Publicidad

La inflación como problema en el mundo desarrollado

Compartir esta noticia
Foto: Pixabay

OPINIÓN

El mundo está viendo la final del túnel de la pandemia, lo que obliga a pensar cómo se reordenarán los desvíos promovidos para resolver las urgencias actuales.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Las presiones inflaciones que asoman tanto en Estados Unidos como en la Eurozona plantean nuevas interrogantes que no tienen respuestas únicas sobre el curso futuro de las políticas que se llevan adelante en el mundo industrializado. No es un tema menor, pues la historia enseña que los correctivos aplicados para sofocar rebrotes inflacionarios del último medio siglo por parte de los países desarrollados, tuvieron consecuencias globales, en particular con las economías emergentes.

Solo basta recordar que la gran crisis de la deuda latinoamericana de los ´80, fue gatillada por la política contractiva de la Reserva Federal de Estados Unidos liderada por Paul Volcker, que llevó las tasas de interés a niveles superiores al 12%. Un hecho que frenó el financiamiento externo, provocó salida de capitales y desencadenó debilitamiento agudo de las monedas locales, como forma de resolver los desequilibrios en sus cuentas externas.

Las señales que dispararon las alarmas son el surgimiento de la inflación en la eurozona del 2% (anualizada) en mayo, siguiendo el mismo comportamiento de Estados Unidos, cuyo guarismo anualizado fue del 4,2 %.

La gran pregunta es si estamos ante el comienzo de una tendencia inflacionaria promovida por las políticas fiscales y monetarias extremadamente expansivas, o corresponde a un reacomodamiento de precios relativos provocados por la pandemia y cambios estructurales, incluidos los demográficos. Dependiendo de sus causales, será la especie de los correctivos. Y también los efectos hacia el resto de los países emergentes.

El tema del nivel de inflación optimo, y la forma de lograrlo, ha sido uno de los grandes desafíos de la política económica de los países desarrollados en los últimos cincuenta años. De la eclosión inflacionaria de los ´70 y ´80, donde el promedio del nivel de precios fue del 10% y volátil, pasando al 5% en los ´90 para seguir descendiendo y promediar al 2% en la década del 2010, para llegar en muchos países a ser prácticamente nula.

Sobre esta realidad se abren dos campos interpretativos. Uno responde a que las presiones inflacionarias están originadas por una insuficiencia de oferta provocada por la disrupción de las cadenas globales de abastecimiento a consecuencia de la pandemia, acostumbradas a operar sin inventarios de materias primas ni bienes intermedios para abatir costos operativos. Recomponer inventarios y restaurar cadenas logísticas necesita tiempo, lo cual se traduce en alza de precios.

A su vez, la irrupción de una demanda de consumo que estuvo restringida hasta hace poco, refuerza las subas de precios. En Estados Unidos, el consumo viene creciendo a un ritmo anual del 10% apalancado por la acumulación extra de ahorros equivalentes a 2 billones de dólares (2 seguido de 12 ceros) en el 2020.

La segunda presión inflacionaria en Estados Unidos proviene de la rigidez del mercado de trabajo. En abril solo creó algo más de 26.0000 puestos de trabajo, respecto al millón que se esperaba, a pesar de una demanda por trabajadores récord. Las razones pueden ser dobles. Según algunos, responde a los subsidios de desempleo que le permiten al trabajador esperar en la búsqueda de trabajo. La otra es que a los trabajadores les lleva tiempo adquirir las destrezas requeridas por las nuevas empresas. Por último, en China hay razones demográficas que ya limitan la oferta laboral disponible, generando aumento de salarios que se trasladan al precio de los bienes que integran cadenas globales de abastecimiento.

Además de los efectos anotados, la reactivación económica global incentiva el alza del precio de la energía, de los insumos y los alimentos, lo cual induce subas de precios que a su vez son convalidados monetariamente por la excesiva liquidez imperante. A ello se agregan los programas fiscales extraordinarios, principalmente en Estados Unidos.

Ante lo cual ya aparecen llamados de advertencia como el de Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Obama, sobre un desboque inflacionario provocado por la masa crítica de impulsos fruto de la pandemia, junto a otros abonados por una expansión fiscal innecesaria.

Tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal desestiman estas advertencias, pues temen truncar una recuperación económica que entienden aun naciente si retiran prematuramente los estímulos. Además, confían en su capacidad de controlar los desvíos inflacionarios, tal como lo vienen haciendo desde hace décadas.

Aquí se abre una disyuntiva entre dos visiones de la realidad, donde recurrir a la historia para encontrar respuestas, tiene limitaciones.

Todas las crisis del último siglo fueron diferentes a la actual. La gran crisis del ´30 fue acentuada por errores en la política monetaria del momento, que fue muy restrictiva cuando el mundo estaba sumido en una caída general de precios (deflación) seguido del proteccionismo como fórmula de recuperar el nivel de actividad. La segunda guerra fue el hecho trágico que cambió las reglas e introdujo al mundo occidental en la segunda mitad del siglo XX a un escenario nuevo, que le posibilitó obtener tasas de crecimiento promedio inéditas. Durante ese recorrido, también hubo cambios estructurales profundos a nivel global como la implosión de la Unión Soviética y la aparición de China como potencia mundial.

Todos los países, a pesar de matices propios, comenzaron a operar con reglas similares en el manejo de la política económica, incluido el control de la inflación. Los bancos centrales ganaron en prestigio a pesar de algún tropiezo. Sobre ello es que apoyan su postura actual de mantener la fase expansiva de su política monetaria y confían en su capacidad de contener impulsos inflacionarios como en el pasado.

De todas maneras, esta realidad parece distinta a las pasadas. El mundo está viendo la luz al final del túnel de la pandemia. Eso también obliga a pensar cómo se reordenarán los desvíos promovidos para resolver las urgencias actuales. Pues de su forma y efectividad depende también nuestro futuro.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad