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Gobernando en tiempos de crisis

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Los impactos de la pandemia del coronavirus ponen en tela de juicio paradigmas como la globalización.

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Esta realidad, también, fuerza a innovar en materia de políticas económicas y llama a su hora a los sistemas políticos, para hacer lo adecuado en la resolución de la crisis. También expone a quienes no están a la altura de las circunstancias ante una situación de emergencia.

Algunos sucesos recientes muestran los límites prácticos que presenta la globalización extrema, así como el sentido innato de pertenencia del ser humano a una comarca o nación, aspectos ambos exacerbados en tiempos de crisis.

Es así que, a raíz de la pandemia, reaparece el Estado nación como refugio del ciudadano ante las carencias, inclusive emocionales, que percibe de las instituciones o mecanismos supranacionales. Los sucesos últimos en la Unión Europea muestran un mosaico de realidades en cómo enfrentar la crisis, y falta de solidaridad para aquellos miembros con más dificultades.

Países como Francia y Alemania instilan ese sentimiento cuando anuncian medidas prescindiendo del resto, incluyendo reproches aleccionadores de cómo actuar.

La crisis también expone la fragilidad de las cadenas productivas dispersadas en confines diversos, donde un evento sanitario localizado tiene efectos globales de magnitud extrema.

También resalta el riesgo de la dependencia extrema de insumos médicos importados. El 97% de los antibióticos usados en EE.UU. provienen de China. Ambos temas generaran replanteos hacia el futuro, donde la tónica será menos globalización, como lo fue hace medio siglo el tema de la seguridad alimentaria que dio lugar a la política agrícola común en Europa.

Sin dudas, esto reforzará el ambiente de proteccionismo comercial que ya flotaba antes de la crisis, limitara además las corrientes migratorias y fortalecerá los controles del tránsito de personas en espacios tan abiertos como la Unión Europea. El Brexit fue la antesala en esa materia.

En materia de políticas económicas, en el mundo desarrollado se entró en una fase inédita. El paquete de reactivación recién aprobado por el Congreso de EE.UU. de 2 billones (millones de millones) de dólares es de carácter extraordinario, tanto por su magnitud como por lo que incluye, yendo desde inyecciones de liquidez al sistema financiero como compra de bonos emitidos por empresas.

Quedaron de lado los pruritos clásicos de sus posibles impactos inflacionarios, para privilegiar el rescate de su sector productivo y mantener el crecimiento. Lo mismo ocurre en Europa, donde países como Alemania abandonan su postura fiscal conservadora, para colocarla en un modo expansivo inédito en su historia reciente. A eso se suma la permanencia de la postura monetaria extremadamente laxa del Banco Central Europeo, lo cual, junto con la actitud de la Reserva Federal, asegura escenarios futuros de liquidez extrema. ¿En que culminará todo esto?, es prematuro saberlo. Lo único cierto es que a las instituciones de Bretton Woods y al sistema monetario que representan, por irrelevantes, los ahogó la historia.

La pregunta a responder ahora es cómo esto afectará a los países en desarrollo como Uruguay. Lo cierto es que este tipo de políticas monetario fiscales extremadamente expansivas por definición le están vedadas, pues su límite es el monto del financiamiento externo adicional que se puede contratar sin poner en juego la solvencia del país. Un hecho que está limitado por el financiamiento del déficit fiscal heredado por la actual administración, más las necesidades adicionales para financiar el gasto en salud por la crisis sanitaria, más los recursos para financiar políticas de reactivación económica. Sin dudas que la enorme liquidez global ayudará en este sentido, pero quizás por las restricciones anotadas para emitir más deuda pública, la inversión directa extranjera se convierta en uno de sus movilizadores más importantes.

Deteniéndonos en lo que hoy tenemos entre manos, el gobierno viene actuando con sentido pragmático y diligente, sopesando pros y contras en territorio desconocido. Así lo viene haciendo en planos diferentes, privilegiando sin cortapisas el gasto en materia sanitaria así como de asistencia social, complementado con regímenes especiales de seguro de desempleo y otras medidas de efecto equivalente. Es un proceso en marcha que tiene un objetivo claro de privilegiar los aspectos sanitarios, de cobertura social y de mantener, aunque sea a marcha lenta, la máquina productiva.

Como siempre, aparecen quienes predican desde la tribuna, alejados de la trinchera que bajo fuego, sopesa realidades, toma decisiones y asume los riesgos concomitantes. Y por el bien del país, a quienes hoy están a cargo del gobierno se les debe dar la posibilidad de actuar sin distracciones, rodeados al menos de un ambiente de silencio expectante. En un país de cercanías, las sugerencias se hacen al oído y no para la tribuna. No puede repetirse lo que ocurrió en el 2003, cuando jerarcas del Frente Amplio en momentos muy delicados, pidieron públicamente que Uruguay entrara en default. De haber sido atendidos, para mal, la historia hubiera sido otra.

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