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La disrupción del paradigma de la globalización

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

La globalización no pudo evitar que el autoritarismo , refractario de los valores democráticos, no retrocediera, sino por el contrario ganara terreno en las últimas décadas.

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La globalización como instrumento para difundir la democracia, desestimular conflictos entre naciones, buscar sinergias productivas entre países, entró en crisis profunda, donde no sabemos su profundidad, ni su día después.

Los hechos recientes son el resquebrajamiento inexorable del paradigma nacido después de la caída del muro de Berlín y apalancado por la irrupción de China, con la expectativa de crear, a través del comercio, sociedades abiertas, apaciguamiento de nacionalismos y difusora de bienestar global en sus participantes. Pero no pudo distribuir equitativamente sus logros, impactando a muchos que acumularon bolsones de descontento social. Y por sobre todas las cosas, se cayó en la inocencia, imperdonable, de pensar que se había creado un paradigma totalizador global, capaz de contemplar peculiaridades sociales y políticas que están enraizadas en pasados históricos remotos y, por tanto, imposibles de soslayar.

Para ello, basta ver que naciones democráticas se entremezclan con gobiernos autoritarios articulados en teocracias o estructuras tribales establecidas desde hace décadas, ubicadas en el Oriente Medio: pasando por Rusia, que nunca se despojó del zarismo, incluso en su periodo de socialismo real, como forma de gobierno, hasta los populismos autoritarios de izquierda o derecha presentes tanto en Latinoamérica como en algunos países europeos, siguiendo por la administración Modi en la India, para culminar con el Presidente Xi de China, en una versión aggiornada de mandarín del siglo XXI.

En definitiva, la globalización no pudo evitar que el autoritarismo nutrido en las profundidades de la historia, refractario de los valores democráticos, no retrocediera, sino por el contrario ganara terreno en las últimas décadas. Muchos de estos autoritarismos se nutren de los descontentos por la globalización, reforzando patrones culturales ancestrales, que entienden que el líder asume su lugar, sufre con ellos y con su autoridad les resuelve el problema, sin importarles que relegan normas democráticas básicas.

Por otro lado, la expansión extraordinaria del comercio aumentó el bienestar global de manera indiscutible. La reducción de la pobreza en China fue gracias a su apertura comercial, la absorción de cambio tecnológico a través de la inversión extranjera y su inserción en el sistema financiero global. Tanto fue así que los saldos positivos de su cuenta capital financiaron los déficits de la cuenta corriente de Estados Unidos durante este siglo, creándose una simbiosis extraordinaria entre ambos países, que derramó crecimiento sobre el mundo y, en particular, América Latina, al valorizar el precio de los alimentos y materias primas. El resultado es que China hoy es el principal mercado para muchos países de Latinoamérica, anidando como nuevo desafío una chino-dependencia comercial.

Europa exploró modalidades nuevas, integrando su matriz energética con la oferta proveniente de Rusia. Privilegió la eficiencia para bajar costos de producción y acelerar la transición hacia una matriz energética amigable con el medio ambiente. También hizo de China su principal mercado para su oferta de bienes de capital e insumos tecnológicos.

Otra dimensión de la globalización, buscando eficiencia, fue la desconcentración geográfica de las cadenas de valor, el trazado de nueva infraestructura física y energética transfronteriza. En esa estrategia se prescinde valorar los riesgos implícitos por una disrupción provocada por una pandemia, o un conflicto bélico. Los tambores de la guerra despertaron esta dimensión olvidada del problema, haciendo que la seguridad nacional aparezca como una categoría a tener en cuenta. Es así que la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos Janet Yellen, anunció la necesidad de relocalizar en su país (onshoring) actividades consideradas estratégicas. De forma más perentoria se lo plantea Europa, y en particular Alemania, buscando desengancharse de Rusia como proveedor de energéticos.

Por último, el tema de la inflación. Hace menos de un año los países del mundo desarrollado sufrían porque no lograban subir la inflación a la meta del 2%, a pesar de todos los estímulos. Hoy, gracias al conflicto, todos los países relevantes superan el 6%, llegando en Estados Unidos a superar el 7%. Esto vino acompañado de un enlentecimiento de la actividad económica en Europa y Estados Unidos, y alta ocupación laboral. Nuevamente, el dilema de cuándo y cuánto usar el freno monetario.

El Banco Central Europeo lo posterga, pues entiende que la inflación se disparó por la suba del precio de la energía. La Reserva Federal entiende que es por un mercado laboral muy demandado, que presiona salarios al alza y que puede desatar una espiral inflacionaria si dispara una indexación salarial potente. Sin duda, puede afirmarse que durante este último medio siglo hasta el momento, no hubo una conjunción de tantos hechos de una especie diferente como los actuales.

Si bien hubo crisis, estas estaban focalizadas en un sector, como ser el bancario, deuda externa, incluyendo conflictos bélicos localizados. Pero no una conjunción como la actual, mostrando disrupciones de especie diferente, con el agravante de que algunas son de difícil reversión, pues vienen del fondo de la historia, mientras otras vienen teñidas de autoritarismos nacionalistas y, lo más preocupante, es que está marcando una transición que aún no muestra un rumbo cierto.

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