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Gobiernos, reguladores y banqueros se taparon los ojos ante la crisis

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Licenciado Jordi Mollins. Foto: Archivo El País

Los especuladores no son responsables de la debacle, no hubo un “poder maligno” que atentó contra la economía

Según el español Jordi Mollins, autor del libro "Confidencias de un especulador", las autoridades españolas negaron sistemáticamente la realidad en los años más duros de la crisis en aquel país, tolerando arriesgadas operaciones financieras y confiando siempre en los "brotes verdes" que anticipaban una recuperación rápida, que no llegó. Mollins representaba un fondo de inversión estadounidense en Madrid y sus preguntas incómodas llevaron a que su nombre fuera retirado de las reuniones con las autoridades, asegura. Es muy crítico de los bancos, que a su juicio cuentan con las posibilidad del "chantaje" que significa ser demasiado grandes para que los dejen caer. A continuación, un resumen de la entrevista.

—Usted afirma en el libro de reciente publicación que en la Europa periférica se prefería ignorar la real dimensión de lo que se les venía encima a comienzos de esta década…

—A mediados de 2010 es cuando empieza la crisis soberana con Grecia, luego sigue con Portugal e Irlanda y a continuación con España e Italia, hasta mediados de 2012. Durante todo ese lapso, se mantenía en Europa la idea de los llamados "brotes verdes" para indicar signos de recuperación económica tras una crisis. Habíamos sentido ya los coletazos de la crisis, pero los españoles jugábamos en la "Champions League mundial" según el presidente de entonces José Luis Rodríguez Zapatero. La idea era que la situación no era tan grave, y eso lo decía el Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), los bancos, los partidos políticos en todo el espectro parlamentario español, todos trataban de trasmitir la idea de que no había crisis.

Negación.

—¿De qué forma intentaban minimizar lo que a nivel internacional ya se señalaba como una crisis inminente?

—Negando lo innegable. A mediados de 2011, en una reunión en el Banco de España en Madrid, con diversos inversores institucionales financieros, de los cuales yo formaba parte, nos decían que la crisis de deuda no era tal, que los bancos españoles eran totalmente robustos y no necesitaban de ninguna asistencia de capital para sobrevivir a la tan mentada volatilidad.

Cuando yo les plantee públicamente mis dudas sobre esa realidad, y que los bancos estaban en condiciones delicadas, que podía haber un efecto dominó si la deuda soberana sufría, lo que determinaría consecuencias críticas sobre los bancos. Me insistieron que no, "en absoluto", me dijeron. Ni en los escenarios más críticos que se planteaban aparecía alguna señal que mostrara que los bancos podrían necesitar asistencia. El tiempo demostró que eso no era cierto. El gobierno español tuvo que pedir rescate de los bancos por más de 40 mil millones de euros a las instituciones europeas, la recapitalización al sistema bancario fue muy grande. Eso los tomó desprevenidos, si es la palabra correcta, a los reguladores, que aseguraban que ni en el peor de los escenarios imaginables podía suceder.

—Vivían en una suerte de "burbuja"

—Algo así, no se tenía la dimensión de lo que realmente estaba pasando. Y quienes pensaban distinto, como fue mi caso, no la pasaban muy bien. No solo no se advertía a la gente de lo mal que se iba, sino que de manera activa castigaban a los que decían lo contrario. Por ejemplo, dejaron de invitarme a las reuniones de inversores con bancos y reguladores, lo que me afectó a nivel profesional, ya que trabajaba como representante de un fondo de inversión norteamericano con base en Londres.

—¿Cuál era la estrategia oficial?

—Patear la pelota hacia adelante, esperar que acampe la crisis, ya nos ayudarán. Desde la segunda guerra mundial hasta ahora, dar una patada hacia adelante a los problemas económicos ha funcionado. El incremento de deuda, que ha sido constante durante todos estos largos años, fue la estrategia política en cada vez que hubo una crisis; dejar que se solucionara por sí misma, funcionó. Pero un día eso no iba a pasar más.

Burbuja inmobiliaria.

—Todo empieza con la crisis inmobiliaria…

—En una reunión con los reguladores (CNMV) a finales de 2010, les dije "¿ustedes saben que los bancos están vendiendo deuda subordinada y participaciones preferentes a sus clientes como si fueran depósitos de alto rendimiento?, ¿van a hacer algo al respecto? La colocación de esos pasivos tóxicos a través de la red comercial fue un tema que preocupó a muchos operadores financieros y al final, la conclusión de las respuestas de los reguladores fue: "sabemos que se venden este tipo de instrumentos, pero siempre se ha hecho, puede no ser lo mejor, pero se han usado siempre este tipo de estrategias, con productos que rinden mucho para absorber el riesgo, cuando la cosa anda algo mal. ¿Por qué mover tanto la perdiz?, si esto no es nuevo". La señal fue: "dejemos que se sigan vendiendo estos pasivos tóxicos a través de la red comercial , si siempre se ha hecho y no ha pasado nada. No vamos a mover un dedo en contra de ello".

