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Elecciones contaminadas

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Elecciones en Estados Unidos. Foto: AFP

La CIA, según The Washington Post, ha determinado ahora que los ciberpiratas que trabajan para el gobierno ruso trabajaron para inclinar las elecciones del 2016 hacia Donald Trump. Esto, de hecho, ha sido obvio desde hace meses, pero el organismo fue renuente a declarar esa conclusión antes de las elecciones por temor a que se viera que estaba asumiendo una función política.

Entre tanto, 10 días antes de las elecciones, la FBI publicó una carta que dominó los titulares y las coberturas televisivas por todo Estados Unidos, en la que se implica, en forma contundente, que podría estar a punto de encontrar nueva evidencia condenatoria en contra de Hillary Clinton, cuando que resultó, literalmente, que no había encontrado absolutamente nada.

¿La combinación de las intervenciones rusa y de la FBI cambió las elecciones? Sí. Clinton perdió tres estados —Michigan, Wisconsin y Pennsylvania— por menos de un punto porcentual, y Florida por solo un poco más. Si hubiera ganado en cualquiera de esos tres estados, sería la presidenta electa. ¿Hay alguna duda razonable de que Putin y Comey marcaron la diferencia? Y tampoco se habría visto como una victoria marginal. Aun como estaban las cosas, Clinton recibió casi tres millones más de votos que su oponente, lo que le dio un margen popular cercano al de George W. Bush en el 2004.

Así es que éstas fueron unas elecciones contaminadas. No se las robaron, hasta donde podemos decir, en el sentido de que se contaran mal los votos, y el resultado no se anulará. Sin embargo, fue ilegítimo en formas importantes; al vencedor lo rechazó la población y ganó el Colegio Electoral solo gracias a la intervención extranjera y a una conducta partidista, grotescamente inapropiada, por parte de un organismo de las fuerzas del orden nacionales. La interrogante ahora es qué hacer con ese conocimiento espeluznante. Supongo que uno podría apelar al presidente electo para que actúe como un sanador, que se comporte en una forma que respete a la mayoría de los estadounidenses que votaron en su contra y a la fragilidad de su victoria en el Colegio Electoral. Sí, como no. Lo que se nos está dando, de hecho, son afirmaciones a lo loco de que millones de personas votaron ilegalmente, aseveraciones falsas de un triunfo aplastante y la denigración de los organismos de inteligencia.

Otro curso de acción, que se verá que están tomando muchos en los medios de información, es normalizar al gobierno entrante, básicamente para fingir que todo está bien. Esto se podría —podría— justificar si hubiese alguna perspectiva de un comportamiento responsable y refrenado por parte del próximo presidente. En realidad, no obstante, está claro que Trump —cuyos conflictos personales de interés no tienen precedente y que es bastante posible que sean inconstitucionales— pretende alejar radicalmente a la política estadounidense de las preferencias de la mayoría de los estadounidenses, incluido un pronunciado cambio pro Rusia en la política exterior.

En otras palabras, nada de lo que sucedió el día de las elecciones o está pasando ahora es normal. Se han violado las normas democráticas y se siguen violando, y cualquiera que se niegue a reconocer esta realidad es, en efecto, cómplice de la degradación de nuestra república. Este presidente tendrá mucha autoridad legal, lo que debe respetarse. Sin embargo, más allá de estado, nada: no merece deferencia, no merece el beneficio de la duda.

Y cuando, como saben que pasará, el gobierno empiece a tratar a la crítica como antipatriótica, la respuesta debería ser: tiene que ser una broma. Trump es, según todos los indicios, el candidato siberiano, instalado con ayuda de una potencia extranjera hostil, hacia la que ha sido asombrosamente deferente. ¿Y sus críticos son quienes carecen de patriotismo?

¿Hará algún bien reconocer la contaminación en el gobierno entrante? Quizá estimule la conciencia de al menos unos cuantos republicanos. Hay que recordar que se pueden bloquear muchas, aunque no todas, las cosas que Trump tratará de hacer con tan solo tres senadores republicanos.

Siendo la política lo que es, se fortalecerán más los pilares morales del Congreso, si hay signos claros de que la población está indignada con lo que está pasando. Y, en dos años, habrá una oportunidad de hacer que esa indignación se sienta directamente; no solo en las elecciones congresales, sino en los votos que determinarán el control de muchos gobiernos estatales.

Ahora, la indignación por las pasadas elecciones contaminadas no puede ser toda la política de oposición. También será crucial mantener la presión sobre las políticas reales. Todo lo que hemos visto hasta ahora dice que Trump va a traicionar los intereses del electorado de clase trabajadora que fueron sus partidarios más entusiastas porque les va a quitar la atención de la salud y la seguridad en el retiro, y esa traición se debe resaltar.

Sin embargo, deberíamos poder mirar hacia adelante tanto como hacia atrás, para criticar la forma en la que Trump llegó al poder y la forma en la que lo utiliza. Personalmente, todavía sigo dilucidando cómo mantener mi enojo en ebullición lenta; dejándolo hervir no servirá de nada, pero no debo permitir que se enfríe. Estas elecciones fueron indignantes y nunca deberíamos olvidarlo.

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Elecciones en Estados Unidos. Foto: AFP

PAUL KRUGMAN

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