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Un escenario impensado: la realidad europea actual

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Emmanuel Macron, presidente de Francia. Foto: Efe.

OPINIÓN

Existe un fermento de descontento alimentado por expectativas frustradas que  se retroalimentan por la difusión instantánea de la información.

Europa presenta un escenario impensado hace un lustro atrás. Hoy encontramos a París convulsionado por los “chalecos amarillos”, cuya motivación es el rechazo a una suba de impuestos a los combustibles que el gobierno entiende necesario para achicar su déficit fiscal. En realidad, en el fondo responde a un malestar subyacente de las clases medias que ven como se les va erosionando su bienestar actual y lo que ven peor, sin perspectivas de mejora. En esto perciben que la política y sus ejecutores muestran insensibilidad a preservar los fundamentos de un estilo de vida que la realidad no convalida. Esto pone contra las cuerdas a un presidente como Macron, cuya irrupción fue catapultada justamente por la esperanza de lo nuevo como forma de resolver el problema y como rechazo a los políticos tradicionales.

La amenaza del brexit.

Ese inconformismo se manifiesta en el Reino Unido en versión diferente. El Brexit es la respuesta de quienes se sienten perjudicados por la globalización, en este caso por la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea. También por cierto recrear de lo anglófilo expresado en su independencia del espacio europeo, como forma de representar glorias pasadas, olvidando que la Unión Europea es fundamentalmente una apuesta política para disipar tensiones en un continente propenso a las grandes guerras. La decisión en sí ha generado polémicas desde el pique, fracturando a la opinión pública sobre sus costos económicos y políticos. A ello se agregan a las dificultades técnicas de la secesión de uno de los miembros principales de la Unión Europea, el hecho que tiene una frontera caliente causante de conflictos entre Irlanda del norte y del sur donde el Brexit reavivara las tensiones disipadas por un tratado de paz reciente. En resolverlo, la primera ministra May se está jugando su permanencia en el cargo, a costa de fracturar su partido. En tanto, la caída de la libra y el magro desempeño económico muestran que reina el desconcierto, algo contrario a lo que abrogaron por el Brexit.

Completando el panorama, el populismo de tintes ideológicos diversos, a veces cargado de nacionalismo, viene desplazando a los partidos tradicionales, tanto en los gobiernos nacionales como los regionales. A su vez, las preferencias políticas se ven sacudidas por cambios drásticos como la caída del socialismo en Sevilla, su bastión tradicional, en manos de la derecha. Todo ocurre de sorpresa, desnudando el agotamiento de las estructuras políticas establecidas para aventar el descreimiento de los ciudadanos en la solución de sus problemas.

En definitiva, existe un fermento de descontento alimentado por expectativas frustradas que se retroalimentan por la difusión instantánea de la información. Sin duda, la globalización y los últimos cambios tecnológicos elevaron los niveles de vida promedio, pero dejaron a muchos por el camino, ente ellos a los jóvenes. Y es desde aquí donde nace el descreimiento a la política tradicional y su preferencia por el cambio, decidida más como una apuesta que por una decisión meditada. La inmediatez y el vértigo de estos tiempos, también hicieron carne en la política y en las decisiones de las mayorías ciudadanas.

En nuestra región.

Salvando las diferencias, en nuestra región sus sociedades y la política en particular transitan ya por desafíos similares.

La década gloriosa del súper ciclo de las materias primas posibilitó engrosar a una clase media naciente tanto en lo material como en su imaginario de pertenencia social, que hoy ya retrocede o ve peligrar su estatus. Los avances los internalizó la izquierda y el populismo como mérito exclusivamente propio, cuando en realidad fue el resultado de la bonanza externa y políticas fiscales pro cíclicas que apalancaron aun más el viento de cola externo. Agotada la bonanza externa y los márgenes de endeudamiento, llegó la hora de cerrar brechas fiscales insostenibles. Eso tiene solo tres vías genuinas para hacerse: bajar gasto, subir impuestos o crecer más. Combinando esa trilogía deberá operar la política para bajar el déficit, independientemente de su signo ideológico. Recordando a su vez que como telón de fondo tiene a una ciudadanía en cuyo imaginario existen expectativas de mejoras siempre realizables e independientes del ciclo económico. A lo que se agregan temas impostergables como la mejora educativa y aumentos en la inversión publica. Por tanto, lo que se viene por delante es trabajo muy fino de gestión macroeconómica, donde los errores se pagan caros tal como lo muestra el caso argentino.

Si vamos al ámbito de la inserción regional lo que hay son anuncios del socio mayor, Brasil, que parecen ir en la dirección correcta que Argentina en la palabra, acompaña. Pensar que de un día para otro los socios del Mercosur implosionaran lo construido en décadas tiene algo de utópico, pues gracias a su funcionamiento se consolidaron intereses privados potentes. En el proceso de cambio operarán las mismas fuerzas contrarias y restricciones que conlleva un proceso de rebaja arancelaria.

Si los hechos europeos sirven de lección, los tiempos futuros cargados de desafíos de resolución impostergable pondrán a prueba los liderazgos políticos. Enfrentan una bisagra histórica donde el paradigma populista esta desgastado y debe ser sustituido. Fracasar en el empeño implica un retroceso que abrirá la puerta a los aventureros de siempre y la fragmentación de la política. Todo lo cual se resume en la degradación de la gobernanza de nuestros países.

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