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La industria nacional en tiempos de coronavirus

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Foto: El País

TEMA DE ANÁLISIS

Contra lo que podía esperarse, marzo fue el mejor mes del primer trimestre. Sin embargo, la industria exportadora se ve afectada, y la pandemia comenzó a golpear en el empleo industrial.

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A esta altura es ocioso señalar que el COVID-19 tuvo un impacto económico muy negativo. En aras de lograr el consabido “achatamiento” de la curva, el shock se manifestó por el lado de la oferta a través de un repliegue en el factor productivo trabajo.

Durante marzo y abril, mucha gente se quedó en su casa en lugar de salir a trabajar, con lo cual la se produjo menos. El shock también es de demanda, pues tanto el gasto en consumo interno como en exportaciones (consumo del resto del mundo) se redujo sustancialmente afectando las ventas. La magnitud de estos impactos difiere según el tipo de actividad. En el sector terciario (servicios) algunos subsectores pudieron mantener la producción sin mayores inconvenientes a través del teletrabajo.

Distinto es el caso de los subsectores vinculados a la prestación de servicios presenciales como la educación, gastronomía, hotelería, comercio, recreación, o espectáculos culturales y deportivos. Si bien en muchos casos la tecnología también opera para mitigar el impacto, en promedio la contracción de estos segmentos será mayúscula. En el polo opuesto, el sector primario asociado a la producción agropecuaria es probable que no acuse un impacto significativo, al tratarse de actividades menos intensivas en mano de obra.

¿Y qué hay del sector secundario? La primera impresión es que el impacto en la industria también es negativo, aunque probablemente esté a mitad de camino por ser más intensivo en trabajo que la producción agropecuaria, y menos intensivo que en los servicios. Recientemente el INE publicó los datos de la industria manufacturera a marzo donde cabía esperar que se advirtieran los primeros coletazos.

Una lectura inicial parecería indicar que el shock del COVID-19 aún no se ha manifestado. Por el contrario, la producción manufacturera en marzo aumentó un 4,7% en 12 meses, la tasa más alta verificada desde octubre de 2018. El INE también publicó el Índice de Volumen Físico (IVF) extrayendo el efecto de la refinería de Ancap. En este caso el alza es de 2,1%, mejorando frente a las caídas de enero y febrero. Una tercera aproximación consiste en extraer también el impacto de la industria en las zonas francas, que se concentra en las plantas de celulosa de UPM y Montes del Plata, y PepsiCo en Colonia (gráfico 1). Esto arroja una medida de la industria privada que opera en territorio aduanero sin exoneraciones fiscales.

Aquí sí hay una caída en marzo, que hemos estimado en 3,5%. Pero esta caída del núcleo manufacturero no es novedosa. Por el contrario, se trata de la octava en los últimos doce meses, e incluso el dato de marzo mejora frente a febrero cuando la caída había sido aún mayor. ¿Debemos concluir entonces que el COVID-19 aún no se manifiesta en la actividad manufacturera?

Lo primero a consignar es que el complemento del núcleo industrial (Ancap más las tres plantas en ZF) tuvo un comportamiento muy favorable con alza interanual de 18,1% en marzo y 8,6% en el primer trimestre. Ya vimos que el problema está en la industria núcleo que cayó 3,5% y 4,1% respectivamente. Pero si bien la caída no es novedosa, se detecta un comportamiento disímil entre la industria orientada al mercado interno y la industria exportadora. En ambos casos el producto disminuye, pero a distintas velocidades. En efecto, la producción orientada al mercado interno (incluye tanto bienes finales como insumos intermedios) registra una caída interanual de 2,3% en marzo, según nuestras estimaciones (2,7% en el promedio del primer trimestre). Sin embargo, la industria núcleo orientada a la exportación se contrajo 6,4% y 7,2% respectivamente (ver gráfico 2).

La explicación que proponemos es que, para la industria exportadora, el efecto COVID-19 no debería medirse a partir de marzo sino antes, considerando que muchas ventas tienen como principal destino el mercado asiático cuya demanda comenzó a contraerse en enero. Es así como por orden de incidencia, se destaca la menor producción en la industria frigorífica (caída interanual de 13,4% en el primer trimestre, siendo China el principal cliente); curtiembres (-33,9%, con destino a Tailandia y China); y la fabricación de tops de lana (-22,0%, con destino a China).

Los datos del INE también nos permiten explorar la evolución del factor productivo trabajo, en horas y en personas. Al igual que con el IVF, tanto el Índice de Personal Ocupado como el Índice de Horas Trabajadas venía acusando una caída desde hace años. Pero a diferencia del IVF, el dato agregado de marzo no deja dudas acerca del impacto inmediato del COVID-19. En efecto, el IPO registra la mayor caída interanual en los últimos cuatro años (gráfico 3) con una baja del 7,5%, mientras que en el IHT fue aun mayor (-9,1%). El dato no sorprende a la luz de las solicitudes de subsidio por desempleo aplicadas al BPS, de las cuales se estima que unas 15.000 personas pertenecen a la industria manufacturera solamente en marzo. ¿Cuánto de esta destrucción de empleo será transitorio?

Seguramente no todo; cabe esperar que por la fuerza de los hechos varias empresas realicen reestructuras de costos apuntando a una menor dotación de recursos. El COVID-19 también podría operar como un acelerador de la automatización de procesos. En el futuro inmediato tampoco deberían depositarse grandes esperanzas en nuevos proyectos de inversión industrial (dejando de lado el caso puntual de UPM2, claro está) que den lugar a una mayor capacidad productiva con mayor demanda de empleo. Según un informe recientemente publicado por la Cámara de Industria (CIU), el índice de inversión industrial en maquinaria y equipos cayó un 28% interanual en el primer trimestre; la CIU espera que la inversión en el sector permanezca deprimida durante el resto del año por efecto del virus.

Concluyendo, podemos asumir que el impacto del COVID-19 en la producción industrial comenzó a manifestarse por el lado de la demanda externa, y en abril veremos caídas más profundas por el impacto adicional en la demanda regional e interna. Cabe esperar que esta menor demanda lleve a las empresas del ramo minorista a reducir compras para equilibrar stocks, con lo cual las ventas (y consecuentemente la producción) de la industria también bajará. Como mitigante, es factible que la industria alimenticia –que representa casi 40% del producto industrial en Uruguay– se vea menos afectada. También suponemos que la caída será transitoria, y cuando se termine de controlar la propagación del virus y se restablezca la circulación de personas, el flujo de transacciones se normalizará. Pero el carácter coyuntural de esta crisis tampoco debe hacernos olvidar que el núcleo de la industria uruguaya venía atravesando una fase recesiva ya desde antes, cuyos orígenes son en parte estructurales, y atribuibles a factores más profundos vinculados a la competitividad de la economía.

Más allá del impacto de la pandemia
 

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