Costaba aceptar que las más altas autoridades de la regulación financiera aceptaran abiertamente y con tanta ligereza, aquella mala praxis del sector financiero español. Por eso al final, cuando la crisis ya había estallado, y se debieron reestructurar las subordinadas y eso afectó a la gente que lo había comprado sin saber que eran productos tóxicos, se armó el gran revuelo. Los responsables fueron los reguladores, que no modificaron esa estrategia a sabiendas de lo que se hacía.

—O sea, el mercado daba señales…

—El mercado avisó. Un claro ejemplo: al principio de la crisis, cuando el mensaje era "brotes verdes para todos", trabajando para los inversores estadounidenses, nos ofrecieron una oportunidad de inversión para que la estudiáramos. Correspondía a un importante banco centro europeo, que durante la burbuja había prestado a promotores inmobiliarios españoles y quería vender su cartera de deuda. Dijimos que estábamos interesados en analizarla y pedimos el precio: nos dijeron 15 céntimos. ¡O sea que, pagando 15 euros por cada 100 que se había prestado, nos hacíamos acreedores al compromiso de que se nos devolverían los 100 euros al vencimiento más todos los intereses! Esa es una situación extraordinaria que solo se da en el mercado cuando quien ofrece el negocio está en bancarrota. El vendedor asumía que era incobrable.

Hice el ejercicio de darle precio a cada uno de los pequeños préstamos de esa cartera. En una hoja de cálculo fui estimando el precio de los terrenos, o propiedades a medio construir distribuidos por toda España, a valor de mercado en ese momento. Hice mis aproximaciones, y me dio un descuento de 85% en el valor. Allí puede comprobar a través de los números el porqué de la oferta que se nos había hecho. El mercado no pagaba más que eso.

—¿Se trató de una situación aislada?

—No, era trasladable a cualquier gran cartera de deuda de promotores españoles, por tanto, era una operación muy parecida a otras. Si ya en ese momento, a principios de las crisis, el mercado nos daba esas señales, se podía asegurar que la inmensa mayoría de los promotores inmobiliarios españoles estaban en bancarrota. Es algo que el regulador o el banco de España lo debería saber. Cualquiera con un par de ojos lo podía ver. Y se quiso ocultar.

El especulador.

—¿La especulación financiera es responsable de todo ello, además de la miopía de las autoridades?

—En realidad, el concepto de especulador se carga extraordinariamente de connotaciones negativas. Especular es mirar a largo plazo, intentar predecir lo que va a pasar antes que los competidores lo hagan. Hablamos de inversores. Lo que ocurrió entre 2010 y 2012 en la periferia de Europa no fue la obra de unos seres malignos llamados especuladores que apostaron contra los Estados y la gente e hicieron caer los mercados. Si pensamos de manera racional, nos damos cuenta de que no es así.

La explicación es mucho más prosaica: las crisis de deuda no son creadas por los especuladores, que tienen una cantidad de activos relativamente pequeñas y sus acciones son de menor peso, sino lo que importa realmente son los "aburridos", "conservadores" pero extraordinariamente "grandes inversores de toda la vida": los bancos, los fondos de pensión, las aseguradoras. ¿Por qué hubo una crisis de deuda? Porque los inversores de toda la vida, dejaron de comprar, hicieron una huelga de brazos caídos, debido a que se dieron cuenta que aquello que estaban comprando no era seguro, que podía haber una reestructuración de la deuda y lo perderían prácticamente todo.

Vieron que los bonos soberanos españoles o griegos no eran tan seguros y dejaron de comprar. Y fue esa huelga de brazos caídos de los enromes agentes económicos que compran la deuda soberana o la deuda bancaria continuamente, lo que hizo que la periferia europea estuviera sufriendo tanto.

El rol de la banca.

—Le adjudica una gran responsabilidad a los bancos en la crisis…

—Así es. Es que cuentan con una enorme capacidad de "chantaje". Se aprovechan del dicho "demasiado grande para fallar". La gente considera sus depósitos, especialmente a corto plazo, no como una inversión, sino como algo que tienen a mano para usar cuando lo necesite. Como sistema de cobros y pagos.

Entonces, si un banco toma riesgos muy grandes, como dar préstamos a operadores inmobiliarios extraordinariamente apalancados, el banco sabe que al final del día cuenta con la garantía del Estado, porque no los va a dejar caer para evitar que haya quitas en los depósitos de la gente. Por tanto los bancos toman mucho riesgo, más del que deberían. "Si nos va bien ganaremos mucho, pero si nos va mal no nos sucederá como a cualquier empresa que va a un proceso de reestructuración y liquidación, sino que cuando haya riesgo de no poder cubrir los depósitos, antes de que eso suceda, el gobierno irá al rescate". Lo saben.

Ese oligopolio del sistema es lo que hace que los bancos sepan que, por más que los políticos de turno juren que no los van a rescatar, siempre terminó sucediendo así…

Los bancos pueden definirse como "un error de diseño"

—Con las nuevas reglas europeas, el panorama de rescate a los bancos se ha modificado...

