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El increíble auge de Trump, en retroceso

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Donald Trump. Foto: Reuters

Opinión

Hasta el momento, el presidente Donald Trump solo ha aprobado una legislación importante: el recorte fiscal de 2017.

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Para ser justos, fue algo muy significativo: las empresas, los principales beneficiarios, han ahorrado más de 150.000 millones de dólares, y a lo largo de una década, el recorte fiscal probablemente aumente el déficit presupuestario en más de dos billones de dólares.

No obstante, el recorte fiscal debía hacer más que solo darles dinero a los accionistas, o al menos eso es lo que sus defensores sostenían. También debía generar, durante muchos años, un alto crecimiento económico: 3% o más a tasa anual.

Los observadores independientes estaban escépticos, por decir lo menos. Reconocían que el recorte fiscal podría generar un alto crecimiento transitorio porque es lo que hacen los grandes déficit. Pero ellos sostenían que cualquier efecto favorable sobre el crecimiento desaparecería con rapidez. Además, siempre insistieron en que se necesitaría algún tiempo para evaluar los efectos reales del recorte fiscal.

No obstante, cuando la economía creció tan rápido el segundo trimestre de 2018, Trump y sus partidarios exigieron su reivindicación y se mofaron de los críticos.

Sin embargo, ya ha pasado algo de tiempo desde entonces. Aunque las cifras no son oficiales, hay muchos observadores independientes, incluyendo algunos bancos de la Reserva Federal e instituciones financieras privadas, que hacen “previsiones a muy corto plazo” que calculan el crecimiento con base en los primeros datos. En este momento, todas estas previsiones muestran un crecimiento desacelerado, y la mayoría pronostica aproximadamente el 1,5% para el primer trimestre de 2019.

Hasta ahora, los resultados no se parecen al enorme auge sostenido que prometió el grupo de Trump, sino más bien al breve ascenso previsto por los detractores.

No obstante, Trump es una clase peculiar de dirigente. Cuando las cosas no salen como él quiere, cuando los resultados no son como los planeó y como prometió, siempre sabe qué hacer exactamente: culpar a alguien más. En efecto, ahora está aseverando que estaríamos teniendo un formidable auge económico, un crecimiento del 3%, si la Reserva Federal no hubiera aumentado las tasas de interés.

Bueno, aquí es donde hay que tener dos ideas en la cabeza al mismo tiempo. ¿Se equivocó la Reserva Federal al aumentar las tasas? Tal vez sí. ¿Esto justifica el fracaso del recorte fiscal de Trump? No.

Evidentemente, la Reserva Federal estaba demasiado optimista acerca de las perspectivas de la economía, como lo ha estado consistentemente durante la última década. Vale la pena observar que a lo largo de todo ese periodo los críticos conservadores de la Reserva Federal —los mismos que ahora apoyan a Trump— atacaron a esta institución por mantener las tasas de interés demasiado bajas, no demasiado altas.

Sin embargo, ahora es evidente que fue prematuro el intento por normalizar la política monetaria.

Sin embargo, los aumentos prematuros de las tasas no son la razón por la que está fracasando el recorte fiscal de Trump. ¿Cómo lo sabemos? Debido a que todos esos alardes acerca de por qué el recorte fiscal obraría milagros se basaban en un argumento específico sobre lo que está frenando la economía estadounidense. Y ese argumento estaba totalmente equivocado y lo sigue estando.

La teoría de Trump —la cual, lamento decir, fue apoyada por los economistas conservadores que deberían de haber estado mejor enterados— fue que había muchísimo dinero fuera de Estados Unidos que las empresas traerían e invertirían de manera productiva si se les proporcionaba el incentivo de pagar tasas fiscales más bajas. Pero todo ese dinero era una ficción contable. Y el recorte fiscal no les dio a las empresas incentivos para construir nuevas fábricas ni nada; todo lo que hizo fue inducirlas a cambiar sus estrategias de evasión de impuestos.

Como señala Brad Setser, del Consejo de Relaciones Exteriores, un análisis superficial de los datos aparentemente indica que las empresas estadounidenses obtienen gran parte de sus ganancias de sus subsidiarias en el extranjero. Pero un estudio más detallado muestra que la mayor parte de estas ganancias reportadas está en unos cuantos países pequeños que tienen tasas fiscales bajas o nulas, como Bermudas, Luxemburgo e Irlanda.

Evidentemente, las empresas no están obteniendo ganancias gigantescas en estas pequeñas economías; solo están empleando trucos contables para asignar las ganancias obtenidas en otros lugares a las subsidiarias que quizá tengan algunas fábricas, pero que a veces únicamente tienen un poco más que una oficina pequeña, o incluso tan solo un apartado postal.

Estas ganancias, en esencia fraudulentas, posteriormente se acumulan en los libros de las subsidiarias del extranjero en vez de hacerlo en la empresa del país. Pero esto no afecta su capacidad de invertir en Estados Unidos: si Apple desea gastar un millón de dólares aquí, puede pedir el dinero prestado usando como garantía los activos de su subsidiaria irlandesa. En otras palabras, los impuestos estadounidenses no estaban teniendo ningún efecto significativo en la disuasión de inversiones reales en Estados Unidos.

Cuando Trump bajó las tasas fiscales, algunas empresas “trajeron dinero al país”. Sin embargo, esto prácticamente no tuvo ninguna trascendencia económica. Así es como funciona: Apple de Irlanda transfiere algunos de sus activos a Apple de Estados Unidos. Oficialmente, Apple de Irlanda ha reducido su gasto en inversión, mientras paga un dividendo a los inversionistas de Estados Unidos. En realidad, Apple como entidad tiene las mismas ganancias totales y los mismos activos totales que antes; no ha dedicado ni un solo centavo más a compras de equipo, investigación y desarrollo, ni ninguna otra cosa para sus operaciones en Estados Unidos.

Entonces, no es sorprendente que nunca se haya materializado el auge de inversiones que prometieron los economistas de Trump. Las empresas no usaron sus descuentos fiscales para invertir más; los emplearon principalmente para volver a comprar sus propias acciones. Esto a su vez puso más dinero en las manos de los inversionistas, quienes dieron a la economía un impulso transitorio, a pesar de que en 2018 en general, una de las cosas que más impulsaron el crecimiento más rápido, aunque no lo crean, fue un gasto gubernamental más alto.

Así que la teoría que supuestamente había detrás del recorte fiscal de Trump ha resultado ser un verdadero fracaso. Seguramente los contadores de las empresas se divirtieron explorando nuevas fronteras en la evasión de impuestos; el resto de nosotros solo terminamos endeudados con otros dos billones de dólares aproximadamente.

A mí esa deuda no me preocupa mucho. Debido a los bajos costos de endeudamiento, los costos y los riesgos de la deuda federal son mucho menores de lo que han afirmado los sospechosos habituales (una vez más, las mismas personas que aplaudieron el recorte fiscal de Trump). Pero piensen en todas las demás cosas que hubiéramos podido hacer con dos billones de dólares: toda la infraestructura que hubiéramos podido construir y reparar, todas las personas a las que se les hubiera podido otorgar atención médica básica.

Qué despilfarro tan gigantesco y tan lleno de corrupción.

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