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Qué esperar (y hacer) por el empleo post pandemia

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Foto: El País
Leonardo Maine

TEMA DE ANÁLISIS

El 42% de los ocupados uruguayos se encuentran en el segmento cuyas funciones tienen altas probabilidades de poder ser automatizados.

En marzo de este año el desempleo en Uruguay alcanzó 10,1%, reflejando el efecto de las recesivas —pero necesarias— medidas sanitarias implementadas para contener el brote de coronavirus, en un mercado laboral que desde hace varios años muestra un pobre desempeño.
Esperamos que la tasa de desocupación suba hasta 14,2% en el actual trimestre, en línea con la severa caída de la actividad que proyectamos, para ir descendiendo luego hasta 11,1% hacia fin de año.

Una vez que pase la pandemia, ¿cuáles son los desafíos para el mercado de trabajo?

Además del coste en vidas humanas, la expansión del coronavirus supone una contracción de la economía mundial por las medidas de confinamiento. En BBVA Research estimamos que el PIB global caerá 2,4% en 2020 para recuperarse a un ritmo de 4,8% en 2021. Si bien Uruguay no ha escapado a la situación recesiva global, vale remarcar que sus daños sanitarios y económicos están siendo de los más contenidos entre los países de la región.

Tras el estancamiento económico de 2019 (0,2%) y haber terminado el año con una tasa de desempleo de las más altas de la región (8,9%), Uruguay continuó mostrando un nivel elevado de desocupación a inicios de 2020, aún antes de conocerse los primeros casos de coronavirus.

En marzo, al irrumpir el Covid-19 en la región y los primeros casos en Uruguay, el Gobierno decretó en forma preventiva la emergencia sanitaria invocando a una “cuarentena responsable” no obligatoria, con lo cual muchos sectores se vieron afectados por el cese o la reducción de actividades. En este contexto, la tasa de desempleo de marzo fue de 10,1%, y no fue mayor por la fuerte baja que tuvo la Población Económicamente Activa (gráfico 1), es decir que hubo una menor cantidad de gente buscando trabajo, ya sea por el propio confinamiento o por una pérdida temporal de incentivos a buscar empleo, quizá motivada por la recepción de subsidios (flexibilización y extensión del seguro de paro). Así, en el primer trimestre del año la población desocupada llegó a las 171.609 personas.

Para 2020 esperamos que Uruguay tenga una retracción de 3,1% del PIB, concentrada en el segundo trimestre (-10,9% interanual). Como consecuencia, la tasa de desocupación treparía al 14,2% en este segundo trimestre y mejoraría lentamente hacia el último trimestre hasta 11,1%, de la mano de la recuperación de la actividad económica que esperamos hacia fines de año, a medida que se termine el aislamiento social y se sume el impulso del proyecto de UPM2 y obras anexas, que creará puestos de trabajo mientras dure la construcción de la planta.

Para 2021, nuestro escenario supone un crecimiento del PIB de 3,1%. Sin embargo, la tasa de desempleo no mejorará proporcionalmente y permanecerá cerca de los dos dígitos buena parte del año. Cabe entonces preguntarse a qué obedece la asimetría entre la recuperación rápida de la actividad y la débil del empleo.

Tras la crisis de inicios de los 2000, podemos distinguir dos períodos diferenciados: hasta 2015 la economía mostraba tasas de crecimiento robustas que alentaban la creación de empleo. Desde entonces, si bien Uruguay nunca dejó de crecer, lo hizo a tasas más modestas, y los niveles de empleo comenzaron a caer, es decir se destruyeron puestos de trabajo (gráfico 2).

Como en la oferta laboral no hubo ningún cambio demográfico o legal relevante que lo explique, miramos del lado de la demanda. Aquí podemos encontrar que parte de la destrucción de empleos puede estar ligada a la incorporación de tecnología a los procesos productivos, pero el salto tecnológico no ha sido transversal a toda la economía, sino concentrado en algunos sectores como el agro o la producción de celulosa.

El otro determinante es el costo laboral. Uruguay ha mantenido un salario promedio —medido en dólares— más elevado que los países de la región (Gráfico 3). Esto ha generado un problema de falta de competitividad, que provoca baja rentabilidad de sectores exportadores y quita incentivos a nuevas inversiones que generen puestos de trabajo. Esto es crucial en Uruguay: dado el reducido tamaño del mercado doméstico necesita de mercados externos para poder generar las escalas que requiere la industria moderna, tanto de bienes como de servicios.

Será crucial entonces, para no seguir encareciendo el trabajo uruguayo, cómo evolucionen a futuro los salarios domésticos y la política cambiaria. Y en ambos frentes se están dando pasos en el sentido correcto.

Desde la política de ingresos, el esquema de salarios nominales decrecientes es un buen instrumento, que deberá mejorarse pero que está orientado al ajuste de remuneraciones según la productividad. Y por el lado de la autoridad monetaria se ha ratificado la política de libre flotación del peso para no perder su competitividad respecto a sus socios comerciales acotando la volatilidad cambiaria.

¿Cómo será el mercado del trabajo en Uruguay tras la pandemia?
Todas las revoluciones industriales han tenido consecuencias —positivas y negativas— sobre el mercado del trabajo. La actual transformación digital no será la excepción al generar nuevos empleos, pero, también, amenazas para aquellos con altos grados de rutinas o predictibilidad que puedan ser reemplazados por máquinas o algoritmos, en caso de ser “automatizadas”.

En BBVA Research hemos estudiado para Uruguay el riesgo de automatización de las ocupaciones según sus principales atributos. De este estudio surge que el 42% de los ocupados uruguayos se encuentran en el segmento cuyas funciones tienen altas probabilidades de poder ser automatizados, llegando hasta el 74% al incluir las de mediana vulnerabilidad.

Como muestra el gráfico 4, entre las actividades de mayor probabilidad de automatización se destaca Comercio que ocupa al 18,2% del total de trabajadores, seguidos por Industria (10,6%) y el agro (7,2%). La gran proporción de trabajadores en sectores de alta probabilidad de automatización, dan cuenta de la relevancia de la cuestión. Las actividades menos probables de automatizar están en Enseñanza (7% de ocupados) y Salud (8,7%).

La transición será más o menos penosa según las medidas que tomen el gobierno y los representantes de los trabajadores para adaptar regulaciones e implementar políticas que amortigüen las repercusiones de la revolución digital, y en la medida en que las personas mismas cuenten con las herramientas para estar mejor preparadas para encarar una nueva etapa en la historia del mercado laboral sin quedar excluidas del proceso de transformación.

(*) Economistas Adriana Haring y Juan Manuel Manías.

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