—Según las nuevas reglas, se dispuso que las soluciones vendrán de Europa, nunca del país en sí. Se establece que en un momento en que un banco necesite un rescate, hay un proceso determinado, donde los inversores son los que deberán sufrir las consecuencias. Ahora, cuando haya bancos que vayan a procedimiento concursal, no va a ser posible que el gobierno rescate a los accionistas, ni a los depositantes. Serán los accionistas los que deban cubrir, mientras los depósitos estarán asegurados.

Vamos hacia un mundo donde los bancos no recibirán rescates públicos sino que los inversores bancarios sufrirán las pérdidas.

—Usted afirma en el libro que los bancos son "un error de diseño". ¿Por qué?

—La argumentación es la siguiente: los bancos son a la vez, instituciones de crédito e instituciones de depósito, dan créditos a empresas y familias y a la vez custodian nuestros depósitos. Como sociedad no deberíamos querer eso, deberíamos pensar en que los depósitos estuvieran segregados. Por tanto, se deberían separar las instituciones de crédito y las instituciones de depósitos. En otras palabras, ya no habría más empresas llamadas "bancos", sino que habría instituciones donde depositaríamos nuestro dinero y otras distintas a las que recurriríamos para solicitar un préstamo un una hipoteca.

La diferencia fundamental sería que los bancos ya no tendrían la capacidad de presión sobre toda la sociedad para pedir un rescate público si las cosas fueran mal. Los bancos han podido crear imperios debido a la capacidad de financiarse en condiciones ventajosas que nadie más en los mercados puede conseguir.

—¿Cree posible un cambio de esa naturaleza?

—Teóricamente puede parecer simple y eficiente, pero admito que puede resultar poco viable un cambio en el mundo de hoy.

Pero no soy el primero en hacer un planteo de este tipo, ha habido varios en Estados Unidos —como el "Chicago Plan" de la década de los años treinta— y en Europa el informe Liikanen (trabajo de un grupo de expertos presidido por el gobernador del Banco de Finlandia, Erkki Liikanen, que presentó sus recomendaciones en 2012) parece ir también en esa dirección. También cabe recordar el Informe Vickers (2011), en el Reino Unido, que dio un paso adelante en la segregación de actividades de riesgo de los bancos de ese país.

El problema de Europa es la desconfianza entre el norte y el sur

—¿Cómo observa la situación actual en Europa?

—Lo que veo es un resurgimiento del populismo muy fuerte. Desde la izquierda, como Podemos en España o Syriza en Grecia, hasta la derecha, como el Frente Nacional en Francia o el Fidesz en Hungría. Hay gente interesada en describir este conflicto como una puja entre izquierdas y derechas, pero yo lo veo más como un conflicto entre el raciocinio y el populismo, "entre las hormigas y las cigarras".

Creo que hay un uso indecente de lo que yo llamo la ingeniería emocional por parte de algunos partidos políticos, que intentan estimular los instintos más primarios de los seres humanos, que no piensen y solamente actúen como esos grupos de poder pretenden.

—Esa realidad se inicia con el comienzo de la crisis…

—Se dispara a partir del momento en que los mercados ya no aceptan comprar más deuda. Cada vez que en la historia de la Europa de posguerra un grupo de poder se ha quejado por algo, se ha emitido deuda para taparle la boca a quienes se quejan y se ha repartido entre todos.

Eso no dejó lugar para populismos, entonces, en la medida en que no se podrá emitir más deuda para comprar al grupo de poder que se está quejando por el motivo que sea, la intensidad de la lucha por repartir un pastel menguado, va a recrudecer. Se radicaliza la lucha por el control de los recursos, que son menos. Y las posturas extremistas son el vehículo para pelear ahora por ese pastel.

—¿Comparte la idea de que hay "más de una Europa"?

—Es muy cierto que a Europa le cuesta actuar como un todo, hay diferencias entre el Norte y el Sur que son evidentes. La clave es la confianza. El problema de base es del Norte contra el Sur.

Una de las mayores diferencias entre estos dos grandes bloques , con concepciones distintas del mundo y de la vida, que suele destacarse poco pero está en la raíz del problema, es el respeto a la ley: mientras un nórdico respeta la ley, haciendo lo acordado sin discutir demasiado, en el sur la ley se "interpreta", especialmente cuando a los grupos de presión que controlan el poder les interesa.

Si los países del Norte no se fían de los del Sur sobre cómo estos interpretarán la ley, tal vez sea buena idea atar corta la acción de los gobiernos nacionales a través de la Unión Fiscal. Es una buena idea, pero falta una pieza clave: que los del Sur nos demos cuenta que el problema es nuestro y por tanto, debemos dar el primer paso.

Ficha técnica

Jordi Mollins es licenciado en Física por la Universidad de Barcelona, pero dedicó su carrera a las finanzas. Tiene un postgrado en Métodos Cuantitativos en Finanzas por la Universidad Politécnica (Cataluña) y un MBA por la Escuela de Negocios Insead de París. Trabajó para un Hedge Fund estadounidense en Londres y en varios bancos europeos, gestionando carteras de inversiones. Su libro "Confidencias de un especulador" se publicó a fines de 2014 por Ediciones Deusto, del Grupo Planeta.

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Licenciado Jordi Mollins. Foto: Archivo El País

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