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Europa se prepara para reducir su dependencia y plantearse un mundo necesariamente más proteccionista

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Juan Carlos Martínez Lázaro – Economista, profesor de la IE University de Madrid

ENTREVISTA

La dependencia energética de los europeos del petróleo ruso a corto plazo es inevitable, lo que resulta una cruel paradoja: genera divisas a Putin para que destruya a Ucrania.

Europa sufre el impacto de la invasión rusa a Ucrania por varios canales, lo que obligaría a replantearse temas de soberanía y seguridad, aunque resulten señales de “un nuevo e inevitable proteccionismo”, según el economista español “ningún país del mundo escapará a las consecuencias de la guerra, una lista que encabezan los países en conflicto pero incluye el dependiente norte de África de los granos rusos, la fuerte caída de la economía europea y el freno a la expansión económica en Estados Unidos, entre otras. Afirma que la dependencia energética de los europeos del producto ruso a corto plazo es inevitable, lo que califica como la paradoja “de generar divisas a Putin para que destruya a Ucrania”. A continuación, un resumen de la entrevista.

—Como parte de las consecuencias del conflicto bélico, ¿el proceso de normalización monetaria iniciado previamente a la invasión rusa, se va a profundizar?

—Sin dudas. Las previsiones apuntaban a que los precios iban a comenzar a normalizarse a lo largo del año y acabaríamos 2022 con una inflación en un entorno más razonable. La suba en los tipos de interés iba a comenzar a tener su efecto, según preveíamos. Todo eso ha cambiado ahora, vamos a tener tasas de inflación de dos dígitos, tendremos acciones de los bancos centrales mucho más intensas y rápidas de lo que estaba previsto. Ya tuvimos una primera suba de tipos en Estados Unidos y en el Reino Unido, todavía a niveles muy bajos, pero este proceso seguirá. El Banco Central Europeo todavía está evaluando, por el momento maneja la decisión de acabar con los programas de compra de activos en el mes de junio y la primera suba de tipos estaría a la vuelta del verano. Las condiciones han cambiado, la inflación no se va a ir licuando a partir de primavera. El 2% como objetivo de inflación que tenía el BCE no se va a dar y es probable que se ubique por encima del 10% de aquí al verano; por tanto, no resulta nada extraño que la política monetaria se endurezca mucho más de lo previsto inicialmente.
Y eso tendrá su correlato en un menor crecimiento; lo único que está claro es que en la medida en que la guerra se extienda y los daños, así como las sanciones cruzadas se intensifiquen, los efectos sobre la economía serán impredecibles en su magnitud…

—Y se derraman sobre todo el mundo…

—Desde luego el país que más pierde es Ucrania. Ya no solamente en términos humanitarios, va a quedar absolutamente destruido. Por supuesto que Europa también lo va a sufrir en primera línea por diversos canales.
Tampoco dejemos de lado todo lo que va a sufrir la economía rusa, en especial las clases medias y las populares sufrirán el impacto del colapso. Las primeras estimaciones están hablando de caídas de la actividad del PIB en Rusia este año en niveles entre el 7% y el 15%, en función de los escenarios en los que nos movamos. Todas las sanciones que han caído sobre Rusia y las que vendrán si la escalada bélica sigue, hundirán a ese país, porque por mucho que China quiera aliviar y lo va a hacer, no es suficiente. Vamos a hablar de caídas brutales de PIB y del empleo y de niveles de precios que desconocidos en muchísimo tiempo.

—¿Por qué canales se siente el mayor impacto en Europa?

