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El equipo de Trump reprueba la economía microbiana

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El coronavirus ha pasado a ser el enemigo público número uno. Foto: Reuters

OPINIÓN

Si el coronavirus afecta seriamente la producción china, su impacto en la economía estadounidense será como una versión extrema de la guerra comercial de Trump

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¿Cuán asustados deberíamos estar por el coronavirus? No soy epidemiólogo, pero lo que he visto luce bastante aterrador. No ayuda que el gobierno de Donald Trump, como parte de su guerra general contra la ciencia y el conocimiento, haya reducido considerablemente la capacidad de respuesta de Estados Unidos en caso de que, en efecto, tengamos que enfrentar una pandemia peligrosa.

También es muy posible que el virus cause un gran daño económico; incluso si no los mata, podría acabar con sus empleos. Y un motivo de especial preocupación es que importantes funcionarios del gobierno de Trump están diciendo insensateces sobre la amenaza económica.

Así que, hablando sobre esa amenaza económica, mucha gente está estableciendo paralelos entre el coronavirus y el brote de 2002-03 del síndrome respiratorio agudo severo (SRAS, por su sigla en español), que también se originó en China. Al igual que el brote actual, el SRAS condujo a la imposición de cuarentenas que causaron afectaciones económicas, que parecen haber tenido un efecto importante, aunque temporal, en la economía de China y un modesto impacto negativo en el mundo económico en general.

Todavía no sabemos si el coronavirus es más o menos peligroso que el SRAS. Lo que sí sabemos es que es probable que en la actualidad las implicaciones económicas mundiales de una pandemia en China sean mucho más graves que en ese entonces, por la sencilla razón de que China es un actor mucho mayor de lo que solía ser.

En 2002, China todavía se encontraba en las etapas tempranas de su gran auge económico; representaba solo un ocho por ciento del valor agregado de la industria manufacturera mundial, mucho menos que el porcentaje de Estados Unidos, Japón y Europa. Sin embargo, hoy es el taller del mundo, ya que representa más de una cuarta parte de la manufactura mundial.

Ahora, tal vez piensen que esto implica una ventaja para los problemas de China, que afectar el vasto sector manufacturero chino ofrecería oportunidades para los productores de otros países, incluyendo Estados Unidos; es decir, tal vez piensen eso si no saben nada de la economía del siglo XXI.

Claro, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, apareció en Fox Business la mañana del 30 de enero para declarar que no quería hablar de una victoria, pero que el coronavirus “ayudará a acelerar el retorno de los empleos a Estados Unidos”. Al decir esto, demostró un par de cosas: (1) por qué los lectores de Gail Collins dijeron que era el peor miembro del gabinete de Donald Trump y (2) por qué la guerra comercial de Trump ha sido un fracaso.

Parece ser que lo que Ross y sus colegas todavía no entienden —aunque algunos de ellos tal vez se estén haciendo una idea— es que la manufactura moderna no es como la manufactura de hace un par de generaciones, cuando los sectores industriales de distintos países participaban en una competencia bastante directa y frontal. En estos días vivimos en un mundo de cadenas de valor globales, en el cual buena parte de lo que un país importa no se compone de bienes de consumo sino de bienes “intermedios” que ese país usa como parte de su propio proceso de producción.

En un mundo como ese, cualquier cosa que afecte las importaciones —ya sean los aranceles o un virus— aumenta los costos de producción y, en consecuencia, afecta a la manufactura. De hecho, un estudio reciente de la Reserva Federal descubrió que los aranceles de Trump, que se concentraban en productos intermedios, han reducido, no aumentado, la producción y el empleo en el sector manufacturero. Como era de esperarse, aunque el crecimiento económico general en 2019 fue correcto (no grandioso), la industria manufacturera se encuentra en una recesión (y la incertidumbre creada por la guerra comercial podría explicar por qué la inversión empresarial disminuyó a pesar de un enorme recorte a los impuestos corporativos).

Como dije, parece que algunos de los colaboradores de Trump empiezan a pensar en esto. La semana pasada, la Casa Blanca en esencia admitió que los aranceles al acero y el aluminio han hecho más mal que bien porque han afectado a las industrias que usan esos materiales. No obstante, la respuesta del gobierno no es la reconsideración de sus políticas, sino la imposición de más aranceles a una mayor variedad de productos.

Esto me regresa al tema del coronavirus. Vamos a dejar de lado las cuestiones de salud pública —aunque el gobierno de Trump sin duda nos ha dejado mucho menos preparados de lo que habíamos estado para lidiar con estas cuestiones en caso de que se vuelvan graves— y a concentrarnos en la economía.

Lo que podemos decir es que, si el virus afecta seriamente la producción china, su impacto en la economía estadounidense será como una versión extrema de la guerra comercial de Trump, salvo que sin ninguna compensación en forma de ingresos arancelarios. Y las dos cosas que sabemos sobre la guerra comercial son que ha sido un fiasco económico y que los funcionarios de Trump todavía parecen no tener ni idea de por qué ha sido así.

Tengan en mente que, hasta ahora, Trump ha tenido muchísima suerte. Además del huracán Maria —que no manejó bien y que ocasionó la muerte de miles de estadounidenses— básicamente no ha enfrentado crisis, nacionales ni extranjeras, que no haya creado él. Y se ha rodeado de una pandilla que no suele pensar con sensatez, lo cual genera serias dudas sobre cuán bien manejaría una crisis que no sea de su autoría.

Si los comentarios ridículos que Wilbur Ross hizo el 30 de enero dicen algo —y temo que así sea— es que el gobierno de Trump está todavía menos preparado para lidiar con los efectos colaterales de una posible pandemia de lo que está para lidiar con la crisis de salud pública. Tengan miedo.

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