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La globalización en tiempos de pandemia

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

El gran desafío de reducir la fragilidad del sistema ante lo incierto.

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La irrupción global del COVID-19 expone fragilidades inesperadas en el funcionamiento de la economía real, obliga a los gobiernos a ejecutar políticas inéditas independientes de su ideología y finalmente, mostrará que las formas extremas de globalización son un pasado que dará lugar a un mundo donde las fronteras políticas adquirirán nuevamente relevancia.

El desarrollo tecnológico de las últimas décadas llevó a modelos de negocios que priorizaban la eficiencia, aunque implicara arriesgar la resistencia ante hechos adversos como el actual.

Eso incluyó dispersar cadenas productivas buscando costos de producción menores, operar con inventarios mínimos y con capital de trabajo escaso y prestado. En suma, un modelo de negocios que supone un mundo sin fricciones y menos surcado con episodios como el actual.

Inmunizar al sistema de circunstancias como las pandemias globales o eventos provocados por cambios climáticos es más complejo que lo que fue fortalecer al sistema financiero global en el 2008. De ese episodio surgieron nuevas regulaciones que implicaron aumentos de capital y la prohibición de realizar ciertas prácticas bancarias. Lo mismo tendrán que hacer los gobiernos para darle mayor resistencia a sus sistemas productivos, incluidos los servicios, como los del turismo.

Pero por encima de las medidas puntuales de salvataje de empresas y alivios al mercado laboral, a los gobiernos se les agrega el nuevo desafío de instrumentar marcos regulatorios e institucionales que faciliten la adaptabilidad de la economía ante circunstancias inesperadas.

Es una idea emparentada con reducir la fragilidad del sistema ante lo incierto. Es un tema nuevo, que pega de lleno en la arrogancia del hombre del siglo XXI, en el que habrá que poner manos a la obra, sin remedio.

Esto lleva a reflexionar sobre las nuevas reglas operativas del mercado de trabajo y sobre el propio bienestar de los trabajadores. Estamos ante un fenómeno nuevo, donde la pérdida de puestos de trabajo no es fruto de decisiones a nivel de una empresa, de un cambio tecnológico o el desplome de un mercado particular. Por el contrario, es fruto de un fenómeno inesperado que arrastra a todos, que obliga a reconversiones dramáticas para no sucumbir y dejar a muchos por el camino. Si antes nos preocupábamos por el efecto disruptivo de la robótica en el mercado laboral, ahora se agrega este tipo de desafíos. La respuesta es adecuar las regulaciones del mercado laboral para que tanto los empresarios como los trabajadores puedan aprovechar rápidamente las nuevas oportunidades que presentará una realidad diferente.

Como primer paso para enfrentar esta realidad, los gobiernos han puesto sus tesorerías y bancos centrales en acción. Cada cual, a su manera y posibilidades, pero todos entendiendo que el Estado debe cumplir un rol de rescatista de última instancia. Aquí no se mezcla la dicotomía de menos o más Estado, categoría más ligada a la eficiencia del sistema o inclusive a la libertad, sino a un papel ineludible ligado a la supervivencia de las sociedades y de su propio sector productivo, cuyos efectos futuros aún no se pueden avizorar.

Lo que sí sabemos es que será un mundo distinto, más temeroso de impactos impredecibles cuya génesis son actos de la naturaleza. Eso implicará un sesgo hacia la seguridad de tener disponibles —bajo cualquier circunstancia— insumos médicos, sistemas de salud capaces de atender emergencias sanitarias inéditas e inclusive la reaparición de conceptos como la seguridad alimentaria. En términos prácticos, implica promoción doméstica y stocks de emergencia de alimentos. De ahí, al resurgimiento de políticas proteccionistas en la materia hay un solo paso. La Unión Europea sigue utilizando esa carta, vistos los anuncios recientes del Presidente Macron contrarios a la firma del tratado de libre comercio con el Mercosur.

Aunque es impensable una reversión de la globalización, es realista suponer que estamos yendo a formas distintas de interrelación entre países.

Las grandes visiones de un mundo cuya globalización, implica la dispersión geográfica de grandes cadenas de valor tendrán su freno, para dar lugar a una concentración que las ubique más cerca de sus mercados finales. Un movimiento que podía estar impulsado por la disputa entre Estados Unidos y China, pero que desde ahora tendrá la justificación de evitar los costos de las disrupciones provocadas por hechos como las pandemias. El capítulo del proteccionismo agrícola se volverá a abrir, disolviendo los avances de décadas en materia de negociaciones multilaterales.

A esta realidad compleja se le agrega un reequilibrio geoeconómico, encarnado en la disputa entre China y Estados Unidos, lo cual conjuga aspectos que tendrán efectos sobre las formas y alcances de la inserción internacional de nuestro país.

Hay que tener en cuenta que el mundo plácido del multilateralismo que tanto bien nos ha hecho, ya no será el mismo. El concepto de supranacionalidad para resolver disputas está en eclipse, pues los países predominantes rescatan el valor de sus fronteras políticas como valor entendido para ejecutar visiones próximas al nacionalismo.

Esta trenza de realidades cambiantes agrega un desafío adicional en materia de inserción internacional, lo cual hace que el pragmatismo oportunista sea esencial como actitud frente a una realidad internacional cargada de interrogantes.

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