—Las formas en que esta crisis golpea a Europa son múltiples. Es verdad que el canal comercial sufre menos porque ya sufrió mucho a raíz de la invasión a Crimea en 2014, donde hubo sanciones cruzadas con Rusia. Por ejemplo, en aquellos momentos España era un gran exportador de alimentos, básicamente carnes, hortalizas, frutas y verduras a Rusia y ese país le cerró el acceso.
El principal canal de contagio sin dudas es el energético. Precios elevadísimos de gas y del petróleo, que se traduce en niveles muy altos en el costo de la electricidad. Y eso está poniendo a Europa en una situación verdaderamente límite. Lo estamos viendo en España en estos días. Las huelgas en el transporte, parte de la flota pesquera amarrada en puerto, todo ello por la imposibilidad de afrontar los costos de la energía.
El incremento del coste energético en las compañías está siendo absolutamente brutal, en sectores como siderúrgicas o cementeras, la actividad se está paralizando porque no pueden asumir esos niveles de costos para producir. Es probable que comiencen a encarecerse y escasear otros productos, dada la cadena de contagios que se va dando a partir de los combustibles.
Y surgen otras cuestiones colaterales: en 2019 vinieron a España de vacaciones 1.250.000 rusos, una cifra nada desdeñable. Y me temo que este año no van a volver, por lo tanto, hay un fuerte impacto en el sector turístico. Un sector que, además de no recibir a los turistas rusos de muy buen poder adquisitivo, va a ser impactado también porque los precios de los carburantes se trasladan a otros bienes y servicios, por ejemplo, los boletos de avión. Además, el sector inmobiliario de lujo en las principales ciudades y balnearios de Europa tiene entre los compradores a los millonarios rusos. Eso también se va a resentir. Y también me temo que esa presencia opulenta de los millonarios rusos va a tener además un rechazo muy importante. O sea, yo creo que ese es otro factor que no se dimensiona bien y es el rechazo de todo lo que huela a Rusia en el Occidente, al menos durante un tiempo.

Martínez Lázaro y sus previsiones para el futuro de Europa
Martínez Lázaro y sus previsiones para el futuro de Europa

—Volviendo a los carburantes, ¿la dependencia que tiene Europa del gas y el petróleo ruso es imposible de modificar a corto plazo?

—Hoy es la mayor contradicción y la mayor crueldad. Financiamos la guerra a Putin con nuestra compra de hidrocarburos. Nos guste o no, tenemos que seguir comprando energía, tanto petróleo como gas a Rusia. La dependencia del gas ruso está cerca del 40% para toda la Unión Europea. En cuanto al petróleo, estamos hablando de que Rusia todos los días envía a la Unión Europea unos 2 millones y medio de barriles y una cifra similar de destilados del petróleo, o sea gasoil, fueloil u otros refinados.
La posibilidad de que Europa pueda sustituir a esas importaciones de gas y de petróleo ruso en el corto plazo es absolutamente inviable, porque no hay una oferta que pueda cubrir esa necesidad. Un ejemplo claro es Alemania, que depende en un 65% de sus hidrocarburos desde Rusia y no tiene margen para desengancharse rápidamente de ese suministro.
Es verdad que la llegada de la primavera al hemisferio norte puede hacer reducir el consumo de gas y, por tanto, se podría reducir algo el consumo. Pero el problema es igualmente muy grave.

—Alemania se plantea repensar el programa nuclear como forma de reducir una dependencia estratégica de los energéticos. ¿Esa puede ser una salida?

—A largo plazo. Es decir, aparte de que es un proceso que no tiene un consenso fácil, desde que tome una decisión hasta que se materialice, pueden pasar cinco o más años.
La única solución de mayor celeridad es la de suspender en Alemania los planes para ir desmontando todas las centrales nucleares. Eso estaba en marcha en varios países de Europa y, en esta coyuntura, queda totalmente a destiempo. No tiene sentido seguir adelante con esos planes en este momento.
En la actualidad, en España el 20% de la energía eléctrica es de origen nuclear. Hay que ampliar la vida útil de estas centrales hasta que realmente se puedan utilizar las energías renovables como como sustitutivo de esas energías fósiles, que todavía siguen siendo muy intensivas en su uso.

—¿Cómo se sustituye el trigo ruso o el aceite ucraniano, tan consumido en Europa?

