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Educar pensando en el mercado de trabajo

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Existe un divorcio en malos términos, desde hace ya mucho tiempo. Y lo que es peor, es especialmente costoso para los jóvenes.

El 2022 nos encuentra en medio de una discusión sobre competencias y contenidos, ampliamente resuelta en otros países, que parece haberse orientado a una pregunta: ¿Deberíamos formar a nuestros jóvenes para el mercado de trabajo?

Ante la actual propuesta del cambio curricular, se han escuchado algunas posturas que lo catalogan como mercantilista por proponer una formación para el mercado laboral y estar basado en el enfoque pedagógico de la teoría del capital humano de Gary Becker. Asimismo, como alternativas se han reivindicado enfoques enciclopedistas.

A escena, dos espacios esenciales de cualquier sociedad y su vínculo: la educación y el trabajo. ¿Qué sabemos sobre este vínculo? Que existe un divorcio en malos términos, desde hace ya mucho tiempo. Y lo que es peor, sabemos que este divorcio es especialmente costoso para los jóvenes.

Sabemos que en las pruebas Pisa del 2006 (último dato disponible), se le consultó a los directores de los centros educativos qué incidencia tenía en el currículo el mundo empresarial e industrial. “Ninguna influencia”, fue la respuesta en casi el 90% de los casos. Lo más alarmante es que, para varios actores que están en el centro del debate, eso es una buena cosa. El currículo vigente en Uruguay, esencialmente el mismo que en 2006, es exóticamente enciclopédico y contenidista; los docentes corren detrás de kilométricos programas para llegar a “dar todos los temas”.

El enfoque enciclopedista tiene incidencia directa en los trágicos resultados que observamos en el sistema educativo, que inciden a su vez directamente en las trayectorias laborales de los jóvenes. Por más memorizados que los tengamos, no debemos perder dimensión de su significado: de cada diez niños que empiezan la escuela primaria solo cuatro terminan el liceo (y en contextos vulnerables apenas lo hacen dos). Y los jóvenes, que debieran ser el centro del sistema educativo, no podrían decirlo de forma más clara cada vez que se les pregunta al respecto: “No me interesa”, o “Me interesa aprender otras cosas”, son algunos de los motivos principales de abandono de la educación media en Uruguay (datos de la ECH, relevamientos de ANEP y ENAJ). Otra cosa que sabemos desde hace tiempo es que el nivel de desempleo entre los más jóvenes es tres veces superior al del resto de las franjas etarias, especialmente alto en comparación internacional.

También sabemos que terminar el ciclo básico o el bachillerato no son determinantes en la capacidad de conseguir empleo. Así lo muestran los datos de desempleo por nivel educativo publicados por el INE. Más aún: según un estudio realizado por el CED, BuscoJobs y Equipos Consultores, en el que procesamos 25 mil tests realizados en 2021 que ponían el foco en competencias blandas, tampoco parece ser un factor determinante en el desarrollo de competencias transversales, cada vez más valoradas en el mercado de trabajo.

Bienvenido nuevamente Becker y su modelo de capital humano —más modelo que teoría, pero definitivamente no un enfoque pedagógico—, que está equivocado —como todos los modelos— pero es especialmente útil para leer las decisiones de abandono desde un marco de racionalidad. Lo que sugiere es que se pueden modelar las decisiones sobre trayectorias educativas (por ejemplo, cuántos años voy a estudiar) como una inversión que la personas hacen sobre sí mismas esperando, como rentabilidad, mejores salarios en el futuro.

Al observar que la finalización del ciclo básico o del bachillerato no tiene efectos sustantivos ni en el nivel de empleo, ni en el nivel salarial futuro, ni tampoco en el desarrollo de competencias blandas, transversales o socioemocionales, la decisión racional de los jóvenes es abandonar el empinado camino de la educación formal. Sí, los estudiantes esperan que formarse les ayude a conseguir trabajo y ganar dinero por ello. No debería sorprendernos.

Un nuevo currículo que piense en competencias pertinentes para, entre otras cosas, la inserción laboral, es condición necesaria para volver a convocar y entusiasmar a los jóvenes con mantenerse dentro del sistema educativo. Ellos necesitan que la oferta educativa en los trayectos de la educación media básica y superior reconozca rápidamente sus intereses y avance de manera decidida hacia la formación en competencias pertinentes para el desarrollo de su proyecto vital, que ineludiblemente también pasa por el mercado de trabajo.

Herramientas como el Monitor Laboral del CED, BuscoJobs y Equipos Consultores han dado algunas pistas para orientar la oferta educativa hacia el mercado de trabajo. La creciente demanda laboral en ocupaciones asociadas a Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemática (STEM por sus siglas en inglés) no encuentra del otro lado, ni en cantidad o calidad, candidatos idóneos. El inglés es una herramienta esencial y el bajo nivel general deja fuera de puestos de trabajo de calidad a una cantidad importante de jóvenes. Y las competencias blandas son, para las empresas, al menos igual de importantes que los conocimientos técnicos.

La educación necesita pensar en el mercado de trabajo y generar mecanismos de diálogo fluido y permanente. Los jóvenes lo piden y lo necesitan, porque tienen muy claro que no hay inserción social exitosa sin inserción laboral de calidad. Más aún, las competencias blandas que demanda el mercado de trabajo, como por ejemplo compromiso, colaboración, empatía, negociación, comunicación, proactividad, son la base para que las personas construyan vínculos sanos, participen activamente en la sociedad y, a través del mercado de trabajo, obtengan los medios para desarrollar su proyecto vital, cualquiera sea este. ¿No es este el sentido de la educación?

(*) Ec. Juan Felipe Migues, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo.

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