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El FMI pasó de la inflexbilidad a la irrelevancia, hasta que llegó el quiebre, la autocrítica y la búsqueda de nuevos liderazgos

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David Vogel – Máster en Economía Aplicada, ex representante de Uruguay ante el FMI (2000-2020).

ENTREVISTA

Las historias del representante uruguayo que formó parte del Directorio Ejecutivo del FMI durante 20 años

David Vogel decidió en diciembre pasado retirarse de la representación de Uruguay en el Fondo Monetario, puesto que ocupaba desde noviembre del año 2000. Durante 20 años en la institución, vio pasar al FMI desde una “tremenda inflexibilidad”, luego a la “irrelevancia” debido a la falta de visión estratégica, hasta la autocrítica y la búsqueda de un nuevo liderazgo. Durante su paso por el FMI fue testigo de la negociación de Uruguay en 2002, de las reacciones que generó la asunción de la izquierda en 2005 en Uruguay y el tóxico vínculo del Fondo con Argentina. Comentó que el FMI prepara un nuevo esquema para analizar los riesgos soberanos y sostenibilidad fiscal de los países, análisis que incluirá la calidad institucional de los países. A continuación, un resumen de la entrevista.

—A casi 20 años de las negociaciones de Uruguay en plena crisis. ¿Cómo valora hoy la salida alcanzada, a la que en primera instancia se oponía el Fondo?

—La salida de la crisis representa un activo intangible sumamente importante para el país. Entiendo que la conducción y objetivos claros en esa época de crisis, la incesante lucha ante la adversidad y los esfuerzos para dialogar y buscar puntos de encuentro en el país y en la sociedad fueron fundamentales para la salida. Es interesante como, al contarle aquellos hechos a las nuevas generaciones del Fondo, a las personas que se incorporan al equipo que trabajan con el país, no pueden creer sobre las posiciones adoptadas por la institución en aquel momento. Desde una perspectiva amplia de dos décadas, es necesario tener en cuenta las vulnerabilidades previas a la crisis (especialmente en materia de regulación y supervisión del sistema financiero y situación de la banca pública, y diría también en materia cambiaria) que amplificaron el shock recibido desde Argentina. Y en este sentido, el proceso de reformas emprendido desde la irrupción de la crisis por los siguientes dieciocho años permitió que el país pasará a tener fortalezas donde hubo debilidades. Cuando un informe del FMI sobre Uruguay habla (como lo hizo en febrero de 2020) de una “posición envidiable en muchos aspectos”, destacando fortalezas institucionales y sociales, refiere a un amplio y profundo proceso de cambios estructurales extendido en el tiempo, sobre el cual me parece que todo el país debe sentirse comprendido, obviamente sin desconocer lo mucho que queda por delante.

—Ocupaba la silla correspondiente al país cuando la izquierda sume el gobierno. ¿Cómo fue esa etapa vista desde el FMI?

—Por supuesto, había una dosis de incertidumbre importante; Uruguay tenía en aquel momento una sustancial deuda con el Fondo, una de las más altas en la historia de la institución en términos del PIB; y también se trataba de una nueva administración. Algunos funcionarios del Fondo tenían una posición muy dura respecto al superávit fiscal primario (casi que lo consideraban un número mágico) que debería contener el nuevo programa que se negociaba para refinanciar la deuda con la institución. Por su parte, el nuevo equipo económico consideraba imprescindible compatibilizar las metas fiscales con los compromisos sociales. Las negociaciones tanto en Montevideo como en Washington fueron siempre muy respetuosas, pero por momentos también muy tensas. Fui testigo de algunas reuniones que se mantuvieron en Montevideo y en DC con la gerencia, funcionarios y diferentes miembros del Directorio Ejecutivo del Fondo, que fueron muy importantes para despojar cualquier rastro de duda que pudo haber existido anteriormente. El Fondo encontró a un equipo muy sólido con un rumbo claro en materia de políticas y reformas. De esta manera, se arribó a un acuerdo, en el que se mantuvieron inalterables las metas fijadas por las autoridades uruguayas. Ese acuerdo, aprobado en el Directorio en julio de 2005, terminó prematuramente, pues Uruguay canceló la totalidad de la deuda en diciembre de 2006.

