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Se imponen las reformas

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Michel Temer. Foto: AFP

OPINIÓN

Las señales que desprende la actividad económica en Brasil siguen siendo positivas.

El crecimiento de la producción industrial en el último trimestre del año pasado fue de 1,9% en la comparación desestacionalizada con el trimestre anterior, acelerando en relación al crecimiento de ese período (1,0%). Esta expansión viene siendo liderada por los sectores de bienes de consumo duradero (5,2% de crecimiento en el último trimestre de 2017), especialmente en la industria automovilística, y bienes de capital (1,7%).

Paralelamente, en el último trimestre de 2017 el PIB debe haber crecido 0,2% (2,3% frente al último trimestre de 2016), lo que supone un crecimiento del 1,1% el año pasado. Cabe recordar que la expectativa de crecimiento para 2018 está en torno al 3%. Se trata de una recuperación expresiva tras dos años de recesión, donde la economía se contrajo casi 8% y la tasa de desempleo aumentó continuamente, del 6,5% al final de 2013 al 12% a finales de 2016. Reaccionando con desfase al crecimiento de la producción y de las ventas, el desempleo aumentó hasta mediados del año pasado antes de comenzar a declinar y alcanzar el 11,8% en el último trimestre. La ocupación creció un 2% en término anual, tasa que un año antes era -2,1%, indicando el momento positivo por el que pasa la economía. Sin embargo, la casi totalidad de los empleos creados en el último año (el 90% de los 1,850 millones de nuevos puestos de trabajo) fue en el sector informal, ya sea en posiciones sin contrato de trabajo (32%) o en forma de trabajo por cuenta propia (57%). El rendimiento medio real del trabajo en el último trimestre de 2017 crecía a una tasa de 1,6%, una ligera desaceleración en relación a la media del año, del 2,5%.

La inflación de 2017, medida por el índice de precios al consumo (IPCA) fue de 3%, menos de la mitad del 6,3% de 2016 y muy inferior al 10,7% de 2015. Se ha mantenido relativamente baja, incluso ante la reciente suba de los precios de los alimentos, tras la fuerte deflación observada del cuarto final de 2016 hasta noviembre de 2017. Otro componente importante del proceso de desinflación fue la reducción del ritmo de crecimiento de los precios de servicios, cuya tasa de crecimiento cayó del 6,5% en 2016 al 4,5% en 2017. La media de las diferentes medidas de tendencia de la inflación registraba variación mensual anualizada del 4,1% en el último trimestre del año pasado, inferior a la meta del 4,5%, y la expectativa de inflación para este año es de una variación del 4% en los precios al consumidor.

La mayor inflación esperada para los alimentos tiende a ser compensada por una menor presión de los servicios, que aún reflejan el desempleo relativamente alto y la inercia de una inflación muy baja en 2017, que derivó en un aumento de sólo 1,8% para el salario mínimo, importante referencia para la remuneración del trabajo y, por lo tanto, para los precios en ese sector.

Ante este marco favorable, el Banco Central redujo una vez más la tasa básica de interés en su primera reunión de 2018: 0,25 punto porcentual, hasta el 6,75% anual. La señalización dada en cuanto al futuro fue que la tasa debería permanecer en este nivel, a menos que ocurran sorpresas favorables antes de la próxima reunión, el 20 de marzo. Esta frase fue ampliamente interpretada como una referencia indirecta a la aprobación de la reforma de la Seguridad Social, programada para votación (o no) para finales de febrero. En caso de aprobación, se argumenta, habría una sorpresa positiva, ya que hoy prevalece un gran escepticismo en cuanto a esa posibilidad ante la fuerte resistencia política que el gobierno viene enfrentando en el Congreso. Para el Banco Central, la aprobación se traduciría en una potencial apreciación cambiaria, con un impacto favorable sobre la inflación futura.

Hay mucho en juego en dicha votación. La reciente divulgación de los resultados fiscales de 2017 ilustra el cuadro dramático en que se encuentran las finanzas públicas. Por un lado, el déficit primario se situó muy por debajo de lo observado en 2016 (1,7% y 2,5% del PIB, respectivamente), así como de las expectativas en cuanto al desempeño en el año (de que el déficit se mantenía en el mismo nivel del año anterior). Por otra parte, aunque una porción importante de la reducción se debe a un aumento de ingresos, muchas de las cuales son de tipo once and for all, llama la atención la reducción brutal de los gastos sobre los que el gobierno tiene algún grado de discrecionalidad: cayeron más del 20% en términos reales, lo que permite apenas compensar la elevación en los gastos con personal (6,5%) y beneficios previsionales (6,1%).

El problema es que el déficit se mantiene elevado, colocando la deuda pública en trayectoria de crecimiento continuo; en 2017 creció 4,2 puntos porcentuales, hasta 74% del PIB. Además, la perspectiva es que los gastos de la Seguridad Social sigan aumentando por el efecto demográfico, mientras que el espacio para continuar cortando gastos no obligatorios parece cercano al límite.

El déficit de la Seguridad Social en 2017 alcanzó los 182.500 millones de reales, el equivalente a 2,8% del PIB. Sumado al déficit del sistema de previsión de funcionarios del gobierno federal —mucho más generoso que para los trabajadores del sector privado— la cuenta llega a casi 270 mil millones de reales. La reforma previsional no producirá efectos inmediatos significativos, pero es fundamental para revertir a medio plazo la trayectoria de crecimiento de la deuda pública, ya elevada para estándares internacionales.

Hasta ahora Brasil se venía beneficiándose de un escenario externo favorable, con caída del riesgo-país y sin presiones cambiarias. La vuelta de la volatilidad en los mercados financieros internacionales, con caída de las bolsas y aumento de los intereses a largo plazo, es un importante indicador de la necesidad de avanzar con las reformas estructurales para garantizar la continuidad del crecimiento.

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