—De momento, la idea es sustituir las importaciones rusas y ucranianas de granos, básicamente comprando esos productos en otras latitudes, como puede ser América.
Para ello, la UE tendría que moderar los requisitos fitosanitarios que dificultan la adquisición en determinados mercados. Pero a grandes males, grandes remedios. En una situación como la que estamos atravesando, no podemos estar pensando en los estándares tradicionales. Hay que adecuarse.
Hay otros países que tienen menos posibilidades de sustituir los granos de los países en conflicto. En el caso del norte de África, esos granos son la base de su alimentación y la dependencia de Rusia y Ucrania es enorme. Algunos casos, países pobres que no tendrán margen para adquirirlos más caros en otras zonas.
Y el riesgo no es solo el presente. Es probable que Ucrania no sea capaz de llevar adelante la cosecha prevista para abril. Eso será problemas no solo para los productores ucranianos, sino también para los países que compraban ese grano. La última información divulgada advierte que se podría plantar tan solo la mitad de las hectáreas destinadas a trigo y maíz en Ucrania, todos los años. Y eso puede ser peor. Quién sabe si se podrá levantar esa cosecha, incluso.
Habrá escasez en el granero de Europa y muchas poblaciones lo sufrirán.

—En el plano fiscal, los países europeos venían con dificultades porque hubo que afrontar las necesidades derivadas de la pandemia. ¿Cuál es la foto hoy?

—La foto no es buena, porque efectivamente el 2023 teníamos que volver a entrar en las reglas de disciplina fiscal del Pacto de Estabilidad y Crecimiento para limitar el déficit y la deuda. Eso ahora vuelve a quedar en cuestión, precisamente porque la recuperación no va a ser tan intensa. Va a haber, seguramente, menos recaudación porque había que reducir IVA, los impuestos especiales de carburantes, electricidad, lo cual merma la recaudación. Y otro factor es que surge ahora es el incremento de los gastos militares.
Esta guerra nos ha dado un baño de realidad, de que quizá ese buenismo europeo, de que no tenemos enemigos, debe cambiar. Hay quienes piensan que lo mismo que han hecho en Ucrania, lo pueden hacer mañana en cualquier otro sitio. Por tanto, me temo que va a haber una presión importante por los gastos, con menos ingresos. Y en ese sentido, creo que Europa se va a ver obligada a seguir relajando esas reglas fiscales y tratar de permitir que los que los desajustes, al menos durante 2023, se mantengan.

—¿Qué otras consecuencias deja este presente para el futuro europeo?

—Hay cosas que las políticas van a tener que afrontar, una de ellas, la política de defensa. Europa tiene que plantearse políticas de seguridad en algunos campos. Nos habíamos abrazado en exceso a la globalización y lo sufrimos con la pandemia, como de repente. Algo tan sencillo como las mascarillas o los aspiradores, los equipos de protección de los sanitarios, no los teníamos, había que comprarlos afuera. Nos dimos cuenta de que habíamos deslocalizado todo, se acabó la producción y que dependíamos de los envíos de China. Y lo estamos viendo ahora con la energía. Somos terriblemente dependientes y tenemos que seguir comprando, por tanto, tenemos que seguir financiando a Putin para que siga masacrando a Ucrania, con nuestras compras de petróleo y gas que hacemos todos los días. En algunas áreas industriales, como por ejemplo los chips, también nos hemos dado cuenta de que Europa es terriblemente dependiente. Entonces creo que es el momento, no sé si de una refundación de Europa, pero sí al menos un replanteamiento de cuestiones realizadas relativas con la seguridad. Europa tiene que ser mucho más autosuficiente de algunas cuestiones energéticas, de cuestiones sanitarias, probablemente de algunas cuestiones alimenticias también y, por otro lado, también de algunas cuestiones industriales.
La globalización está bien, pero nos han enseñado los últimos episodios que no podemos depender de países que tienen inestabilidad y hasta hostilidad. Hay cosas que cambiar. No todo es la economía y el libre comercio. Europa tiene que cubrirse de estos fenómenos, no sé si con subvenciones, con apoyo, con nuevos aranceles, pero hay que revisar esa realidad.

—¿Quiere decir que se viene un mundo más proteccionista?

—Es probable que tengamos que tomar medidas más proteccionistas, recaudos que, por seguridad para la región, puedan resultar poco relacionadas con esa multilateralidad totalmente abierta de la que nos hemos hecho eco durante tanto tiempo. Es un tema a revisar.

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