—¿La visión del FMI de los problemas globales se basa en recetas, alejadas de la realidad?

—Creo que ha habido avances relevantes, especialmente desde la crisis financiera de 2008. Si estos avances fueron motivados porque esa crisis afectaba en primer lugar y con mayor profundidad a las economías desarrolladas, sí, es posible pensarlo. Lo cierto es que dicha crisis exigió al Fondo actuar con rapidez y con mayor flexibilidad. Por ejemplo, el FMI comenzó a desarrollar líneas de crédito diferentes (una de ellas, la Línea de Crédito Flexible, precautoria, que no contiene las clásicas condicionalidades), además de romper con ciertos tabúes que tenía el Fondo hasta entonces (en este sentido, creo que la presencia de Olivier Blanchard como economista jefe de la institución fue fundamental). A partir de allí, hubo una mayor apertura en varios temas, sobre los cuales anteriormente había primado una cerrada ortodoxia: entre otras cosas, se entendió que la calidad del gasto merecía mucha mas consideración de la que tenía hasta el momento; que hay países que necesitan avanzar mucho en la progresividad de sus sistemas impositivos; que para hacer recomendaciones es imprescindible considerar la economía política. Hay mucho más análisis, comprensión y detenimiento en temas de pobreza y desigualdad en los informes de los países, obviamente por lo que significan estos problemas intrínsecamente, pero también porque son factores que afectan la estabilidad económica y calidad institucional de los países. Se hizo más énfasis en que la estabilidad macro es una condición necesaria, pero no suficiente para el desarrollo de los países y de sus sociedades. Es posible pensar que la velocidad y la profundidad de los cambios pudo ser mayor, pero sin duda que no es la misma institución de quince o veinte años atrás.

—¿El FMI realmente ha sabido acompañar los cambios de la economía mundial?

—Como decía anteriormente, ha habido avances. A las recomendaciones de política económica que actualmente está haciendo el organismo a partir de la pandemia, podríamos agregar la constante actualización de sus líneas de crédito e iniciativas para suspender pagos de la deuda de países de más bajos ingresos. En el último trimestre de 2021 o principios de 2022 estará en funcionamiento un esquema más acorde a los nuevos tiempos para analizar los riesgos soberanos y sostenibilidad fiscal de los países, análisis en el cual, por ejemplo, se incluiría la calidad institucional de los países. Y también podría concretarse la posibilidad de una emisión excepcional de derechos especiales de giro (DEG) de la institución para todos sus países miembros, a varios de los cuales le brindaría algún aire, muy importante en estas circunstancias.

—¿Con qué características definiría cada una de las etapas del FMI que mencionó?

—No podría delinear exactamente las fronteras, pero desde el 2000 he visto pasar al Fondo desde una tremenda inflexibilidad basada en un recetario dañino, a la irrelevancia, potenciada por la falta de visión estratégica, cuando el Fondo fue quedando sin clientes (recordemos los repagos adelantados de Brasil, Argentina, Indonesia y Uruguay, entre 2005 y 2006). Posteriormente, la crisis global generó un quiebre y el Fondo tomó el liderazgo. También creo que ese quiebre condujo a un importante proceso de autocrítica en el rol de la institución como supervisor global; si alguna persona compara el informe anterior a la crisis de 2008 de Estados Unidos, con alguno de los últimos sobre ese país, observará una rigurosidad absolutamente diferente. Christine Lagarde, con sus notables cualidades para liderar, promovió una mayor modernización de la institución, aunque creo que cometió errores importantes en el préstamo concedido a Argentina. Tengo una muy buena impresión de Kristalina Georgieva, de muy buen liderazgo, mucho más horizontal que el de Lagarde, mucho menos concentrada en su persona y más en equipos.

