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Los impactos de la crisis del coronavirus

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

La conmoción de estos días recientes muestra otra dimensión de la globalización, ahora catapultada por un virus que no respeta fronteras.

No es la primera vez en la historia que ocurre algo similar, pero esta vez conocemos su dispersión y virulencia en tiempo real. También en tiempo real vemos como afloran las distorsiones en la vida cotidiana, el temor de los ciudadanos por lo desconocido, la reacción extrema de los mercados, y la respuesta de los países para enfrentarlo tanto en lo sanitario como en su efecto adverso sobe la economía. Vale resaltar que no estamos ante una crisis de la globalización, sino ante una crisis global de final aún desconocido.

Los efectos de un hecho sanitario de repercusión global inesperado desnudan fragilidades y promueven el sinceramiento de desequilibrios latentes tanto en el mundo desarrollado como emergente. Pronosticar sus consecuencias finales pasado este evento, aún es prematuro. Solo se pueden constatar tendencias y esbozar cuales serán las políticas que intentarán apaciguar el impacto adverso de los acontecimientos actuales.

Lo que era una presunción hace un par de meses, hoy es una constatación firme. El crecimiento mundial ha entrado en reversa, colocando a países industrializados importantes al borde la recesión, escenario que se repite en la mayoría del conglomerado de los emergentes.

El FMI ya pronostica que corregirá su proyección de crecimiento mundial para el 2020, bajándola del 2,9% estimado, al 2,3%. Algunas estimaciones indicativas de otras fuentes llevan el promedio del crecimiento de los países desarrollados para 2020 a solo 0,8%, donde Japón muestra estar en fase recesiva desde hace trimestres, seguido de cerca por la Unión Europea. El crecimiento de China se pronostica también en baja, pasando del 6,7 % anual estimado a solo 4,7% por efectos de la disrupción reciente.

En solitario, Estados Unidos quedará como ancla del sistema al pronosticarse que continuará con crecimiento trimestral positivo a lo largo de todo el año, aunque sin el vigor reciente. Estos resultados son los más bajos desde la recesión del 2009.

A esto se le agrega un episodio lateral de efecto global, que es la postura de Arabia Saudita de disciplinar a sus competidores globales, principalmente Rusia, al fracasar su intento de restringir la oferta global para subir el precio del petróleo ante la caída de la demanda. El mecanismo fue una rebaja de su precio junto al anuncio de aumentar su oferta gracias a la mayor utilización de su capacidad ociosa de producción.

Esta mezcla de causalidades que delinea una realidad nueva, determina ya algunas respuestas de la política económica, reacciones de los mercados y aumento de la incertidumbre.

La búsqueda de protección tiene su correlato en el fortalecimiento del dólar, la suba de cotización de los bonos de Estados Unidos, Alemania y Suiza llevando sus rendimientos a mínimos históricos y el aumento del precio del oro.

Su contrapartida es el debilitamiento de todas las monedas del mundo en desarrollo, lo cual generará impactos domésticos cuya magnitud dependerá de la idiosincrasia de cada país y lo que hagan sus autoridades.

El decaimiento esperado del crecimiento impulsara más laxitud de la política monetaria en Estados Unidos, rebajando significativamente las tasas de interés de referencia, de por sí ya bajas, en escalones del 50 puntos, junto a rebajas de impuestos. En la Unión Europea se aplicarán formulas de inyección monetaria directa ante el poco espacio existente para seguir rebajando tasas. Y si todo esto no resulta, quizás se apliquen estímulos fiscales a través de la obra pública, como forma de reforzar la demanda agregada. Como antecedente, China ya lo hizo con aparente buen resultado.

También puede inducirse que estamos en presencia de un debilitamiento de la demanda global por materias primas y alimentos, lo que implica bajas en sus precios. Es una tendencia que ya se venía consolidando antes de los hechos disruptivos actuales que acelerarían ese proceso. El fortalecimiento del dólar también deprime el precio de las commodities, lo cual encorseta aun más el devenir de los países emergentes exportadores de esos productos.

Siempre es difícil pronosticar, más en estas circunstancias. Dejando de lado escenarios catastróficos debido a la pandemia del coronavirus, se podría aventurar que la volatilidad extrema y sus efectos adversos inmediatos se apaciguarán con cierta rapidez. Pero esta circunstancia expuso debilidades estructurales subyacentes a escala en el mundo desarrollado, como que aceleró el decaimiento esperado del crecimiento de China y a su vez le plantea nuevos desafíos a los países en desarrollo que no supieron introducir reformas en tiempos de bonanza económica sin precedentes. China seguirá siendo importante como motor de arrastre, pero no será suficiente para potenciar el crecimiento que necesitan estos países.

Respecto a Uruguay, estas circunstancias lo encuentran calmo pero atento para actuar. Lo que viene haciendo en materia de flexibilidad cambiaria absoluta, mas allá de la necesidad de limar alguna volatilidad extrema, es el mejor amortiguador para absorber los shocks externos recientes. Sin duda que las cotizaciones de estos días son el resultado del fortalecimiento del dólar a escala global, pero también de la corrección de precios relativos domésticos que estaban distorsionados, proceso que ahora se facilita por la irrupción de una realidad mundial diferente a lo que se proyectaba hasta hace poco y cambios en las expectativas de los agentes respecto al manejo del funcionamiento macroeconómico del país.

En este contexto, la administración actual deberá lidiar con el triple desafío heredado de abatir el déficit fiscal, fortalecer el crecimiento y reducir el desempleo.

Los eventos actuales pueden obligar el reordenamiento de las prioridades en la resolución de esos desafíos, pero de ninguna manera a abandonarlos en su abordaje.

Aunque suene paradójico, en momentos de reacomodamiento a escala global también se generan espacios en el ámbito domestico que, bien aprovechados, facilitan la transición hacia un escenario macroeconómico más consistente. Como siempre las crisis, junto a sus penurias, generan oportunidades únicas de cambio.

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