a la gente —ya se trate de la educación o el periodismo—, no deberías permitir que los de derecha, como diría Ferguson, acaben contigo.

Hoy en día, tanto las universidades como las organizaciones noticiosas están bajo presión constante no solo para ser más amables con Trump, sino también para respetar las opiniones de derecha en todo el consejo. La gente que hace estas demandas afirma querer equidad.

Así que debemos recordar que esta afirmación se hace de mala fe. No tiene nada que ver con la equidad; solo se trata de poder.

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