—¿Dónde es más útil el rol del FMI hoy: en la supervisión, en los créditos o en la formulación de propuestas para los países?

—Claramente, en la actualidad, con la pandemia, el rol del Fondo como prestamista ha estado concentrando una importante atención. A su vez, me parece importante que una institución que tiene acceso a información de todos los países del mundo pueda realizar análisis de calidad que resulten de interés a sus miembros. Creo que los últimos informes sobre Perspectivas de la Economía Global, Estabilidad Financiera Global y Monitor Fiscal son buenos ejemplos de ello. A su vez, la situación actual y los tiempos post-pandemia, muy complejos, requerirán que la institución desarrolle iniciativas creativas y flexibles.

—¿Cómo se viven desde el Fondo las negociaciones con Argentina, dada la continua convulsión en que se encuentra su economía y la tensión permanente con el FMI ?

—La historia de Argentina con el Fondo es siempre complicada. Siempre que se habla de Argentina en el FMI es como si de inmediato se encendiera una luz amarilla. Y a esa complejidad histórica se le agrega ahora que la deuda de Argentina con el FMI es excepcionalmente elevada, siendo cerca de la tercera parte de lo que todos los países le adeudan a la institución. Eso, por tanto, constituye un problema serio para Argentina, pero también, por la gran exposición, para el Fondo.

—¿Hay responsabilidades compartidas entre el Fondo y Argentina?

—El estigma del Fondo existe. Pero no creo que haya país en el mundo que solicite un programa al Fondo (de los clásicos, como el Stand-By al cual recurrió Argentina) si no lo necesita imperiosamente. En general, cuando se recurre al Fondo es porque hay fuego. Esos bomberos a veces ayudan a extinguir el incendio y otras veces el agua (utilizada con torpeza, desmesura o desconocimiento de las realidades) potencian la destrucción.

—¿Fue un error haber otorgado un paquete de ayuda de tal magnitud?

—Los errores se producen en gran parte cuando los programas se otorgan sólo por intereses geopolíticos o afinidades políticas (como creo que fue el caso entre Trump y la administración Macri), pero sin demasiada consideración por la sostenibilidad económica y social de un programa; cuando los deseos sin sustento priman sobre la realidad.

—A partir de esta última crisis de deuda de Argentina se reflotó “la salida a la uruguaya” como modelo…

—Soy escéptico sobre ese tipo de recetas, sobre todo porque las circunstancias son muy diferentes. Para empezar, el problema de Uruguay era de liquidez y no de solvencia; además, la historia, la calidad institucional y la madurez de los sistemas políticos en ambos países, entre otras cuestiones, son muy diferentes.

—Ante la pandemia, el FMI ha sugerido mayor gasto a los gobiernos e incluso, evaluar la posibilidad de modificaciones tributaria Esas propuestas han sido criticadas por algunos gobiernos, incluso el de Uruguay…

—La mayoría de los países del mundo ha estado en línea con esa recomendación, registrando, a partir de la pandemia, un déficit fiscal mucho más elevado que en años anteriores. En promedio, en la economía global, hablamos de ocho puntos del PIB. Y esto se da en países de todo grado de desarrollo; por supuesto que debe estar basado en las propias restricciones y necesidades de los países. ¿Por qué lo hacen? ¿Son todos gastadores seriales? ¿Alemania lo es? ¿Canadá, con un 20% de déficit fiscal en 2020? Y podría citar a una enorme cantidad de economías emergentes y países de bajos ingresos. Creo que la mayoría es consciente de que los riesgos de actuar son relevantes. Pero no actuar tendría consecuencias muy negativas. Los países han estado siguiendo políticas expansivas porque así lo requieren las importantes urgencias actuales, y porque esas urgencias transitorias se pueden transformar en heridas permanentes si no se tratan en tiempo y forma.

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